Las Constituciones de Anderson han sido objeto de muchos y sabios comentarios, y variadas traducciones. En resumen, toda una literatura específica. Resulta, sin embargo, interesante, estudiar su frontispicio. La ilustración, más allá de su aspecto decorativo, nos permite profundizar en el arte de comienzos del siglo XVIII, pero igualmente, por las opciones estilísticas que contiene, explicita los mismos textos.
La obra, conservada en la Biblioteca del Gran Oriente de Francia, es la primera edición publicada por Anderson en 1723. Sus ilustraciones las grabó John Pine (1690-1756). Nacido en Londres, este artista fue miembro de la Logia Globe Tavern, de Morgate. En su tiempo, fue un célebre grabador heráldico y decorativo, siendo su obra maestra la ilustración de los Works of Horace (1733-1737). Pero la posteridad le fue menos favorable que a su amigo, el caricaturista e ilustrador de la vida cotidiana William Hogarth. Poca gente, efectivamente, asocia su nombre al grabado que precede las Constituciones. John Pine no se limitó a este único trabajo para la “esfera masónica”, grabó igualmente la lista anual de Logias de Inglaterra de 1725 a 1741.
En lo que se refiere a la decoración del frontispicio, John Pine parece haberse inspirado en gran medida en las obras contemporáneas de grandes arquitectos británicos: Wren, Vanbrugh y Hawksmoore, partidarios los tres de un clasicismo barroco, vía media sin duda influenciada por la arquitectura parisina de la época (la columnata de Perrault en el Louvre, el castillo de Versalles). Como estos arquitectos, John Pine reutiliza el vocabulario arquitectónico de la antigüedad o del Renacimiento italiano, pero sin respetar realmente su espíritu, con una evidente dramatización. Declina especialmente los cinco órdenes de arquitectura en una perspectiva absolutamente teatral. Esta última se ve reforzada por el juego del embaldosado, que converge hacia una arcada que se abre en lontananza. Procedimiento sacado de las decoraciones del teatro, de las arquitecturas efímeras, pero del que podemos encontrar un eco en el castillo de Blenheim, mansión ofrecida a Malborough por la nación inglesa, cuya fachada juega con los desplazamientos y la escansión de los volúmenes.
Lo barroco en la composición de John Pine está igualmente ilustrado por la presencia, en los cielos, de nubes arremolinadas de las que emerge un Apolo victorioso, símbolo de luz, en su carro tirado por fogosas monturas. El dios y su tiro recuerdan irresistiblemente al estanque del mismo nombre en el palacio de Versalles, obra de Girardon que conoció, como el resto de la estatuaria versallesca, una gran fortuna para los artistas: fuente de inspiración, referencia o pastiche posibilitados por la circulación de grabados y dibujos por toda Europa.
Dirijamos ahora nuestro interés al grupo que ocupa el primer plano de la composición. Allí donde encontremos una puesta en escena, una teatralidad barroca por la importancia concedida a la gestual, así como a la holgura de los vestidos de los dos personajes centrales. La nobleza de estos dos grandes señores (el duque de Montagu a la izquierda y el duque de Wharton a la derecha) encuentra perfecta réplica en sus vestiduras de armiño, brocados, terciopelos de laboriosos plises, y en sus pelucas, sombrero empenachado o corona. El duque de Montagu (antiguo Gran Maestro) que presenta el libro de Anderson a su sucesor, luce incluso la Orden de la Jarretera, instituida en el siglo XIV y que contaba sólo con 26 miembros. Los rasgos parecen individualizados pero, de hecho, representan más una función: la de Gran Maestro. La gestualidad de sus manos, de afectado manierismo, crea un espacio que atrae la atención. Pone de este modo en evidencia las Constituciones, que se destacan sobre la amplia perspectiva embaldosada, presentándose claramente como vínculo entre pasado y presente, aseguran la continuidad entre hombres que sólo están de paso, sean cuales sean el esplendor o la simplicidad de sus atavíos. Esta idea de una antigua filiación, que se encontrará en el texto mismo, es igualmente ilustrada por las referencias al compañerazgo (compás) y al pitagorismo (demostración simbólica del teorema).
Se observa efectivamente, bajo la ilustración, en el centro, una figura representada por Platón como la demostración simbólica del teorema llamado “de Pitágoras”. Encontramos este símbolo, en la masonería francesa, en la joya de los Venerables, colgada de una escuadra. En su origen proviene, de hecho, de la masonería inglesa de estilo Emulación. Portar esta joya es propio del más reciente Pasado Maestro (o Past-Master), título que toma el Venerable cuando deja el cargo y transmite su función a su sucesor en el curso de una ceremonia secreta de Instalación, llamada Instalación en el Trono del Rey Salomón.
Así el frontispicio, por su iconografía, acentúa una idea de puente, de vínculo entre los tiempos, cuya clave de bóveda serían las Constituciones. La decoración arquitectónica impregnada de las ideas de su tiempo es, en sí misma, una readaptación del estilo antiguo. Como vemos, esta ilustración, más allá de su aspecto anecdótico (el traspaso de poderes entre ambos Grandes Maestros), permite resituar las Constituciones de Anderson en su contexto artístico y simbólico.
Apuntemos finalmente que un libro raro y anónimo de 1764 –The Complete Free Mason, or Multa Paucis for lovers of secrets- retoma casi idénticamente el grabado de Pine en una versión de cierto encanto naif. La grata reunión representada por John Pine es reemplazada aquí por un personaje central de sombrero empenachado, que tiene un manuscrito de las Constituciones. A uno y otro lado del gran señor se encuentran dos hombres togados, escribiendo. De fondo, la misma columnata que presenta los cinco órdenes arquitectónicos, con una ejecución torpe. Así resulta más asombroso observar la complejidad y finura ornamental de los festones de rocalla que rodean la composición, remitiendo por su estilo a las primeras páginas de Ahiman Rezon de Lawrence Dermott.
(Tratto da: fenixnews.com)