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martedì 23 agosto 2011

LOS VERSOS ÁUREOS DE PITÁGORAS - LOS SÍMBOLOS Y EL HIEROS LOGOS

JOSEFINA MAYNADE
LOS VERSOS ÁUREOS DE
PITÁGORAS - LOS SÍMBOLOS
Y EL HIEROS LOGOS
(LA PALABRA SAGRADA)
1A. EDICIÓN SEPTIEMBRE DE 1973
3A. IMPRESIÓN JUNIO DE 1979
Ilustraciones: JOSEFINA MAYNADE
DERECHOS RESERVADOS © — Copyright ©, 1973, por EDITORIAL DIANA, S. A. — Roberto
Gayol 1219, Esq. Tlacoquemécatl México 12, D. F. — Impreso en México — Printed in
Mexico
Prohibida la reproducción total o parcial sin autorización por escrito de la casa editora.
Consagrad un culto a la armonía celeste.
PITÁGORAS
La Grecia de Pitágoras, con su matemática y su música, su orden y su armonía, tienen
un mensaje para tas naciones modernas, desorientadas y discordantes. Este mensaje,
puede advenir mejor a través de aquellos cuya naturaleza se halla sintonizada, por
proceso generativo, con la sabiduría pitagórica.
ANNIE BESANT
Contenido
PRIMERA PARTE
PRESENTACIÓN
INTRODUCCIÓN
1 PITÁGORAS, LUZ DE OCCIDENTE
Poesía de las grandes vidas — El secreto de la aproximación — Presencia de
Pitágoras — La profecía — Los padres — Un niño excepcional — El pedagogo de
Siros — Vislumbre de la misión futura — Mileto, la sabia — Matemática del
Universo — El secreto del mundo — Egipto, cuna de la sabiduría — Las pruebas de
la iniciación — Escuelas sagradas del saber — Invasión de Cambises — Camino de
Oriente — Encuentro con Buda — Yavanacharya — Parsis y fenicios — Estancia
con los caldeos — La "Sagrada Ciencia" — Samos bajo la tiranía de Polícrates —
Creta — La cripta de Zeus en el monte Ida — Catarsis — Ritual danzado — Del
poder sobre los elementos — La diosa Atenea — La Vía Sacra — Eleusis — Las
grandes diosas — Delfos y el Manteion oracular — El Sol interno — Recuerdos —
Las anfictionías — Hacia la magna Grecia — El golfo de Tarento — Cretona, la
predestinada — La escuela pitagórica — Exámenes — Un plantel de selección —
Resortes — La contraparte divina — Liberación — Base permanente — Como la luz
del primer día — Superación del caos.
2 Los VERSOS ÁUREOS
Aportación del pitagórico Lisis al conocimiento de los VERSOS ÁUREOS de Pitágoras.
3 COMENTARIOS A LOS VERSOS ÁUREOS
Los comentarios de Hierocles, pitagórico del siglo V d. C. — Comentarios de la
autora.
4 LOS SÍMBOLOS INTERPRETADOS
La sabiduría pitagórica en imágenes — Una pedagogía de sugerencias y analogías —
Finalidad de los "símbolos" — Un lenguaje cifrado— Mención selectiva de los
mejores— (Auténticos) "símbolos" —Correlación de los respectivos comentarios.
5 LA HERENCIA DEL FILÓSOFO DE SAMOS
Síntesis histórica de la tradición pitagórica a través de los grandes filósofos —
Preceptos pitagóricos de Platón-— Preceptos de Jámblico — Preceptos de
Demócrito-—Preceptos de Demonio—Preceptos de Sexto — Preceptos de Estobeo
— Preceptos de Arquitas — Preceptos de Apolonio.
SEGUNDA PARTE
1 ORIGEN Y TRADICIÓN DEL PITAGORISMO
La tradición oral — Poesía gnómica — Los himnos y los cresmes órficos — Divina
tradición — Clave transmitida — Fuerzas estelares — El ''número de oro" —Éxodo
de los sagrados himnos —La sabia Babel del mundo antiguo — Sincretismo
alejandrino — Vinculación del Hieros-Logos (Palabra sagrada de los pitagóricos) —
Damo, heredera espiritual del maestro — El guión de la escuela — Testimonio de
Diógenes Laercio — Archivo secreto— Los "diálogos" platónicos — Llenedumbre
de divinidad -— La Moira y la Metempsícosis — Bajo el velo de la leyenda-—
Advocación — Los filósofos de la academia — Importancia de los "símbolos" — Los
epígonos del pitagorismo.
2 LA MÍSTICA RAÍZ DEL HIEROS LOGOS
Clave numérica de las palabras — Vibración fonética y astral-—Nos hemos
desconectado de las estrellas — El Logos — El silencio, purificación de la palabra —
El vocablo sagrado —Definiciones de la Deidad — La voz del silencio — La "Gran
Ave" — Los "Ignotos" — Tríada y Cuaternario — De la pronunciación — Septenario
celeste — Las siete vocales griegas — Unidad del Universo — Invitación al vuelo —
Medios seguros y deleitosos — Ética pitagórica — De la pureza integral — Ritmos
de eficacia — Objetivo básico — Ideal de la vida armónica — El privilegio de la
palabra.
3 EL TRIÁNGULO PITAGÓRICO
El lema de la escuela — Tratado trascendente —- Claves de interpretación —
Antropogénesis y cosmogénesis — Las ideas madres — Trinidad cualitativa —-
Proyección universal — Desconexión cíclica — Cuaternario y septenario — La
década inscrita — Matemática del espíritu — Códice primigenio — Simbolismo de
los diez puntos inscritos en el triángulo — Un tratado de sabiduría eterna — Los
divinos avatares — Mensaje de la Nueva Era — Trascendentalismo de la tetractys
pitagórica — La "fuente de la naturaleza"—Los maestros de la humanidad — El
signo que comienza — De la Cruz Cardinal del Zodíaco — Archiva de sabiduría.
4 EL SIMBOLISMO DE LOS NÚMEROS
El mito griego — Los juguetes de Dionysos — Ciencia profana y ciencia sagrada —
Dioses y números — Aritmancia — Teoría cosmológica — Materia y espíritu — Los
números vivientes —"Matemáticas" y "Acusmáticos" — Nacimiento de la palabra —
La mística órfica — "Las formas son números" — Simbolismo del círculo —
Ideogramas — La década — Significado de la Mónada — De la Dúada — De la
Tríada — De la Tétrada — La Tetractys, "inmenso y puro símbolo" — Las cuatro
pruebas — Juegos olímpicos — Las grandes panateneas — Clave numerológica—El
número de perfección-— Origen y fin — Genealogías — El primer hombre celeste.
5 LA MÚSICA DE LAS ESFERAS
Poesía, música y danza — La lira heptacorde —Purificación por la música y el himno
— Las divinas leyes — Fundamento de la pedagogía perenne — Recitación melódica
y mágica de los VERSOS ÁUREOS — Frente al mar azul, Auroras y crepúsculos
consagrados — Preceptos estelares — Genios alados — Instrumentos — El ethos
griego — Base sonora— Arpas eólicas — La voz de la naturaleza — Trascendencia
de la música — El "órgano de Cortí" — Verdaderos mantrams — Pitágoras, sanador
— Terapéutica musical — La gran aliada del maestro de Samos — Los Asclepíades
— Armonía de los espacios — Doble taumaturgia — Rayos telúricos— Noches
serenas — Comunión vibratoria — Al amor de las estrellas — Éxtasis — El concierto
de los mundos — Ideas eternas — Nuestro patrimonio espiritual.
6 LAS LEYES DE LA ARMONÍA
La leyenda de Anfión — Los muros de Tebas— La danza de Brahma — El músico
supremo — Pedagogía integral — Potencial cósmico del hombre — Invocación al
arquetipo —Dio-tima de Mantinea — Amor celeste — La musa Urania — La ciencia
del amor—Móvil de las leyes biológicas — El "Timeo" — Platón y las prácticas —
Ritmos de la historia— Las cuatro formas vivientes — Estructura humano-solar — El
conocimiento por el corazón — El "número de oro" — Tras el velo — Los poliedros
regulares— Correspondencias siderales — Ars Magna— Al éxtasis por la armonía—
Alquimia estética— Influjo del medio — Filosofía idealista Hacia una nueva
civilización.
7 LA MÍSTICA "TETRACTYS" DE LOS VERSOS ÁUREOS
La tetráctica "fuente de la naturaleza"—'La cruz astrológica del año —El celestial
"vehículo de purificación" ~ Pureza del lírico símbolo— Alma inmortal — En el
palacio del rey Minos — La esfinge de "cuatro cabezas" — Fiestas de exaltación —
Alegría y esplendor —Importancia de las lunaciones — Vínculos de purificación —
De la tradición divina — Dion Crisóstomo— El ritual de Eleusis — Principio
hermético — La Gran Madre— La diosa del amor — Los signos complementarios —
Fiestas de vendimia — Nacimiento del Sol — Actos rituales— La divina epinoia —
Dianoia e Hilé — La divina plegaria — Comunión con el Universo.
8 PEDAGOGÍA DE LA BELLEZA
Incorporación al arquetipo — El internado crotonio — De la cultura armónica — Las
cuatro etapas de la meditación pitagórica— La magna Grecia — Injerto humano —
La belleza como método — Dictados cósmicos — Resortes de crecimiento —
Ejemplares de humanidad — El lema de la elegancia — La música de la expresión—
El cultivo de la voz—“El "Hijo del Silencio" — Hermosura ambiente —
Contemplación del mar — Jardines armoniosos — La danza espontánea — Renacer
del pitagorismo en el mundo — Grecia eterna — La "divina proporción" — Sabiduría
pitagórica.
Presentación
A Pitágoras se le define, muy certeramente por cierto, como la lumbrera del
mundo occidental, más propiamente podríamos decir, de la tradición sagrada de Grecia o
de la Europa primitiva.
En verdad, fue el gran maestro de Samos quien fundara en Crotona, Magna
Grecia, a orillas del Mediterráneo, la primera escuela-internado del mundo. Educado
Pitágoras en el orfismo, conocedor de las enseñanzas que se impartían en las escuelas
anexas a los santuarios de iniciación del antiguo Egipto vertió, adaptándolo, todo
el caudal de la sabiduría adquirida, a la juventud de aquella Grecia que tanto había de
significar para la cultura del mundo occidental. Conocido es el epitafio de su profesor
Ferécides de Siros proclamado en pétrea leyenda: "Pitágoras fue el primero de los
griegos."
No creíamos que bastara, sin embargo, al escogen esta insigne figura para nuestra
colección, TRADICIÓN SAGRADA DE LA HUMANIDAD, esbozar simplemente su vida por
interesante que haya sido; consideramos que había que citar y comentar sus VERSOS
ÁUREOS, eternamente presentes como todo lo clásico, estos versos que recitaban los
alumnos de la escuela de Cretona en todo amanecer, a la salida del sol, al compás de la
lira.
Aunque menos citados y conocidos, hemos tratado asimismo de interpretar los
más destacados SÍMBOLOS, con los que el maestro trataba de envolver, en lenguaje
figurado, la" más profundas verdades y los preclaros ejemplos interpretados por cada
alumno, como pasatiempo y juego muchas veces, especialmente al finalizar las famosas
andrias o comidas colectivas.
Los VERSOS ÁUREOS y los SÍMBOLOS han constituido los temas básicos para todo
investigador del pitagorismo, y han sido origen, en el transcurso del tiempo, de los más
valiosos comentarios de aquellos insignes pitagórico» que trataron de vivir sus
enseñanzas.
Además de los VERSOS ÁUREOS y los SÍMBOLOS comentados que integran la
primera parte de este libro, ofrecemos una segunda consagrada al HIEROS-LOGOS, la
palabra sagrada de los pitagóricos. Esta segunda parte es generalmente desconocida:
corresponde a la tradición viva, al secreto Guión que sirvió de pauta al propio Pitágoras
para sus más profundas lecciones. Después de su muerte quedó responsable de velar por
esa tradición, su hija Damo, adicta discípula del maestro.
Así, tras muchas generaciones, pudo perdurar el espíritu de Crotona en todas las escuelas
pitagóricas del mundo, manteniéndose de esta manera incólume la enseñanza oral del
maestro, así como sirvió de base, posteriormente, a cuantos pedagogos quisieron seguir la
elevada pedagogía integral y armónica preconizada en aquella escuela para orientar y
rectamente conducir a la juventud, fase la más delicada de la vida del hombre.
Ojalá que este libro rinda la eficacia que corresponde a su luminoso contenido;
ojalá asimismo que la palabra sagrada que, a través de Pitágoras, tan hondamente penetró
en el corazón y la inteligencia de la juventud griega, pueda convertirse, en una etapa de
inquietud y caos por hallarse el mundo en búsqueda de un nuevo camino, en auténtico
mentor de otra juventud, también empujada hacia un magno destino.
