Es legítimo y tan necesario como urgente para la actual humanidad aspirar a un mundo de humanos libres e iguales, donde se ejerza la justicia; a un mundo libre en definitiva, pero ¿quién forma un puzle perfecto con piezas defectuosas? ¿Qué salud puede tener un cuerpo con muchas células enfermas? Por tanto es inevitable preguntarnos ¿pueden formarse sociedades libres sin individuos libres?
Contemplando nuestro mundo personal nos damos cuenta de la cantidad de resistencias que tenemos que vencer a menudo para luchar con los defectos que nos hacen infelices y son fuentes de problemas con nuestro entorno familiar y social. ¿No nos hacemos propósitos en lo más íntimo de nuestro corazón, propósitos que estimamos buenos y adecuados para nuestra felicidad y que sin embargo nunca terminamos de realizar o lo hacemos en una pequeña medida? Del mismo modo, algo nos impide cumplir leyes divinas con las que en principio podemos estar de acuerdo. Por ejemplo, los Diez Mandamientos son reconocidos como válidos universalmente, pero a la hora de la verdad se nos olvidan o directamente actuamos en su contra. ¿Quién piensa que sea bueno matar, robar, quemar bosques, promover guerras, engañar a otros, calumniar, intentar romper una pareja en beneficio propio y cosas de esta índole? Una conciencia liberada procura no caer en esas tramas del ego porque sabe que estos actos son negativos para sí y para el resto de sus semejantes.
¿Por qué nos suceden estas cosas si nuestra voluntad consciente desearía cumplir lo que siente como bueno? Es visible que tropezamos con un obstáculo: el ego, el rey del mundo inferior personal y colectivo; el verdadero rey de este mundo, que es el mundo del mío, mí, para mí, yo, yo: el mundo del tener, que se opone al mundo del ser, que es el mundo de la libertad. Así sucede que el querer tener, ata. Y está más atado quien más tiene. La mayoría de la gente quiere tener, pero no lo consigue en la medida de sus deseos, así que anda atada a esos deseos y a sus prejuicios, sus miedos, sus dependencias emocionales, sus ideas limitantes, y en general a defectos personales sin superar que le impiden ser libre y socialmente desinteresado, altruista. ¿A qué sociedad, insisto, podemos aspirar con gentes así? ¿Dónde están los hombres libres que deben formarla? ¿Estamos entre ellos? Porque es obvio que en la medida que no estemos ahí estamos reforzando a los enemigos de la libertad, obstaculizando la sociedad del porvenir que no puede nacer más que en el presente, en el presente de cada uno. Por eso nos convendría conocer nuestro presente, el presente de nuestra conciencia, y saber de qué lado estamos.
Con nuestro pensar egoísta durante millones de años hemos creado energías poderosas que han sido reforzadas cada vez que hemos actuado contra las leyes divinas, que son leyes de la libertad. Y cada vez que actuamos contra estas leyes nos ponemos en contacto a la vez con energías de vibración semejante que tienen abierta la puerta y acceden a nuestro subconsciente, pues en el mundo de la energía al que pertenecemos como almas inmortales, una ley es: Igual atrae a igual. Esta es la doble razón por la que somos influenciados por un lado mientras que por otro encontramos tantas dificultades a la hora de intentar cambiar y cumplir las leyes divinas o simplemente eliminar algún defecto que nos perturba la existencia, y es que habíamos creado un tipo de energía que ahora intentamos neutralizar con la contraria.
La fuerza del campo de energía contraria a nuestros deseos de evolución nos revela nuestro grado de libertad. Y esa energía, como tal, no necesita ser visible. Cuando dejamos este mundo podemos seguir actuando en él influyendo en otros que se encuentren en nuestra onda vibratoria, y de este modo seguimos influyendo en los acontecimientos mundiales. Las almas humanas atadas a la Tierra trabajan acrecentando las energías negativas por su influencia sobre otros y de este modo se convierten en obstáculos de evolución para los que son influidos en particular y para el colectivo humano.
La humanidad actual, en su mayor parte atrapada en el materialismo y la necesidad de satisfacción de sensaciones y emociones primarias, apenas tiene conciencia del significado de ser libres. Asocian su grado de libertad con la posibilidad de poder satisfacer todo eso que les esclaviza a la materia y al mundo de los sentidos, que forma parte del mundo del mío, mí, para mí. Esclavizados por el tener sólo pueden aspirar a sociedades del tener, lo que obliga a la lucha de unos contra otros por alcanzar más y más de aquello que se desea poseer; una lucha de esclavos que no puede formar más que sociedades de esclavos belicosos, que son las sociedades de nuestro mundo. ¿Y desde cuando los esclavos pueden formar sociedades libres? Tal pretensión es puro idealismo. Para formar sociedades verdaderamente libres y verdaderamente democráticas precisamos una humanidad que persona a persona se libere de sus ataduras.
Durante millones de años hemos querido construir la Casa Humanidad comenzando por el tejado. Tal vez es hora de empezar a considerar que primero se ponen los cimientos y luego, uno a uno, ladrillos fuertes y bien afirmados si queremos que esta Casa tan deficientemente construida hoy, cambie y nos dure en buenas condiciones.
¿Es esto lo que queremos?
(Tratto da: ellibrepensador.com)