JOSEFINA MAYNADÉ
MARÍA DE SELLARES
Introducción
Desde su primera juventud, estuvo Pitágoras sometido a una severa formación
catártica bajo las prescripciones de su maestro Ferécides de Siros.
A través de este maestro, su preceptor en la isla de Samos, conoció los periodos
propicios y las prácticas de las purificaciones periódicas, su definición filosófica y
astrológica, así como los superiores alcances a ellas debidas.
Esos tempranos endurecimientos y estructuras del carácter a que se sometió en su
primera juventud, junto con la hondura de sus conocimientos, constituyeron después
para el maestro de Samos, una eficacísima base de preparación para arrostrar las
disciplinas que regían y a las que se supeditó en los centros iniciáticos y culturales de
Egipto, Babilonia, la India, Fenicia y la misma Grecia continental.
Sabido es que la finalidad última de los misterios antiguos para aquel que se
hallaba en posesión de las siete claves vivas de la vida superior, era conducir al epopto
—iniciado del último grado —a la investidura del "Áurea de Fuego" o Cuerpo Solar,
según los llamó Virgilio, y denominó Astroeides, o principios cósmicos del hombre, el
esoterismo pitagórico.
La senda para su logro no podía ser otra que los procesos místicos o
purificaciones rítmicas de acuerdo con la cruz anual solar sobre los cuatro signos
cardinales del zodíaco, mencionados en los versos áureos como la tetrada sagrada,
inmenso y puro símbolo.
Tales prácticas catárticas y de crecimiento y purifícación integral, se acordaban
con los procesos de la naturaleza, ya que significaban el inicio de las cuatro estaciones
con sus cuatro oleadas de vida.
Estas observancias rítmicas poseían, en verdad, una altísima finalidad teléstica y
teúrgica.
La prosecución armonizada de todas estas prácticas y entrenamientos,
desembocaba en la llamada anastasis o "conciencia continuada". Una vez conseguida la
suprema finalidad de los misterios, el epopto, podía penetrar en los otros mundos sin
perder la continuidad de la conciencia, lo que equivalía a anticipar los estado
posmorterm del alma, o sea, lograr el desdoblamiento voluntario manteniendo la misma
lucidez fuera, que dentro del cuerpo. A pesar del secreto impuesto, Plutarco y Cicerón
dan fe de ese experimento iniciático cuando afirmaban: "Sólo puedo decir que, desde
ahora, no temeré a la muerte."
De este modo lograba el epopto la facultad de atravesar las fronteras del más
allá, y así permanecer consciente en los planos sutiles del Cosmos, y conocer experimentalmente
todos los estados de la siquis sin sufrir los temporales letargos y
turbaciones que le acompañan.
Pitágoras adaptó al método pedagógico de su escuela de Crotona (el primer
internado de enseñanza integral del mundo) las pruebas, entrenamientos y conocimientos
recibidos en las escuelas iniciáticas y en los santuarios de África, de Asia y de la
naciente Europa.
Mas el gran pedagogo y filósofo, conocedor como nadie de la naturaleza humana
y de los requerimientos estelares de su momento histórico, tuvo en cuenta las condiciones
impuestas por la tradición, sobre su raza, su signo dominante y las costumbres
heredadas. Y concibió una acertada aplicación de los propios principios asimilados de
desenvolvimiento integral y armónico, al ambiente característico de la juventud y de la
vida griega. Sobre todo, tuvo Pitágoras en cuenta las directrices del signo predominante
y el lema espiritual de los helenos: su sensibilidad, su sentido estético y su culto a la
belleza.
Así, la excelencia del método de desenvolvimiento del centro pitagórico de
Crotona se basó en el valor de las prácticas catárticas sintonizadas con los movimientos
solares y planetarios, llevadas a cabo casi en forma de juego, pero juego consciente que
permitía a los jóvenes acogidos a la escuela, someterse a estudios y disciplinas que
cultivaban una humanidad integralmente bella, sabia y buena. Con este lema, las
juventudes pitagóricas trascendieron inmunes los peligros de una realidad tan decadente,
las posibles crisis y desviaciones de la personalidad, las oscuras tendencias del
subconsciente. Ya que el maestro, con su sabio sentido de comprender y su capacidad de
captación, no dejó de observar entre los núcleos ciudadanos de la magna Grecia, y en
los altos sectores de la ciudad tarentina de Crotona que le protegieron y donde pudo
establecer su refugio ideal, la lenta penetración de los vicios, de las muelles costumbres;
las demasías y los vanos lujos de los ciudadanos, de Sibaris, la urbe vecino.
De este modo pueden valorizarse las prácticas catárticas aplicadas en la escuela
para conducir a los elementos que la integraban hacia la purificación e integración de
sus cuerpos invisibles, o sea, de sus envolturas cósmicas.
Con este objeto, el alimento espiritual de las almas, así como toda línea de
conducta, se basaba en las enseñanzas del maestro, en su HIEROS-LOGOS O Palabra
Sagrada, guión espiritual de la escuela; en el contenido comentado de sus VERSOS
ÁUREO y sus SÍMBOLOS interpretados, y en la penetración filosófica derivada del índice
superior de vida del pitagórico.
Esas lecciones, intercambios y discriminaciones derivadas, constituían en el
decurso de tas purificaciones o después en los banquetes comunales de conmemoración,
una forma compartida de enseñar y de deleitar al mismo tiempo, estimulando la
imaginación, el discernimiento, la comprensión y la conciencia de la vida superior integral
y armónica, meta de todo pitagórico.
De cada breve periodo de purificación, salían los discípulos de Pitágoras limpios
de cuerpo y purificadas la mente y la emoción, es decir, en condiciones para que el
principio solar o divino se reflejara en ellos cada vez mejor.
De acuerdo con la tetráctica estructura telúrica celeste, consideraba Pitágoras la
sintonizada constitución humana en la forma siguiente:
1. Nous: Mente superior o intuitiva.
2. Psiche: Alma individual.
3. Eidolon: Doble astral.
4. Soma: Cuerpo o envoltura física.
Armónica y progresivamente, de acuerdo con el plan pedagógico de la escuela,
despertaba el alumno a su naturaleza integral, experimentando una cada vez más acentuada
influencia celeste, un a modo de comunión directa con entidades superiores.
La prosecución de estos ritmos estelares de purificación, fueron creando una
especie de cambio placentero en tas costumbres, no sólo entre los afiliados al centro
pitagórico, sino en la sociedad griega de su tiempo. Así se fue afirmando el hábito de la
pureza, se estructuré una moral Superior, el cultivo del pensamiento, el entusiasmo por
el estudio, la norma del embellecimiento integral, logrando así la distinción que
caracterizó a todo pitagórico y que lo destacó por doquiera.
Todas las artes, en la forma en que las concebían los antiguos griegos,
respaldadas por su significado universal y esotérico, tenían acogida en la escuela, con la
exégesis trascendente del símbolo de cada musa y de su arte respectivo. La música, como
idioma de las estrellas, el canto, la danza, la recitación o el himno y las artes plásticas,
hallaban su comunión de vida en la famosa meditación pitagórica, en el proseguido
callar de los "Acusmáticos", en la forma sabia y atinada de hablar, en el arte del bien y
del buen decir. Y sobre todas esas prácticas altísimas de formación y convivencia, la
palabra de Pitágoras, la mayor bendición de la escuela que descendía sobre el mundo
para impartirle la gracia de su regeneración, de su purificación y de su sabiduría.
Hoy como ayer, las doctrinas y los ideales de Pitágoras representan para nuestro
mundo en crisis y para las juventudes desorientadas, una fórmula de resurrección y de
salud integral. Significan el conocimiento y también la paz. Por ello, las ofrecemos como
una contribución al realzamiento de la sociedad y a la alegría de la tierra.




El pitagorismo en la forma aquí expuesta, contiene todos aquellos elementos que
requieren el mundo y las leyes de la evolución, para salvar la honda crisis espiritual de
estos momentos de traspaso de un ciclo histórico que fenece, a otro que comienza, y
aspira a contribuir a que el mundo occidental recobre toda la maravilla de su tradición,
empalmándola con sus idóneas posibilidades presentes y futuras.
La revelación de los conocimientos y las prácticas en que se basaba la vida
pitagórica en la escuela del maestro de Samos, proviene de las mismas fuentes iniciales:
el HIEROS-LOGOS o PALABRA SAGRADA que fundamentaba sus doctrinas y animaba su
filosofía. Al morir el maestro, legó el guión a su hija Damo, su sucesora, lo que le
permitió mantener el mismo sistema de enseñanza en los otros centros pitagóricos de la
magna Grecia, Sicilia, Grecia Continental e Insular, e incluso de Egipto, al quedar
destruida la escuela de Cretona. Más tarde, el HIEROS-LOGOS pasó, a través de algunos
pitagóricos, a manos de Platón, quien aprovechó sus básicas enseñanzas para su propia
filosofía, y así se fue transmitiendo de mano en mano para vitalizar los sucesivos
avatares de la primitiva escuela y los doctos centros que animaba su sabiduría. A través
de los siglos, esta palabra ha alumbrado el pensamiento mediterráneo y ha sido la madre
de la cultura occidental.
El estudio astrológico y esotérico de los grandes ciclos de la historia, conduce al
convencimiento de que el pitagorismo, como norma completa de vida integral y
armónica, como sistema didáctico y pedagógico, constituye el puente de salvación sobre
la sima que supone la crisis de traspaso de una civilización a otra, entonces ciclo de
Aries-Piscis, ciclos determinados por el lento movimiento del sol en la precesión de los
equinoccios.
Merced a la aportación del ensayo pitagórico de la escuela de Crotona en la
magna Grecia, el primer gran filósofo y pedagogo de Occidente, dio las directrices más
inteligentes, eficaces y valederas para la vida individual y social, así como las claves de
su significado, aplicables a todos los tiempos.
Como sea que la civilización occidental es hija espiritual de Grecia, los sucesivos
avatares del pitagorismo fueron engendrando, en la historia de Europa, los subciclos de
realce de su misión original.
Señalemos, al respecto, unos hitos: la famosa escuela construida en la cima del
Monte de las Musas, junto a Crotora y la excelencia del método pedagógico de Pitágoras
educando a la más eficaz selección de la juventud de su época, transformadora de la
sociedad dé su tiempo; la cumbre a que llegó poco después la civilización griega en el
esplendor ático de los tiempos de Pericles, y el auge de la Academia de Platón, el
primero de los pitagóricos; su siembra ideológica y artística en el esplendor de Roma; su
florecimiento sincrético en Alejandría en el periodo tolemaico; su parcial resurgir en el
ocaso de Atenas en el siglo V de nuestra era; la reserva que para el mundo significó
Bizancio, archivo en el próximo Oriente de la cultura griega y su destacado valor en la
civilización árabe de España; su empalma, andando los siglos, con el Renacimiento
italiano en la época medicea, inicio de la civilización moderna.
Pitágoras fue el primer gran maestro que, en los albores del traspaso cíclico
anterior, sintetizó y adaptó a la mentalidad y a la sicología europea y americana, las
grandes verdades y el contenido de la sabiduría antigua mantenida secreta en el ádito de
los santuarios.
Fue también Pitágoras, sabio estructurador de la biología como ciencia apta
para las más altas y sutiles manifestaciones de la vida; terapeuta y develador de facultades
y conciencias; ordenador de los poderes internos inherentes al individuo
superior, el que adoptó la sicología a la enseñanza fundamentándola en la ciencia de su
tiempo, y así la convirtió en el más alto magisterio: el de plasmar el dios o diosa —el
arquetipo— que duerme en todo ser humano. Ya que, a través de su escuela, creó
Pitágoras aquella inigualada selección de almas que fueron sus discípulos y que
constituyeron, para Grecia y para todo el mundo antiguo, una aristocracia auténtica
surgida de todos los sectores sociales, sin reconocer más heráldica que la belleza y la
elegancia integrales; la inteligencia, las facultades morales, el saber y la conducta
ejemplar.
Durante los periodos de traspaso cíclico se efectúa una aceleración enorme del
pensamiento, ocurre como una súbita madurez de las almas, aunque no aflore el fruto en
la superficie en medio de la desorientación y el caos reinantes. Sólo aquellos egos
conscientes de tal proceso, cuyo desarrollo y sensibilidad les permite otear desde una
altura serena el curso de los acontecimientos, pueden darse cuenta de su oculta
significación, y asimilar la poderosa energía espiritual que, en tales periodos, se derrama
sobre el mundo. Ya que, si bien en el aspecto externo, esta confluencia de dos
signos zodiacales de entrefundida órbita, conlleva una alteración de todos los valores
morales y una subversión del orden vital con la pérdida aparente de las conquistas
tradicionales y el agobiador incremento del materialismo, del descoyuntamiento, las
diversas desviaciones de la naturaleza humana, la angustia y el descontento, en el
aspecto superior representan una dádiva mayor de posibilidades a nuestro alcance, si
logramos considerar el proceso de la humanidad desde la altura de los necesarios
conocimientos y tratamos de interpretarlos con esta simple clave cíclica. Lo que
significa, que vivir en la época actual es un inapreciable privilegio.
Pero, ¿cómo transmutar el desequilibrio en armonía el miedo en seguridad, la
ceguera de lo superior en visión guiadora que nos emancipe de lo que parece fracaso de
las más nobles conquistas humanas?
Pitágoras nos ofrece la clave segura de una transmutación. Él, que conocía como
nadie los resortes de este proceso, nos dio la norma básica, inalterable, de todos los
comienzos: seleccionar las minorías más conscientes y bien dotadas, ofrecerles un medio
adecuado de desenvolvimiento, y articularlas mediante un ideal integral y armónico,
conectando las almas predispuestas con la fuente de la vida infinita.
Consideremos que, más que nunca, se requieren ahora hombres y mujeres de
signo pitagórico; individuos conscientes, armónicos, responsables de la hora que les ha
tocado vivir; idealistas prácticos dotados de un gran sentido de humanidad que,
agrupados en pequeños sectores, por afinidad temperamental e ideológica, actúen como
minorías rectoras.
Hoy, como en tiempos de Pitágoras, es precisa la formación de una aristocracia
de las almas como aquella que correspondió en su época, al más noble injerto de la
decadente sociedad antigua. Pensemos en lo que significaría que, a semejanza de aquel
periodo de la vida griega, se destacaran hombres y mujeres ejemplares, armoniosa e
integralmente desenvueltos, bellos, entusiastas y serenos, conscientes de su misión, libres
de codicias, y de ambiciones personales; puros, intuitivos, radiantes, sintonizados con
las cualidades ecuatorianas del signo que comienza. En verdad, brillarían como focos
luminosos en medio del oscuro páramo espiritual del mundo, donde se mantiene
adormecida la inmensa mayoría de la humanidad.
Acaso algunos lectores puedan aquí objetar que, paro el éxito y la eficaz labor de
grupos de tal categoría, fuera necesaria la presencia del maestro. Más a ello hemos de
responder que el signo que amanece no es de tipo mesiánico, sino intuitivo y autocreador
por excelencia de un revolucionarismo que hace al individuo capaz de conectarse por sí
mismo con los requerimientos internos del ciclo naciente, con lo que los pitagóricos
llamaban el arquetipo individual y colectivo de la humanidad, que constituye aquel
augoeides, principio luminoso consciente que debe presidir toda etapa provechosa
experimentalmente, así en el individuo como en la colectividad.
Además, no olvidemos que la herencia espiritual de Pitágoras, el HIEROS-LOGOS,
es ahora más vigente y eficaz que nunca. Por vez primera en el decurso de toda la gran
rueda zodiacal de la precesión solar en la que nos hallamos, el signo inicial de rueda —
cuando Leo, el trono zodiacal del sol1 presidía el signo de primavera del mundo— ocupa
al presente, merced a una ley cíclica, el signo opuesto y completamente al de la
precesión de primavera: Acuario y Leo. Bien saben los astrólogos familiarizados con la
astrología cíclica, que los signos opuestos y complementarios presiden la tónica de cada
época. En la nuestra es Leo el signo que caracteriza la nueva edad2 característica
eminentemente solar.
Retornando al tema, como sistema integral de vida, tiene la filosofía pitagórica la
ventaja de poseer una firme estructura pedagógica, especialmente válida para la
integración y armonización de todos los aspectos de la personalidad humana.
La pedagogía pitagórica concilia el estudio con el juego, el desenvolvimiento
mental, del sentimiento y de la voluntad, con la gran fuente universal de vida, cosa
__________________________
1 En realidad los signos iniciales son dos, Leo y Cáncer, padre y madre del Zodíaco, representados
ambos por la esfinge de Egipto.
2 Remitimos al lector, para una más completa definición de tan importante fenómeno celeste en
nuestros días, a la obra de la misma autora El Horóscopo del Mundo (la clave astral de la historia y la era
de Acuario que comienza). Editor Costa-Amic. México.
esencial en estos momento críticos, ya que, merced a esa ley de ritmo biológico, nos
constituimos en herederos legítimos del tesoro del pasado del que Pitágoras fue tan alto
y noble representante.
En el mundo del pensamiento —Acuario es signo de aire o de mente— tendrá
lugar el eje de transformación básica acuariana. Las ideas madres —aquellas en que se
fundamentó la obra pitagórica— resurgirán adaptadas a las nuevas características del
signo en toda su pureza y profundidad.
Y que nadie se imagine que, al invocar como doctrina esencial en esta época al
pitagorismo, pretendemos regresar al pasado. Somos conscientes de lo que significó el
ensayo pitagórico, en la época de su florecimiento: simplemente el puente por el que
pasó sobre la sima abierta del caos existente, la sabiduría de los siglos y de los milenios;
el áncora salvadora, la palabra perdida y recobrada, la institución maestra que vivificó
todos los estamentos sociales y dio el índice de transformación de los mejores individuos
de su época.
Paralelamente al esfuerzo investigador científico, a la depuración y reafirmación
religiosa, a la búsqueda artística, a la inquietud filosófica, los hombres y mujeres
sellados por el signo acuariano que amanece, deberían urgar en los fenómenos —tan
cerca en dimensión espiritual de los ámbitos y misterios espaciales que al mundo
inquietan— del supermundo que nos compenetra, el futuro campo de experimentación de
quienes se destaquen en intuición y clarividencia, comprensión y amor auténtico.
La conquista de las fuerzas ocultas de la naturaleza —hoy tan en juego— deben
emparejarse con el esfuerzo de la autoperfección y de la autopurificación. Y también con
la búsqueda imparcial de la sabiduría eterna o de la espiritualidad dondequiera se halle.
Nosotros ofrecemos el ensayo formal del neopitagorismo, como contribución al
glorioso establecimiento de la nueva edad. He aquí la aportación menos conocida del
pitagorismo en nuestros días: el HIEROS-LOGOS, O sea, su doctrina esotérica, dentro del
sistema pedagógico integral que caracterizó su escuela. Bajo el lema poético del
Aguador Celeste, que vierte ya sobre el mundo el Agua de Vida de su ánfora llena, se
incorpore todo idealista auténtico, lavado de prejuicios y de odios, a la investidura solar
del espíritu universal naciente.
JOSEFINA MAYNADÉ
Primera parte
LOS “VERSOS ÁUREOS" COMENTADOS,
Y LOS "SÍMBOLOS", INTERPRETADOS
I
Pitágoras, luz de occidente
Da fin en mí toda sabiduría.
Y si más a Pitágoras se debe, es porque
fue el primero de los griegos.
Epitafio de FERÉCIDES DE SIROS
(Citado por DIÓGENES LAERCIO)
Con la perspectiva de los siglos, la poesía dora y exalta las grandes vidas.
Corno el epíteto de los mismos versos, la vida de Pitágoras merece también el
calificativo de dorada.
La biografía del maestro de Samos deberíamos en verdad catalogarla entre
aquellas primerísimas y excelsas, que podríamos llamar vidas asimiladas, cuyos postulados
y virtudes se ha ido incorporando la humanidad a través de los siglos, las lecciones
y las sucesivas etapas de la conciencia.
Pocas veces ocurre el fenómeno siguiente: que la distancia en el tiempo opere una
creciente aproximación entre una vida alejada veinticinco siglos, y nosotros.
El secreto de la proximidad se halla en la sintonización cíclica. Al cerrarse la
curva de un gran ciclo de civilización, el momento en que vivió Pitágoras y el presente
por que atraviesa el mundo, se asemejan.
Si sobre esas excelsas vidas, la devoción ha tejido el brocado maravilloso de la
leyenda, su verdad no sólo permanece, sino que se incrementa, se desvela, se nos acerca,
merced a ese espejismo seductor de las constantes históricas.
A medida que el fenómeno de aproximación y asimilación se efectúa, se glorifica
de Pitágoras no sólo lo que fue, sino lo que quiso ser. Se revive, en suma, la vida y su
doble: el hombre y su ideal proyectado sobre un cúmulo de indefinidos requerimientos
presentes.
He aquí su dádiva completa a la posteridad, con la aportación actual de aquel
filósofo, pedagogo y taumaturgo que fue Pitágoras, el maestro de la Armonía por
antonomasia.
Según las crónicas, ya antes de nacer, fue anunciada esa vida preciosa, por la
Pytia de Delfos.
Sus futuros padres, Partenis y Mnesarco fueron desde la isla de Samos, su patria,
a consultar al oráculo después de sus bodas, al tiempo que ponían a los pies de la
divinidad solar, el esperado fruto de sus amores.
En el santuario de Delfos quedó delineado su destino: "Os nacerá un ser de
naturaleza divina. Tendrá por atributos la hermosura y la sabiduría. Enseñará a la
humanidad y será invocado a través de los siglos."
En Samos, en la isla griega de la comunidad jónica, Mnesarco allegó fortuna. Y
nació el anunciado. Esto ocurría hacia la cuarenta y siete olimpiada "año 586 de la pasada
era". Como consagración a Apolo Pírico, sus padres le impusieron al niño el nombre de
Pitágoras.
Según sus biógrafos, desde su más tierna infancia se reveló Pitágoras como un ser
excepcional, conforme predijera el oráculo. En todos sus actos y palabras se traslucía la
elevada condición de su ego y sus excepcionales facultades. Dice Jámblico al respecto
que, desde niño, tenía su persona una singular prestancia y que su-rostro de rasgos
purísimos reveló siempre una inalterable serenidad. Eran tales su hermosura, su elegancia
y su sabiduría, que todos lo reconocían como un mediador entre los dioses y los hombres.
A su paso, dice el biógrafo que muchos exclamaban: "Es un ser divino, una
manifestación de Apolo Hiperbóreo."
Le procuraron sus padres una esmerada educación, confiada a los más
sobresalientes pedagogos de su época. Pronto, sin embargo, demostraba tal discípulo
superar en conocimientos a todos sus preceptores. Sin embargo, de Hermodanas, su
primer tutor, aprendió la cultura básica y especialmente los grandes poemas épicos,
recitados al compás de la lira.
Su excepcional interés por la filosofía y la mística trascendentes, le pusieron en
relación con Ferécides de Siros y, a través de este famoso maestro de la antigüedad, fue
Pitágoras, apenas trascendida su adolescencia, iniciado en los misterios órficos, que
constituían una síntesis, adaptada a la tónica occidental, de la profunda sabiduría de los
templos de Egipto. Las reglas de vida de los órficos eran de un severo ascetismo y su
ritual solar se basaba en el conocimiento integral del hombre y del universo.
El desenvolvimiento de sus facultades, tanto externas como internas, le
permitieron pronto entrever cual era su misión en el mundo.
A tal fin decidió ir en busca de más amplios horizontes y más profundas
experiencias. Renunció a todo lazo de familia y a todo convencionalismo social. Y después
de recibir la bendición de sus padres y maestros, embarcó rumbo a Mileto, la sabia
meca del mundo griego. En la famosa y floreciente escuela milesia y bajo la enseñanza
directa de su mentor, el filósofo Tales y de Anaximandro, famoso matemático conocido
en todo el mundo antiguo, aprendió el valor abstracto de los números y su significado
filosófico, así como la matemática del universo, lo que aquellos maestros llamaban el
'"secreto del mundo".
Una vez saturado de todo cuanto podía enseñarle el centro cultural jónico, se
dirigió a Egipto en busca de mayores conocimientos, con el secreto anhelo de ser
admitido en el seno de sus severos misterios.
En el milenario país de los faraones, fue sometido a largas y terribles prueba.
Pero, al fin, logró lo que anhelaba ser admitido en las secretas comunidades egipcias y
alcanzar el máximo grado de su iniciación, así como el nivel más elevado a que podía
aspirarse en la escuela anexa de sabiduría.
Al cabo de veinticinco años de permanencia allí, ya en plena madurez, sazonado
de sabiduría, la invasión de Egipto por Gambises. Le obligó a emigrar, de África a Asia.
Recorrió entonces el Lejano Oriente y la India y se afirma que allí estuvo en contacto con
el propio Buda. La tradición conserva el paso por la India de Pitágoras al que se de el
nombre de Yavanacharya. En Oriente como en Occidente, se le reconocía como el más
grande de los matemáticos, geómetras y astrónomos de su tiempo. Sus teorías como
pedagogo integral y corno filósofo de la vida armónica llegaron a los más extremos
lugares del mundo civilizado.
Más tarde halló entrañable acogida entre los sacerdotes parsis y fenicios.
Fraternalmente hospedado por los magos caldeos del templo de Baal, perfeccionó
especialmente allí sus conocimientos de astrología esotérica "la ciencia madre de todas
las ciencias".
En su Vida de Pitágoras nos dice Jámblico: "Desde que Pitágoras fue iniciado en
los misterios de Byblos y de Tiro, en las sagradas operaciones de los sirios, en los
misterios de los fenicios y que pasó veintidós años en el adytum de los templos de Egipto
y de sus escuelas de sabiduría; que se asoció con los magos de Babilonia y fue por ellos
instruido en la sagrada ciencia de los astros, nada tiene de maravilloso que conociese la
magia y la teurgia y fuese capaz de llevar a efecto cosas que sobrepujan los habituales
poderes humanos."
Siguiendo las directrices de su horóscopo, bien posesionado de su misión, volvió
a Samos, a la sazón sometida al gobierno despótico de Polícrates. Tuvo la alegría de
abrazar a su anciana madre, ya que su padre había partido del mundo físico hacía ya
varios años.
Hizo allí Pitágoras cuanto pudo por difundir sus conocimientos. Trató de
convencer al tirano Polícrates y sus secuaces para volver por los derroteros del buen
gobierno democrático, los destinos de su amada isla. Todo fue en vano. Coerciones y
amenazas le obligaron a emigrar entonces a Creta.
De la antiquísima civilización minoica aprendió las sabias leyes, la magia natural,
el arte depuradísimo y la tónica científica de su religión. Fue iniciado en los misterios de
Zeus en la cripta subterránea del padre de los dioses, al pie del Monte Ida, coronado de
nieves eternas. Bajo la guía de Epiménides conoció la tradición oculta del país, el método
de las catarsis, de las curaciones ocultas y el ritual danzado de los sacerdotes idanos. Su
preceptor y guía le confirió ciertos secretos para el dominio de los poderes terrestres y
para obtener la colaboración de los espíritus elementales; le enseñó a poner en juego su
voluntad para que las fuerzas de la naturaleza le sirvieran, ya que tenía fama Epiménides
de ejercer poder sobre los elementos, y de ello se relataban peregrinas anécdotas.
Ya en posesión de tales poderes y nuevos conocimientos, viajó nuestro filósofo
por toda la Grecia Continental, desde la sobria y dura Esparta, hasta la sabia Atenas. Fácil
le fue llegar al ádito secreto del templo más bello del mundo, el de la diosa Palas Atenea,
la de los verdes ojos, patrona de la inteligencia divinizada.
De Atenas se dirigió a Eleusis por la Vía Sacra y por su calidad de alto iniciado en
Egipto, fue introducido en el corazón de los misterios eleusinos. Es una verdad que vela
poéticamente la leyenda, que allí, en forma consciente y merced a los poderes adquiridos,
descendió desde el santuario de las grandes diosas, Demeter y Perséfona, a los infiernos,
o sea, al Hades, llamado pollos orientales "plano astral".
Según sus biógrafos, fue entonces Pitágoras coronado por los dioses" en cuya
presencia "bebió las Aguas de Vida". Después de esta suprema experiencia, podía
manifestar que "todo cuanto existe en la tierra es semejanza y sombra de lo que existe en
otras esferas".
Después de diversas experiencias se encaminó a Delfos, el "ombligo del mundo".
En el Manteión profético, consultó de nuevo a la Pitya, la sucesora de aquella que perfiló
clarividentemente antes de que naciera, su posterior destino. Entonces, ya en plena sazón,
ofrendó su alma y su vida al Señor de la Luz, al Sol Interno, el divino Apolo.
Allí recordó una de sus vidas pasadas y cuenta su biógrafo Laercio que incluso
reconoció el enmohecido escudo que, en una existencia anterior, contemporáneo de la
guerra de Troya, brindara al dios de la luz como trofeo.
Aprovechó Pitágoras aquella feliz coyuntura para estudiar las excelencias de la
organización federal y democrática de los Estados griegos que tenían en Delfos su sede
político-religiosa. Allí se reunían periódicamente, bajo la advocación suprema de Apolo,
todos los representantes de las Anfictionías, las asambleas griegas y se resolvía a base de
verdadero estudio y amplia deliberación, toda índole de problemas y mejoras
concernientes a los Estados asociados.
Con tal motivo, acudían las más destacadas personalidades del mundo antiguo.
Delfos era, no sólo un lugar sagrado de fama mundial, sino un lugar de reuniones
selectas, un punto de alta confraternidad en el que hallaba amistad y estímulo el
peregrino, lauros el poeta, satisfacción el representante popular, al mismo tiempo que se
señalaban las directrices del destino y los móviles de la historia, de los individuos y de
los pueblos.
Enriquecidos sus conocimientos, sazonadas sus experiencias, prosiguió Pitágoras
su camino bajo las insinuaciones del Hado.
Como buen filósofo, emprendió a pié sus jornadas, siguiendo la ruta del sol.
Llegando al Golfo de Corinto en el extremo occidental de la península griega, embarcó
un buen día rumbo a la península itálica, a la sazón colonia griega, llamada Magna
Grecia.
Desde Sibaris siguió peregrinando por la curva amplia y abierta que dibujaba el
mar azul en el Golfo de Tarento. En el decurso de ese recorrido, su espíritu quedó
captado por la hermosura de la ciudad de Crotona y por sus maravillosos alrededores.
Contribuyó a ello, en no poca medida, la amabilidad y la cordial acogida que le hicieron
sus habitantes.
Allí decidió fijar su morada y desenvolver sus planes. Pronto fue reconocido en
todos los estamentos como hombre sabio, prudente y bondadoso, dotado de excepcionales
facultades. Practicó con éxito extraordinario sus dotes de sanador, realizando
milagrosas curas. Actuó de maestro. El destino le deparó oportunidad de ejercer sus
relevantes facultades de orador. Todo ello, unido a su natural don de gentes y a sus
facultades de sicólogo y de mentor, contribuyó a destacar su figura en aquel medio,
propicio al reconocimiento de la grandeza.
A requerimiento de discípulos y amigos, comenzó a delinear su misión a favor de
un clima que estimó propicio para su obra.
Resaltó con tan maravillosos colores, con tan decididas perspectivas su sueño de
establecer un centro pedagógico ideal donde formar armónicamente a las joven,
generaciones que, vencidas por fin las naturales reservas de algunos gobernantes
suspicaces, sentó las bases, con el general consenso y múltiples ofertas de colaboración,
de su futura escuela.
En la cima de un montecillo poblado de pinos y de encinas próximo al mar y
emplazado en los mismos aledaños de Crotona, fue derivando en realidad sus sueño. Allí
se llevó a cabo la construcción del que sería famoso instituto Pitagórico, conocido y
admirado en todo el orbe antiguo y de donde habría de brotar el primer ejemplo práctico
de la pedagogía integral y armónica y de un internado basado en un conocimiento
completo del individuo derivado de las enseñanzas de los misterios hasta entonces
vedados a la luz pública.
El anhelo vehementísimo de Pitágoras era ya una realidad. Aquel núcleo selecto
de jóvenes de ambos sexos, surgidos de todos los sectores sociales, sometidos de antemano
a un examen completo y minucioso de capacidad física, moral, intelectual y
síquica, se convertiría, andando los años, en una pléyade de ciudadanos de superior
categoría, en una nueva aristocracia de las almas que serviría de injerto para elevar el
nivel de la sociedad.
Los pitagóricos contribuyeron en alto grado a articular el mensaje de la
civilización griega basada en la leyenda y en la sabiduría. Así ofrecería Grecia su inestimable
dádiva al presente y al futuro de la humanidad. Las juventudes educadas en el
instituto de Pitágoras representaban la levadura humana capaz de hacer fermentar la
masa, capacitarla al máximo, y elevarla a la mayor posibilidad de su destino histórico.
Trasplantado este núcleo de selección al área social de la Grecia antigua, se le
brindó los mejores legisladores, los más sabios juristas, los más capacitados pedagogos,
los más grandes filósofos, artistas y patriarcas dotados de todas las virtudes cívicas, noble
dechado de una civilización que fue, y sigue siendo, la sabia mentora del mundo
occidental.
A pesar de los siglos transcurridos, la obra que llevó a cabo el filósofo de Samos a
través de su famoso instituto, no sólo no ha sido superada, sino tan siquiera igualada. Ya
que la educación que en ella se obtenía no era sólo mental y física, no era sólo de
ejemplaridad externa y de instrucción, sino que allí desenvolvía el alumno otras
capacidades de índole superior, siguiendo las enseñanzas directas del maestro.
En el instituto pitagórico se desenvolvía como un todo armónico, el elemento
subconsciente y el superconsciente, la contraparte humana, cósmica o divina de nuestra
maravillosa naturaleza.
Los resortes pedagógicos, las claves dialécticas que poseía Pitágoras, no se
hallaban al alcance de los no iniciados. Era aquí la base permanente, insobornable, de su
herencia a la humanidad de todos los tiempos.
Por eso dijo de él la maestra H. P. Blavatsky: "Si la metempsícosis de Pitágoras
pudiese ser completamente explicada y comparada con la teoría moderna de la evolución,
se vería que proporciona todos los eslabones que faltan en la cadena de ésta. Pitágoras, el
filósofo puro, profundamente versado en los más ocultos fenómenos de la naturaleza, el
noble heredero de la antigua ciencia cuyo gran designio era librar al alma de la ignorancia
de las cadenas de los sentidos y obligarla a manifestar sus poderes, debe vivir
eternamente en la memoria de los hombres."
En el doble sentido de su persona y de su obra, fue Pitágoras la luz precursora que
señaló el camino a todo el Occidente. Luz alzada sobre el futuro desde los orígenes
articulados de nuestra civilización y que proyecta sus potentes rayos con la claridad del
primer día; y que ofrece posibilidades de renovación inéditas porque la orientación de su
obra está por encima del tiempo, del lugar y de la anécdota.
Con su sonrisa paternal y su expresión serena, todavía Pitágoras nos muestra el
camino —camino sin tiempo ni distancias—, que puede conducirnos a la superación del
caos y la desarmonía presentes, sirviendo al establecimiento de la nueva era que
comienza.
II
Los Versos áureos
Honra ante todo a los dioses inmortales
según establece la ley. Respeta la palabra dada.
Honra luego a los héroes glorificados, y consagra por fin
a los genios terrestres, rindiéndoles también debido culto.
Honra a tu padre, a tu madre y a tus próximos parientes.
Escoge por amigo al más destacado en virtud,
atiende sus dulces advertencias, y aprende de sus ejemplos.
Discúlpale sus faltas mientras puedas,
evitando todo juicio severo; ya que lo posible
se halla cerca de lo necesario. Sé razonable.
Acepta las cosas como son. Acostúmbrate a vencerte.
Sé sobrio en el comer, activo y casto.
Nunca cometas actos deshonestos de los que puedas luego
[avergonzarte,
ni en privado ni en público. Ante todo, respétate a ti
[mismo.
Observa la justicia en acciones y palabras.
Nunca te comportes si-n regla ni razón.
Piensa que el Hado ordena a todo morir,
y que los fáciles honores y bienes de fortuna son inciertos;
que las pruebas de la vida vienen por voluntad divina.
Sea adversa o favorable, alégrate siempre de tu suerte,
mas trata con noble tesón de mejorarla.
Piensa que el destino es más benévolo para los buenos
que comprenden y a sus designios se ajustan.
Mucho se habla y mucho se enjuicia sobre diversos temas.
No los acojas con admiración ni tampoco los rechaces.
Más si advirtieres que el error triunfa,
ármate de paciencia y de dulzura.
Observa estas razones en toda circunstancia:
Que nadie te induzca con palabras o actos
a decir o a hacer lo que no te corresponda.
De insensatos es hablar y obrar sin premeditación.
Consulta, delibera, y elige la más noble conducta.
Trata de edificar sobre el presente
lo que ha de ser realidad futura.
No alardees de lo que no entiendas,
pero aprende siempre y en toda circunstancia,
y la satisfacción será su resultado.
Jamás descuides la salud del cuerpo.
Dale con mesura comida, bebida, ejercicio y descanso,
ya que armonía es todo aquello que no perjudica.
Habitúate a vivir sencilla y pulcramente.
Evita siempre provocar la envidia.
No realices dispendios excesivos
como aquellos que ignoran la medida de lo bello.
No seas avaro ni mezquino, y elige en todo
un justo medio razonable.
No te empeñes en hacer lo que pueda perjudicarte.
Reflexiona bien antes de obrar.
No permitas que cierre el dulce sueño tus párpados
sin analizar las acciones del día.
¿Qué hice? ¿En qué falté? ¿Qué dejé de hacer que de-
[biera haber hecho?
Y si en el examen hallas falta, trata de enmendarte;
mas si has obrado bien, regocíjate de ello.
Trata de practicar estos preceptos. Medítalos y ámalos,
que ellos te conducirán por la senda de la virtud divina.
Lo juro por Aquel que ha transmitido a nuestra alma
la Tetrada Sagrada, inmenso y puro símbolo,
fuente de la naturaleza, de curso eterno.
No inicies obra alguna sin antes rogar a los dioses
que en ella colaboren. Y cuando te hayas familiarizado
con estas costumbres, sondearás la esencia de hombres y
[dioses
y conocerás, de todo, el principio y el fin.
Sabrás también oportunamente
la unidad de la naturaleza en todas sus formas.
Nunca entonces esperarás lo inesperable,
y nada te será ocultado.
Sabrás también que los males que aquejan a los hombres
han sido por ellos mismos generados.
En su pequeñez, no saben ver ni entienden
que tienen muy cerca los mayores bienes. Pocos conocen
e1 secreto de la felicidad, y ruedan como objetos
de acá para allá, abrumados de múltiples pesares.
La aflictiva discordia innata en ellos limita su existencia
sin que se den cuenta. No conviene provocarla,
sino vencerla, a menudo, cediendo. O Zeus inmenso, padre de los hombres!
Tú puedes liberar a todos de los males que les agobian
si les muestras el genio que les sirve.
Mas ten valor, que la raza humana es divina.
La sagrada naturaleza te irá revelando a su hora,
sus más ocultos misterios. Si te hace partícipe de ellos,
facilmente lograrás la perfección.
Y sanada tu alma, te verás libre de todos los males. Ahora abstente de carnes, que hemos
prohibido en las purificaciones. Libera poco a poco tu alma, discierne lo justo, y aprende
el significado de las cosas. Deja que te conduzca siempre la inteligencia soberana, y
cuando emancipado de la materia seas recibido en el
[éter puro y libre,
venceras como un dios a la muerte con la inmortalidad.
III
Comentarios a los Versos áureos
Esos VERSOS ÁUREOS constituyeron la arquitectura moral de la antigua escuela
pitagórica de Crotona, en la Magna Grecia.
Se recitaban allí colectivamente, al compás de la lira, a la salida del sol, y al
ponerse el astro de día. Constituían el tema básico de la meditación de los pitagóricos
durante las introspecciones de la jornada. Y en la autodiscriminación nocturna, al analizar
los actos del día, confrontaban los afiliados a la escuela los actos cumplidos con la áurea
línea de conducta diseñada en las distintas etapas de formación interna que los didácticos
"Versos", como norma y actitud moral, tendían a presidir y siempre a ejemplarizar.
Constituían por tanto, la línea insobornable de conducta, la razón y la guía de
aquella institución modélica. Cada una de las cuatro etapas que estructuraban el sistema
completo del instituto pedagógico, tenía por divina la fracción correspondiente de los
VERSOS, así como su exégesis y comentarios de tipo creador servían de base a una de las
más interesantes modalidades de la formación del educando.
De esa práctica discriminativa y comentada, se derivaba otro de los grandes
resortes éticos y estéticos de la enseñanza: la constante amplitud de su ámbito
asimilativo, su contagio y su estímulo creciente a través del diálogo, la exposición y la
controversia amigable entre los pitagóricos.
Respecto a sus claves ocultas, progresivamente se iban confiando al alumno, a
medida de su merecimiento y comprensión. En las últimas etapas de ese ejemplar sistema
pedagógico, los VERSOS ÁUREOS eran ya vida e identificación, plegaria íntima, razón
culminada, constancia de arquetipo, ritmo, desenvolvimiento, elegancia y perfección.
Porque la vida toda de los pitagóricos giraba en torno a ese eje de oro.
Esa joya ética y lírica que son los VERSOS ÁUREOS, ha llegado a nosotros merced a
los últimos destellos de la escuela pitagórica de Alejandría y de Atenas, en los primeros
siglos de nuestra era.
Los más adelantados discípulos del maestro y más tarde sus sucesores, tuvieron
por costumbre realizar sus propios comentarios a tales VERSOS y ofrecer, como alimento
espiritual de superación y como norma de conducta, sus propios comentarios a esos
tradicionales poemas gnómicos.
Así han llegado hasta nosotros, sin duda adulterados, como todo el pensamiento
antiguo, a través de las transcripciones y los siglos.
De esos antiguos comentarios de los VERSOS sólo han llegado hasta nosotros, en
forma más o menos completa, los de Hierocles. Tales comentarios servían a ese
destacado epígono del pitagorismo, de guión en las pláticas y lecciones de su aula
cultísima de Atenas, en las últimas luces de la escuela, durante el siglo V de nuestra era.
Se sabe de Hierocles que enseñó pitagorismo también en Alejandría, en aquella
memorable tribuna colectiva, último baluarte de la filosofía griega.
De aquel postrer centro de la cultura ática de Atenas, llevó Hierocles a las aulas
alejandrinas la síntesis gloriosa del sincretismo filosófico constituido por la fusión del
orfismo primitivo, el pitagorismo, el peripatetismo, el estoicismo y el platonismo. Por
ello se ha llamado con razón a aquella escuela "la más grande maravilla del mundo del
pensamiento."
Fue maestro de Hierocles, Plutarco de Atenas.1 Se interesó desde su juventud por
las tradiciones místicas de Oriente y creyó su misión divulgar, mediante sus destacados
dotes oratorias, una forma de pitagorismo que sumara al movimiento de la escuela
Ecléctica de Alejandría, las corrientes espirituales de Oriente junto con las de Occidente,
cuya armonía y profunda síntesis iniciaron Ammonio Saccas, Plotino, Porfirio y
Jámblico, biógrafos, éstos últimos de Pitágoras.
Compañeros y colaboradores de Hierocles, oriundos de la escuela filosófica de
Atenas, fueron Proclo, el destacado pitagórico, Damascio, Olimpiodoro y Simplicio.
Ofrecemos a continuación, como corolario a nuestra glosa de los VERSOS ÁUREOS,
algunos fragmentos de los comentarios de Hierocles:
"Honra ante todo a los dioses inmortales según establece la ley..."
Los griegos, a través de sus misterios, honraban a los dioses como
representaciones de la jerarquía zodiacal y planetaria y como poderes ocultos y actuantes
de la naturaleza del cosmos. En su forma antropomórfica representaban también la
contraparte arquetípica o divina en el hombre y en la mujer.
Para ellos, pues, esa triple dignidad sideral, cósmico-natural y superhumana,
abarcaba todos los acicates de la vida, desde el aspecto de reconocimiento de nuestros
Padres Celestes y la veneración a ellos debida, hasta la obediencia a las leyes de nuestro
mundo, a los regentes de sus sucesivas esferas. Y a ese fenómeno de identificación, a
través de la fe, con la belleza con que eran los dioses representados.
Hierocles dice al respecto: "Conocer y honrar a los dioses según el orden en que
el Gran Ordenador y Padre les ha colocado, es deber de aquellos que quieren ajustarse a
la ley divina."
Los dioses tenían, en los misterios, su contrapartida subjetiva; del mismo modo
que jerárquicamente regían los planos del universo y del mundo, tenían su directo influjo
y correspondencia en los cuerpos o principios del individuo, imagen, asimismo, del
cosmos. Así reconocía Pitágoras la divinidad en el ser humano y toda su enseñanza
obedecía al plan último de manifestarla.
Al respecto, comenta Hierocles: "La ignorancia de lo que hay de mejor (en el
hombre) sirve fatalmente a lo que de peor hay en él. De esa servidumbre hay que
liberarse y su único medio es el retorno, por la empresa de la reminiscencia, hasta llegar a
lo inteligible y a Dios."
Por lo inteligible, forma abstracta de la inteligencia, entendían los pitagóricos la
superconciencia divina. El fragmento mencionado de Hierocles lleva implícito el
reconocimiento de las vidas sucesivas o teoría de la metempsícosis, para la realización
progresiva del dios interno que duerme en todo ser y es ideal de toda perfección
finalmente alcanzada.
Menciona también ese famoso comentarista la ayuda que los poderes
intermediarios, servidores de la evolución individual, prestan como mediadores para que
alcance el hombre ese estado divino: "Es necesario —dice— que exista otra índole de
dioses, más estimables que los hombres, pero menos elevados que los dioses inmortales,
por mediación de los cuales se aproximan ambos extremos…
_________
1 Conviene distinguir ese Plutarco, filósofo ecléctico, discípulo de Jámblico, del llamado gran Plutarco de
Queronea.
Su estado de conciencia no cesa jamás. A veces se les llama héroes glorificados, y otras,
genios terrestres."
En cuanto al sentido ético del VERSO, dice Hierocles: "Un corazón divinamente
inspirado y sólidamente firme, nos une a Dios, porque es preciso que lo semejante atraiga
a lo semejante... Todo aquel que hace de su alma una imagen divina, la prepara como un
templo para recibir la divina luz. . . Dios no tiene sobre la tierra lugar más habitable que
un alma purificada."
"... Respeta la palabra dada"
Ese básico axioma pitagórico, debía presidir, ante todo, la conducta del afiliado a
su escuela. Debía poseer una integridad, una honestidad intachables. Su palabra,
equivalía al mejor juramento. Por nada era capaz de traicionarla. Aquel que había
recobrado en el segundo grado de la enseñanza pitagórica la palabra, después del
prolongado, preceptual silencio, la estimaba en oro y hacía que los demás así la
valoraran. Hablar, equivalía a dignificarse y a dignificar la escuela. La palabra del
pitagórico era la piedra angular de su doctrina práctica, porque valía "más que el silencio
mismo" para aquellos pitagóricos que tan altamente valoraban el silencio.
Dice Hierocles: "Nosotros llamamos juramento a la observancia de las leyes
divinas... Sólo aquellos que practican sus virtudes pueden guardar santamente en la vida,
la fe jurada, la religión del juramento... Conviene, sin embargo, guardar su utilización
para las cosas importantes y necesarias, y para aquellas circunstancias en las cuales no
aparece otra vía de salvación fuera de la testificación del juramento... Venera, pues, la ley
y obedécela en el orden que sea establecida."
"Honra luego a los héroes glorificados..."
Comenta Hierocles: "Llámameles glorificados porque son benignos y
constantemente luminosos. Se llaman héroes por su etimología de Eros, el amor, ya que
ellos nos enseñan a amar y nos elevan y transportan a la mansión divina."
Los héroes glorificados eran los verdaderos protectores invisibles que siempre y
de manera instintiva ha invocado y venerado el hombre. Los ilustres antepasados, los
grandes legisladores, padres de la patria, bienhechores de la humanidad, y todos aquellos
desencarnados que por su superior calidad humana "nos aman, nos elevan y transportan a
la mansión divina", constituyen para la humanidad un escudo protector, una permanente
guardia espiritual, una protectora cohorte angélica consagra da a nuestro cuidado.
"... consagra por fin
a los genios terrestres
rindiéndoles también debido culto."
Los genios terrestres de los VERSOS eran los espíritus de la naturaleza o
elementales, mediadores de toda dádiva, los que guardan los arcanos de la Gran Madre
del Mundo y los secretos de la naturaleza.
"Los llaman terrestres —comenta Hierocles— para dar a entender que pueden
mezclarse en los asuntos humanos, introducirse en cuerpos perecederos y habitar sobre la
Tierra." No imaginemos que ese VERSO prescribe honrar a genios de índole inferior.
Ninguno de los seres inferiores debe ser honrado por el hombre que ama a Dios y que
posee el sentimiento de su dignidad. Más, ¿qué honra debemos a esos genios terrestres?
"La de cumplir todo aquello que concierne a sus leyes."
No se puede realizar ningún ritual; no se puede operar ninguna obra de magia —
entiéndase magia blanca o teurgia— sin la intervención de esos genios elementales. El
antiguo comentarista se refiere a ese punto cuando menciona que su intervención sólo
debe servir "para todo aquello que concierne a sus leyes" o sea, a los principios
superiores del hombre. Por la intervención de estos seres elementales se llega a poseer el
dominio de las fuerzas terrestres y de los poderes que otorgan. A través de ellos se
desdobla el significado de los mismos elementos hasta alcanzar su más elevado sentido
místico.
"Honra a tu padre, a tu madre y a tus próximos parientes"
Nuestros padres son imagen, en la tierra, del gran padre y madre celestes. Por ello,
manda Pitágoras honrarlos como símbolos trascendentes y como significación humana,
como progenitores a los que debemos el sacrificio —acto sacro— de otorgarnos el
cuerpo, vehículo de experiencias, templo en que debe morar la divinidad, oportunidad de
que el alma crezca. Ellos —los padres— son también imagen encarnada de las huestes
angélicas por el amor y la constante proyección benéfica que nos dispensan desde nuestro
advenimiento a la vida. Esa entrañable cadena de amor, la consideraba Pitágoras de
primera categoría en una sociedad bien constituida, fundamentada en el respeto y en el
mutuo reconocimiento.
"Si es bello obedecer a Dios —dice Hierocles a propósito de la mencionada
estrofa— lo es también obedecer a los padres. Y si la obediencia debida a Dios y a los
padres encamina a idéntico fin, es una gloria que no nos cuesta ningún combate... Al
amar, atender y servir a los padres, cumple el hombre la ley de la virtud y paga el tributo
que la naturaleza exige."
"Escoge por amigo al más destacado en virtud"
"Si por un lado nos exhorta el maestro —prosigue el comentarista— a honrar a
padres y parientes, nos incita, por otro lado, a la selección en cuanto a la amistad.
La persona de un padre o de un hermano debe requerir nuestro respeto. Pero a los demás
mortales, sólo la virtud los hace respetables."
En la elección de amigos, por tanto, actúa la discriminación, la autoelección; la
norma impuesta y el libre albedrío. La posesión de un amigo representa, en cierto modo,
un acto creador, un producto de nuestra voluntad. Cuando más alto y excelso sea nuestro
ideal de la vida, la afinidad electiva se hallará en consonancia con esa unión maravillosa
y formativa de seres de índole superior.
Sin embargo, el consejo del maestro y el comentario del discípulo, no pueden
trazar una línea absolutamente condicional a la amistad. De los comentarios de otros
discípulos directos, se infiere el consejo del maestro de que, una vez establecida una
amistad, se debe escribir en la arena las faltas posibles del amigo. O sea que, al mismo
tiempo que disculpamos sus errores, debemos ayudarle a superarlos. El amigo verdadero
constituye el mayor privilegio, el mayor tesoro que la vida puede ofrecernos. Los
pitagóricos han sido los que más altamente han valorado la amistad.
"Atiende sus dulces advertencias y aprende sus ejemplos. Discúlpale sus faltas
mientras puedas evitando todo juicio severo; ya que lo posible se halla cerca de lo
necesario."
Confirman estos VERSOS el comentario anterior. Dice Hierocles al respecto:
"Cuanto de mejor poseas, debes ofrendarlo en bien de la comunidad. Cede con dulzura a
las sabias insinuaciones de los amigos, ofreciendo a los que ames los verdaderos bienes
que te pertenecen. Que ni riquezas, ni glorias ni ninguna cosa perecedera, sea nunca
motivo de desunión... Nunca debes, por tanto, juzgar a los amigos con rigor inflexible,
sino mostrarte paciente y tolerante siempre. Guarda la ley de la justicia, no solamente con
respecto a los que se comportan con equidad, sino, más aún, con aquellos que nos tratan
injustamente, con el fin de evitar sus desvíos. Daremos, por tanto, a la amistad toda la
categoría que ella exige."
"... Sé razonable.
Acepta las cosas como son. Acostúmbrate a vencerte.
Sé sobrio en el comer, activo y casto."
"Tales son las cosas —glosa Hierocles— de las que es necesario reprimir los
excesos, situándolas en su propio rango, a fin de que no turben nuestra razón.
Esforcémonos, pues, y mediante una estricta disciplina, sometamos a orden todo lo
razonable."
Esa era en todo la divisa pitagórica. Que todo ocupara su lugar, que nada faltara
en el individuo completo, pero sometido a orden dentro de las leyes de la armonía. De
todo, la medida. Y especialmente, que nunca avasallen la manifestación de lo superior
aquellas necesidades de orden físico. La disciplina de tales necesidades hará que el
hombre aproveche a la par la salud y el dominio conquistado sobre sí mismo.
"El conocimiento de nosotros mismos —añade el pitagórico—• y el respeto que
de ello resulta, nos conducen a apartarnos de todo acto indebido."
"Nunca cometas actos deshonestos de los que puedas luego avergonzarte, ni en
privado ni en público. Ante todo, respétate a tí mismo."
El sentido de la dignidad que se deriva de esos VERSOS, da el tono de la pureza de
los pitagóricos. Una pureza integral que, basándose en el dominio de los pensamientos,
sujetaba el impulso irreflexivo de las emociones y hallaba su encauzamiento en el
precepto filosófico del "Verso" gnómico del maestro.
A esta invitación a la recta conducta privada, añade el comentarista: "Que jamás
la soledad te conduzca a la realización de actos indignos, y que nunca la sociedad te
conlleve a excusar fácilmente tus propias faltas... Si adquieres el hábito de
autorrespetarte, tendrás contigo en todo lugar y momento una guardia íntima."
Séneca, ese filósofo español de formación pitagórica, decía al respecto:
"Conviene que nos respetemos a nosotros mismos, ya que nuestra alma es una
chispa divina."
"Observa la justicia en acciones y palabras.
No te comportes nunca sin regla ni razón.
Piensa que el Hado ordena a todos morir,
y que los fáciles honores y los bienes de fortuna son inciertos."
El hábito de la introspección maduraba la conciencia de los pitagóricos. "No te
comportes nunca sin haber reflexionado" era norma básica en la conducta de aquellos que
aspiraban a realizar la armonía en su vida como camino de perfección.
Dice Hierocles: "Todo aquel que sabe, merced a la prudencia, usar sanamente la
razón, obtiene por aliado el valor en los momentos difíciles. En los agradables le inclina a
la temperancia. Y en todas las circunstancias posibles, a la justicia... La prudencia, la
primera virtud mencionada, nos otorga la perfecta disposición de la esencia de nuestra
condición razonable y, por ella, reina el buen orden en todas nuestras potencias. Así, el
arrebato se transforme en voluntad y esfuerzo, la codicia en espíritu de renuncia, la
justicia en una alta forma de mesura y por ella, en fin, nuestra humanidad perecedera se
engalana con esa abundante profusión de virtudes inherentes a la inmortal humanidad...
No somos, en verdad, dueños de conservar aquello que no depende de nosotros: ni el
cuerpo ni los bienes de fortuna, o sea, todo lo que no entra en el ámbito de nuestra
esencia racional. Pero sí podemos, con virtud, recibir esos bienes y deshacernos
virtuosamente de ellos cuando se nos quiten. Ello depende de nosotros. La prudencia nos
aconseja servirnos del cuerpo y de las riquezas para embellecer nuestra alma y emplearla
en el servicio de la virtud. El solo medio de manifestar la reverencia hacia los dioses y la
justa medida de la práctica de la justicia, es habitual la razón a saber usar, mediante la
virtud, el bien en todas las circunstancias... Llega un momento en que, aun en aquello que
nos sobreviene en forma aparentemente casual y sin orden, no nos comportamos
arbitrariamente, sino que nos damos cuenta, con exactitud y nobleza, de las causas que
generan tales acontecimientos, y las soportamos sin acusar de ello a aquellos que nos
conducen y que distribuyen a cada cual lo que por sus méritos requiere, no juzgando
dignos de idéntica suerte a los que, en una vida anterior, no se hayan comportado
debidamente... La Providencia da a cada cual según su merecimiento y ya que nuestra
alma es inmortal, no debemos nunca imputar la causa de nuestras desgracias a los que nos
guían y gobiernan, sino a nosotros mismos. .. Por los altos métodos de vida y por las
juiciosas representaciones que de nosotros hagamos, conduciremos nuestra alma hacia
mayores alturas."
"... Que las pruebas de la vida vienen por voluntad divina.
Sea adversa o favorable, alégrate siempre de tu suerte, más trata con noble tesón
de mejorarla. Piensa que el destino es más benévolo para los buenos que comprenden, y a
sus designios se ajustan."
Dice a este respecto el comentarista alejandrino: "Si Dios, que nos protege
distribuye a cada cual, según su dignidad, lo que más le conviene y siendo Él ajeno a las
causas que nos hacen dichosos o infelices, se infiere que ÉL, el supremo maestro, nos
otorga, conforme a las leyes de la justicia, las merecidas retribuciones... Dios, en efecto,
no se obstina nunca en recompensar o castigar a un hombre con preferencia a otro, sino
tratarlo conforme él mismo se ha hecho. Y esa causa, está en nosotros... Si no hubiera
providencia divina, no habría orden en el mundo. Y ese orden se llama destino" (moira o
karma).
En otro lugar, afirma: "Las afanas de los hombres han salido de la misma cratera
que los dioses cósmicos, que los genios y los héroes glorificados... Todo ello nos enseña
que hemos de soportar con dulzura todo incidente de la vida, y es necesario, en lo que
esté en nuestro poder, tratar de remediarlo dándonos cuenta de sus causas a través de
atentas reflexiones... Pensemos que el alma no muere al morir el cuerpo. Prevaleciendo,
pues, sobre nuestro nacimiento y nuestra muerte, se deduce que ella es de otra naturaleza
que el cuerpo mortal, y de constitución eterna... Es evidente, pues, que ya existía antes de
venir a la vida física. Es, pues, el alma humana una de las obras imperecederas de Dios
que la ha creado y de su divino origen se deriva su acercamiento a la divinidad."
Esos notabilísimos comentarios al gran Pitágoras, patentizan, de manera bien
clara, la doctrina de la metempsícosis o palingenesia, llamada posteriormente
reencarnación, y de la moira o karma, así como la naturaleza divina del alma humana, su
evolución infinita y su constitución cósmica.
La virtud la entendían los pitagóricos como manifestación creciente de la
armonía, vehículo del gran orden universal dentro del tiempo o manifestación. La ética
pitagórica es armonía, como lo es su estética, su mística y su filosofía. Como lo es su
obra en un punto de la historia y en su proyección posterior.
Por tanto, cuanto más nos acercamos por la armonía del pensamiento, de las
voliciones y del equilibrio físico, a ese orden que es ley del universo, más nos
aproximamos, por gravitación vibratoria, a nuestra perfección, a ese estado divino de que
habla Hierocles. La maravillosa arquitectura doctrinal de los pitagóricos, es permanente e
inviolable, como inviolable son las leyes directas de que derivan.
"Mucho se habla y mucho se enjuicia sobre diversos temas.
No los acojas con admiración ni tampoco los rechaces. Más si advirtieres que el
error triunfa, ármate de paciencia y de dulzura."
La misma actitud serena y confiada que se infiere del comentario anterior, halla su
aplicación en esa moderada disposición que el maestro Pitágoras preconiza en sus
VERSOS. No hay que impacientarse ni indignarse ante la falsedad, de la índole que sea.
Hay que mantenerse dúctil, sin cristalizarse ni fanatizarse, aun al considerar transgredidas
esas verdades esenciales. ¿Quién sabe lo que finalmente puede reservarnos el destino?
La tolerancia era, entre los pitagóricos, consecuencia de esa elegancia interior que
hacía que nunca se descompusiera el equilibrio en el orden manifestativo del individuo
acogido a su escuela. El conocimiento de la sicología humana, derivado de la astrología y
otras ciencias relacionadas con el individuo integral, otorgaban esa índole de tolerancia
que otorga el interés hacia los demás, la indagación de las causas de sus actos, de los
aciertos y los errores, y esa actitud generosa, natural en toda alma superior.
Dice Hierocles: "Acostumbrémonos a servirnos del amor a la palabra con perfecto
discernimiento a fin de que, si nuestra avidez de escuchar nos lleva a soportar cierta
índole de discursos, nuestro juicio nos haga repudiar los malos. Escuchemos con
indulgencia las falsedades, y aprendamos, a través de esta experiencia, de cuantos males
nos hemos purificado."
"Observa estas razones en toda circunstancia:
que nadie te induzca con palabras o actos
a decir o a hacer lo que no te corresponda."
"Aquel que ha aprendido a respetarse a sí mismo —dice el comentarista— y no
osa cometer, solo ni en compañía, actos deshonestos; y no sólo éstos sino que es capaz de
alejar de sí hasta el pensamiento de ellos, logra, en razón del guardián que hay en sí
mismo, hallarse en condiciones de comprender esos preceptos. Aquel que se halla
impuesto de su propia dignidad, jamás se deja seducir por el halago, ni envilecer por el
temor. Así pertrechado, nadie en el mundo podrá jamás inducirle a proferir palabras o a
realizar actos que no se ajusten a su recta razón... Todo acontecimiento exterior tiene por
finalidad el convertirse en instrumento del alma... Si conoces tu misma esencia,
conocerás todo aquello que por naturaleza te es afín y tendrás buen cuidado de no
apartarte de esa similitud."
La ley de las afinidades electivas o de las simpatías naturales tienen relación
directa con las leyes de atracción y ritmo de las fuerzas universales. Ese conocimiento era
fundamental entre los pitagóricos. Así, que el estudio completo de nuestra naturaleza
regía su moral y conducta, que era consecuente al estudio de esas concomitancias
armónicas entre el ser humano y el cosmos del que formamos parte. Porque todo
constituye, en último término, una maravillosa unidad.
"De insensatos es hablar y obrar sin premeditación.
Consulta, delibera y elige la más noble conducta.
Trata de edificar sobre el presente
lo que ha de ser realidad futura...
"Habituada al goce de las cosas bellas —dice Hierocles en sus comentarios—
nuestra alma, curtida en toda índole de combates, conserva intacta su determinación."
Los pitagóricos traducían siempre la virtud en belleza merced a esa pedagogía
estética que constituía la entraña misma de su ideal. Era como el arte viviente que tenía
por técnica todas sus manifestaciones. Todo era para ellos tema de elegancia. La
hermosura de la actitud interna, corría parejas, entre los pitagóricos, con su ahincado
tesón de ser y de aparecer bellos por dentro y por fuera. Así cumplían en su integridad la
ley divina. "Cuando el alma goza de iluminación —añade el comentarista— no desea
más que aquello que es idóneo a la ley de los dioses. Al ajustarse a su naturaleza, alcanza
a vivir con la divinidad, unificando su visión a la suya."
"No alardees de lo que no entiendas,
pero aprende siempre y en toda circunstancia,
y la satisfacción será su resultado."
Esa fórmula que luego hicieron suya en cierto modo los epicúreos, sirvió a
Hierocles para comentar: "Los mejores placeres son consecuencia de las más justas
acciones."
Indudablemente, una índole superior de goces recompensa a aquel que comprende
la ley y a ella ajusta sus pensamientos, sus sentimientos y sus actos. Es la música de la
vida. Es aquella corona del éxtasis que se ciñe el resplandeciente y la que loan las altas
potestades invisibles. Ese placer, pues, que contaba Pitágoras en sus VERSOS, diferenciaba
a los pitagóricos de aquellos otros filósofos estoicos o místicos o de fórmula teórica que,
en virtud de ciertas prácticas, habilidades o autodominios cercenaban su propia
naturaleza. Para los pitagóricos, el gozo de vivir matizaba, aterciopelaba y enriquecía, la
significación de los acontecimientos, intensificaba el valor de la vida como dádiva, y
alcanzaban a gozar de ella como del más maravilloso de los espectáculos. Y no era esa
una actitud de pura extraversión, aun de índole estética, sino que el pitagórico se
complacía asimismo en la autocontemplación y en la contemplación del alma ajena,
como una extensión de la suya propia. En esa forma altísima de goce, se hallaba una
sublime expresión de gratitud, equivalente a una eficaz oración.
"Jamás descuides la salud del cuerpo.
Dale con mesura comida, bebida, ejercicio y descanso,
ya que armonía es todo aquello que no perjudica."
Dice Hierocles: "Este cuerpo que nos ha sido dado para manifestarnos sobre la Tierra, no
conviene cebarlo con demasías ni agotarlo con un régimen insuficiente. Tanto un extremo
como otro son perjudiciales y privan al cuerpo de servir eficientemente y de ser utilizado
como es debido... Ante todo, conviene nutrir al cuerpo y desenvolverlo de manera que
llegue a ser, en todo lo posible, un instrumento de sabiduría, intérprete dúctil y eficaz del
alma... De ahí que no se nutrirá (el pitagórico) de cualquier índole de alimentos, sino sólo
de aquellos que le sean convenientes. Hay que evitar la densificación del cuerpo, y la
atracción de determinados influjos etéreos que inclinan al alma a las más bajas y
materiales vibraciones... Al proscribir excesos y defectos, los "Versos" nos enseñan la
medida en la nutrición. El justo medio, la "exacta proporción" pueden conducir a ese
equilibrio que nos hace fácilmente domeñable la inclinación a la glotonería, al excesivo
sueño, a la lujuria y a la cólera. Esto aleja toda inclinación a la tristeza, reprime todo
arrebato, y aparta del camino de la vida todo aquello que puede distanciarnos de la inteligencia
y de Dios."
Ese comentario del destacado pitagórico señala la importancia que concedía el
maestro al régimen de vida en su escuela de Crotona. Prescribía formalmente el ayuno
durante las místicas festividades de la tetractys o cruz cardinal del año, cuando ocurren
los ingresos del sol en los solsticios y en los equinoccios. Esos ayunos eran de ritual en
los misterios antiguos. Su observancia, qué se completaba con abluciones, lustraciones y
ejercicios, admitía, según la tradición, bebidas de hidromiel y esencias de plantas de
determinadas virtudes, en concordancia con el predominante influjo de los astros.
Tales prácticas no dejaban de ser sabias medidas de higiene corporal y síquica.
Entrañaban una eficacísima y metodizada profilaxis natural preventiva que desintoxicaba,
por proceso rítmico, el cuerpo y el alma de las impurezas acumuladas.
Pero, aparte esos cuatro breves periodos anuales, el maestro tenía buen cuidado de
no caer en extremos de ningún género. "Observad en todo el justo medio razonable",
aconseja en los VERSOS ÁUREOS.
La eficacia de esos regímenes estrictamente puros, tienen que ser rítmicos, no
habituales. El hábito adormece, estratifica, anula. La prosecución hace el fin inerte. Todo
en el universo está sujeto a ondas rítmicas. El secreto de esos ritmos se halla en la
naturaleza y sus ciclos de revitalización. Se infiere, pues, de la lógica y del testimonio de
los antiguos comentaristas y biógrafos del maestro Pitágoras que, como filósofo de la
armonía, sabía que la salud perfecta depende de ese justo sentido del equilibrio que
concilia la pureza con la fuerza, la sensibilidad con la resistencia, la capacidad de goce
con el dominio de las pasiones.
Todas las actividades de la escuela se hallaban contrapesadas por esa ley
astrológica de los ritmos: método, actividad, descanso, contactos directos con lo superior,
identificación consciente con las leyes de la naturaleza y la magia natural derivada.
La pulcritud de los pitagóricos en todas las cosas era proverbial. Pero la limpieza
no debía ser sólo externa, sino que del cuerpo y las costumbres, trascendía a los valores
anímicos. Ya que, si las mencionadas catarsis tetrácticas purificaban la sangre de toxinas,
reajustaban todas las funciones del organismo y rejuvenecían los órganos cansados,
también prestaban lucidez a la mente, agilidad a la percepción y estimulaban las
actividades del espíritu.
"Habitúate a vivir sencilla y pulcramente. Evita siempre provocar la envidia. No
realices dispendios excesivos como aquellos que ignoran la medida de lo bello.
No seas avaro ni mezquino, y elige en todo el justo medio razonable."
Esa "justa medida" de que hablábamos, conducía a los pitagóricos a una vida
gozosa, completa y llena de sentido. Todo en el instituto era bello, pero sencillo, regido
por la "divina proporción" de los números y de la armonía. Y aquel ambiente de
hermosura y de bienestar que allí se respiraba, no inclinaba a la molicie ni a la codicia. Su
acción pedagógica era el complemento directo de la sabiduría de las enseñanzas dadas en
el instituto.
Por ello, ese altísimo, sideral concepto de la belleza, lo mismo emanaba de las
cosas de arte que ornaban la mansión —las bellas pinturas murales, los frisos en relieve,
los símbolos, los muebles y utensilios, las estatuas alegóricas— y realizaban una especie
de labra silente de los acogidos al instituto, así en su cuerpo como en su alma.
Eran, a la par, asignatura y juego, allí, la gimnasia rítmica, la danza —a través de
todas sus expresiones glosadas, líricas o simbólicas, como las danzas planetarias—; la
música, la oratoria, no en su modalidad tribunicia, sino como forma de bien decir; la
recitación, las artes plásticas. No menos influían las asignaturas laborales, el cultivo de
frutos y flores, poner acordes los chorros del agua de fuentes y surtidores, el
amaestramiento del canto de las aves canoras. Y por fin, el influjo de aquel cielo y aquel
mar y aquella naturaleza de privilegio, constituían un acicate creciente hacia toda forma
de trabajo de perfección y de gozo. Era, pues, justa fama la que gozaban los pitagóricos,
en tal medio y bajo tales preceptos pedagógicos, de elegantes y hermosos. El mismo
Pitágoras era, según sus biógrafos, en toda edad, un ejemplar incomparable de majestad y
de hermosura humana, semejante a un dios.
Hierocles dice, del ambiente del instituto: "Todo hacía progresar hacia la belleza."
"No te empeñes en hacer lo que pueda perjudicarte.
Reflexiona bien antes de obrar..."
"Es preciso, a propósito de este verso —dice el comentarista—, que aquellos que
poseen el amor de los divinos bienes, cuiden con esmero de no dejarse arrastrar hacia
prácticas no útiles, tratando de frenar toda posible inclinación a tener por el cuerpo un
exceso de condescendencia, no permitirle la aflicción evitando caer en todo aquello que
impida su vuelo hacia la filosofía y todo cuanto le dé motivo de arrepentimiento.
Conviene pues, para evitar esos desagradables resultados, reflexionar bien antes de obrar
a fin de que el examen que suceda a la acción nos deje un recuerdo dulce."
En otro lugar, añade: "Todo aquello que va contra la recta razón; todo lo que se
opone al ejercicio de la ley divina; todo lo que nos impide parecemos a Dios, daña
nuestra existencia verdadera."
"... No permitas que el dulce sueño cierre tus párpados, sin analizar las acciones
del día.
¿Qué hice? ¿En qué falté? ¿Qué dejé de hacer
[que debiera haber hecho?
Y si en el examen hallas falta, trata de enmendarte,
más si has obrado bien, regocíjate de ello."
En esa práctica introversiva residía el motor de la acelerada evolución del pitagórico. Así
se curaban de todo atisbo de remordimiento, como insinúa Hierocles, esa condición que
tanto minimiza al individuo y le resta su integridad, su fuerza y su confianza en sí mismo.
En esa fórmula diaria de autoconfesión, quedaba liberado de la ganga negativa del día, y
su voluntad ejercida como vínculo del dios interno, le lavaba de toda mancha gravosa
para la conciencia y quedaba limpio y fuerte, sano de cuerpo y de alma, con una optimista
disposición para el nuevo día.
Al convertirse en juez de las propias faltas, poseyendo el secreto de su dominio en
el propio pensamiento, atacando el mal en sus propios orígenes, cada pitagórico era un
código viviente de moral insobornable: vida, no teorías, caracterizaba su conducta.
La evolución del pitagórico se basaba en una óptima pedagogía del hombre
integral: así, la causa de sus faltas y debilidades no se achacaba a los cuerpos inferiores.
Por ello, en el instituto pitagórico la disciplina era un simple juego, un método deleitoso.
No existían allí los suplicios ni las mortificaciones, ni ninguna forma de estancamiento
síquico en lo negativo. El propósito lo era todo. O sea, la liberación en la oportunidad
próxima, la fe en el futuro. El propósito se generaba en la pureza de los deseos y en la
arquitectura filosófica del pensamiento.
La belleza llenaba los ocios, la contemplación de la naturaleza los asuetos. Todo
ello facilitaba esa utilísima costumbre de encontrarse a sí propio al fenecer la jornada, en
el acto de introversión que realizaba cada pitagórico antes de rendirse al dulce sueño.
¡Qué remonte, luego, el del alba, qué paz en el espíritu, qué armonía en el
pensamiento, qué gozo interior, sintonizado con la alegría de la gran alma del mundo!
"Al conllevar un juicio de todos nuestros actos —nos dice el comentarista— esos
VERSOS nos ordenan la continua presencia de la ley que conserva y guarda intacta la
rectitud de nuestro juicio... Prontos a librarnos al sueño, apelamos al tribunal de nuestra
conciencia. Ese examen es a modo de un cántico a Dios, a Él elevado. Entonces, si el
examinado halla que ha transcurrido su jornada en armonía con las reglas dadas, se
corona a sí mismo con los frutos de la alegría divina."
El pitagórico Diodoro Sículo, hace notar en sus comentarios, a propósito de esa
utilísima práctica diaria, que el recuerdo de todas las acciones del día, desarrollaban en
forma inusitada la memoria. Era un óptimo ejercicio de mnemotecnia, ya que obligaba a
registrar en el espíritu la sedimentación de las experiencias todas del día, desde la mañana
hasta la noche.
"Trata de practicar estos preceptos. Medítalos y ámalos, que ellos te conducirán
por la senda de la virtud divina. Lo juro por Aquel que ha transmitido a nuestra
alma la tétrada sagrada, inmenso y puro símbolo, fuente de la naturaleza, de curso
eterno."
Los exégetas del pitagorismo concuerdan en que esos últimos VERSOS, añadidos
sin duda por los epílogos de la doctrina de la escuela de Atenas o de Alejandría, se
refieren al propio Pitágoras, su maestro. Parece ser que, al darse exotéricamente al
público muchas de sus verdades, se seguía la costumbre establecida en la escuela para los
alumnos del primer grado —los acustikoi u "oyentes" de no nombrar al maestro, sino
sólo aludirlo. En este caso, la palabra Aquel equivalía al nombre de Pitágoras, el que
había transmitido al alma de sus discípulos la "tétrada sagrada", ese cuaternario simbólico
que regulaba toda la vida de los misterios y el significado de los cuatro elementos de la
naturaleza y el cosmos, la cruz cardinal del zodíaco en la que se encuadraban los cuatro
rituales místicos del año. Sobre esa "tetractys" se desenvolvían las prácticas y los grados
de la escuela pitagórica. A ellos hace alusión el último VERSO: "la Tetrada Sagrada, fuente
de la naturaleza, de curso eterno."
"No inicies obra alguna, sin antes rogar a los dioses que en ella colaboren."
Los pitagóricos interpretaban ese VERSO en una forma eminentemente práctica.
Era para ellos una divisa de virtud operante.
Así lo afirma Hierocles: "No debemos contentarnos con simples fórmulas de
plegaria sin aportar al ruego un positivo esfuerzo. La virtud, en sí misma, es ya imagen de
Dios. Y toda imagen, para ser engendrada —o realizada— tiene necesidad de un modelo
que, por sintonización, nos ponga en contacto con lo bello. Así, pues, los que quieran
aplicarse a la virtud activa, nieguen. Y los que rueguen —como inmediata finalidad del
ruego— traten de actuar para vivir prácticamente la virtud."
No queremos dejar aquí de citar unos comentarios interesantes a esos VERSOS, del
gran pitagórico Proclo: "La plegaria no debería ser una invocación a los dioses para
obtener favores, sino formularla pura de toda compensación divina, con el aliento del
alma virtuosa hacia la fuente de toda perfección... La esencia de toda plegaria es una
conversión del alma a lo divino; su inmediato efecto, la virtud; su finalidad suprema, la
absorción en la divinidad. Los hombres se equivocan a menudo. Imaginan que Dios se
aparta o se aproxima a ellos, y que el efecto del ruego es atraerlo y hacerlo descender
hasta el nivel humano. Dios se halla siempre y doquiera presente, íntimo a nuestras
almas, o más bien nuestras almas se hallan en Él. Cuando creemos que se acerca a
nosotros, somos nosotros quienes, por la virtud, el amor y la plegaria, nos aproximamos a
Él, vinculándonos más estrechamente con su pura esencia, merced a la porción de nuestro
ser que se le asemeja. Dios no desciende, sino que es el alma la que a Él se remonta."
"…Y cuando te hayas familiarizado con esta costumbre, sondearás la esencia de
hombres y dioses y conocerás, de todo, el principio y el fin."
La identificación con esa esencial captación de la doctrina, o sea, su lento proceso
de asimilación hasta convertirla en una inalterable moral propia, era la finalidad de todo
el aprendizaje y maestría asimilados en los cuatro grados en que se subdividía la
enseñanza de la escuela pitagórica.
La naturaleza de los dioses, de la que se hace mención en esos VERSOS se
convertía, al fin, en algo que el discípulo debía desvelar en sí mismo, ya que en todo
hombre mora un dios posible. Evocarlo mediante el anhelo o la oración, era el primer
requisito. O sea, darse cuenta del dios, aunque de momento no sea más que como una
ideación, como una evocación externa, y establecer el vínculo de unión —la yoga de los
orientales— con la entrevista divinidad. Así, poco a poco, se iba efectuando en ellos la
incorporación viva del VERSO ÁUREO
La divinidad evocada como ser objetivo se iba descubriendo, revelando por la virtud, la
sabiduría, el amor, «I sentido de la belleza, el valor de la filosofía y por las prácticas de la
magia natural que constituían el ritual básico de los misterios. Era un objetivo seguro, un
ideal sublime la meta a la que, por propio esfuerzo de superación, lograban los
pitagóricos. Era el ideal insobornable que algún día todos deberemos alcanzar."
Entonces, la plegaria, en vez de demanda, se trueca en confirmación. Es el
instrumento, en suma, de la unión entre la personalidad humana y su yo superior, entre el
hombre-bestia (instinto-razón) y el hombre divino (intelección-espiritualidad). La
plegaria para los pitagóricos era, pues, un consciente acto de magia, puesto que lo era de
integración biológica del individuo armónico, completo, cósmico. Entonces la plegaria
deja de ser fórmula aprendida, mecánicamente repetida, para devenir fuerza viva, palabra
vínculo, enlace beneficíente, grato a los poderes que rigen el universo y el hombre.
"Conocerás también oportunamente la unidad de la naturaleza en todas sus
formas. Nunca entonces esperarás lo inesperable, y nada te será ocultado."
"La naturaleza, al modelar este universo aparente -dice Hierocles— sobre la
divina armonía, la ha hecho doquiera, en virtud de esa identificación, diversamente
semejante a sí misma, reflejando la divina hermosura a través de todas las formas en el
mundo manifestado... Aquel que conoce los límites que el organizador del mundo asignó
a cada ser que los conoce tal y como fueran creados (a los seres); que mide a través de
Dios mismo su conocimiento, observa el ser con la máxima exactitud este precepto: Soy
dios y conozco de todo la mejor medida."
Esta medida a la que hace mención el pitagórico alejandrino es aquella en la cual
el maestro cifraba "el justo medio razonable" en todas las cosas, el tono del equilibrio
interno y externo, acordado al diapasón de las estrellas. Este sentido de la medida se
manifestaba en la vida, a través de la más alta y perfecta actitud filosófica. Ante la
maravilla de la manifestación, en el mundo y en el individuo mismo, el pitagórico se
situaba en una actitud de espectador.
El pitagórico se hallaba exento de ese árido desprecio por las cosas materiales que
caracterizaban al estoico, y de esa filosofía del placer en que cifraba su ideología, el
epicúreo. El pitagórico, como ser armónico, mantenía; en toda circunstancia la capacidad
de captación y asombro, de maravillamiento y de adoración por las cosas y los seres, que
nos hacen aptos para dilatar y asimilar todo ámbito de experiencias, sean de orden
ideológico como artístico, espiritual o moral.
Esta forma de humanismo integral de raíces divinas, convertía al pitagórico en un
ser humano tolerante y completo ni renunciador ni sensual. Jamás se colocaba al margen
de la corriente riquísima de la vida sino que, consciente de su rumbo, maestro de su
timón, navegaba a merced de la corriente, gozoso de todos los dones que a su vista se
ofrecían.
En posesión, pues, del conocimiento y razón de los acontecimientos y de las
cosas, podía transferir a sus) pensamientos y a sus actos, una capacidad alerta y despierta
para reconocer siempre la índole de su mensaje, el índice de su belleza y la superior
categoría de todo.
Ello confería al pitagórico una noble seguridad ante toda circunstancia, un
dominio absoluto del medio y de sí mismo, y una fe ilimitada en el curso divino de los
días y en su don renovado. Ya que, conocedor como nadie de los resortes de la ley y de la
evolución, sabía celar los síntomas que obedecían a toda causa oculta de la potencialidad
celeste, o sea, el reflejo de lo universal en lo temporal. Porque, como dice el VERSO
último comentado, al que tal actitud alcanza, "nada le será ocultado".
"Sabrás también que los males que aquejan a los hombres
han sido por ellos mismos generados.
En su pequeñez, no saben ver ni entienden
que tienen muy cerca los mayores bienes. Pocos conocen
el secreto de la felicidad, y ruedan como objetos
de acá para allá, abrumados de múltiples pesares.
La aflictiva discordia, innata en ellos, limita su existencia,
sin que se den cuenta. No conviene provocarla, sino
vencerla a menudo, cediendo..."
Hierocles nos da la clave esotérica de estos VERSOS en la siguiente frase de su
glosario: "Aquel que quiere, en efecto, escapar a los males, debe ante todo dejar a un lado
su naturaleza perecedera, ya que no es posible que aquellos que con ella se confunden,
puedan evadirse de sus maléficas consecuencias." Ello confirma que los que subyugan
mente y deseos a su "naturaleza perecedera" o sea, a sus principios inferiores, atraen
sobre sí esos males, puesto que se han colocado al margen de su propia divinidad,
privándose de las excelencias de su relación con ella, en cuya intimidad viven los
inmersos en la pura eclosión de su luz. Aquellos, en fin, que tienen los ojos y los oídos
siempre atentos al recobro de los perennes bienes, por su facultad de propia elevación, se
libran de los males atañentes al inferior estado.
Con ello, el maestro alejandrino pone de manifiesto ese "libre albedrío" que la
filosofía pitagórica otorgaba a los educados integralmente en sus enseñanzas y en sus
principios. Ese concepto de liberación nos da idea de hasta qué punto la misma excelsa
estructura de sus leyes, de fundamento universal, eran trascendidas— al ser por este
mismo hecho incorporadas —por aquel que alcanzaba a ser, por su identificación con el
corazón de la divinidad, él mismo la ley. A ello hace referencia esa oscura estrofa final:
"vencerla, cediendo". O sea trascendiendo lo limitativo, superándolo. Porque el mal, en
ciertas etapas de la evolución, deviene el mayor bien. El dolor, golpeando y dañando la
tosca materia, plasma al dios oculto según el modelo arquetípico. Nadie como Plotino el
maestro neoplatónico de Alejandría, ha llegado a plasmar tan poéticamente esa imagen de
la doctrina esotérica, pitagórica al hablar de "la propia estatua que cada cual debe
desbastar, pulir, rectificar y embellecer, hasta hacerla digna de ocupar el áureo trono de la
divinidad."
"…¡Oh Zeus inmenso, padre de los hombres!
Tú puedes liberar a todos de los males que les agobian
si les muestras el genio que les sirve.
Mas ten valor, que la raza humana es divina.
La- sagrada naturaleza te irá revelando a su hora
sus más ocultos misterios. Si te haces partícipe de ellos,
fácilmente lograrás la perfección.
Y sanada tu alma, te verás libre de todos los males."
"Los pitagóricos —dice el comentarista— tenían la costumbre de honrar, bajo el
nombre de Zeus, al creador y padre de todo el universo... Aquellos precursores que
impusieron un nombre a las cosas con tan grande sabiduría, se esforzaban, a manera de
excelentes escultores, en manifestar a través de los nombres, como de las imágenes, las
virtudes mismas de las cosas expresadas."
En este concepto, deja entrever Hierocles el principia de la magia de la palabra, la
misma raíz originaria, el Hieros-Logos de Pitágoras: "Los nombres poseen las mismas
virtudes de las cosas expresadas." La invocación, pues —cuando se realiza mediante el
vocablo total y exacto—, equivale a la misma presencia de lo evocado. La invocación a
Zeus con que comienza el verso, implica, según esa teoría pitagórica esotérica, la sublime
presencia del padre, lo que, en verdad, es operativo y viviente de su ley.
"Merced a ese oculto mecanismo —sigue diciendo Hierocles— es preciso ante
todo buscar la exacta propiedad de los nombres en las denominaciones que sirven para
designar las cosas eternas."
Con ello, sugiere el filósofo, aquello que todo iniciado debía callar: el orden y
eficacia de las palabras de poder que sólo se confiaba a los discípulos de los superiores
grados de la enseñanza. Entonces, al ser debidamente pronunciados, no eran sólo
nombres, sino virtudes y auténticos poderes actualizados. Las acompañaba su propio
trasunto vibratorio, su correspondencia con el ritmo universal. Ya que si las palabras no
tienen su apropiada conexión con los astros; si no se entroncan a lo superior mediante el
vínculo astral, no tienen auténtica efectividad. Esta es una de las más ocultas y eficaces
claves de la pronunciación de la palabra, o sea, del logos.
"Ahora abstente de carnes, que hemos prohibido en las purificaciones. Libera
poco a poco tu alma, discierne lo justo, y aprende el significado de las cosas. Deja
que te conduzca siempre, la inteligencia soberana."
Hierocles hace hincapié en esa alta pedagogía de la escuela pitagórica y en la
práctica de las purificaciones periódicas que hacían el cuerpo físico más dúctil, fino y
permeable a esa inteligencia superior que resplandece sobre el doble luminoso. He aquí
las palabras del comentarista: "Conviene desprenderse de toda mancha inherente al
contacto con la materia física, mediante las purificaciones tradicionales y sagradas, y
realzar entonces la fuerza que nos une a la divinidad para remontamos a las altas esferas."
Con referencia a esas purificaciones sagradas, habla de las preceptúales
abstinencias en los periodos mencionados, diciendo: "Esos versos nos incitan a restituir a
nuestra esencia humana, su plena forma perfecta." Es decir, que el cuerpo se halla sólo en
armonía con su propio cuerpo resplandeciente cuando la esencia o los átomos
permanentes físicos —la semilla inmortal de los cuerpos sucesivos de que habla la
sabiduría oriental— se sintonizan con las leyes universales en las épocas astrológicas
correspondientes y mediante las oportunas purificaciones o catarsis. Muchos de los
preceptos rituales de tales sagrados periodos se revelan, aunque en forma velada, en
algunos de los símbolos que hasta nosotros han llegado y que glosamos hasta donde es
posible hacerlo en el capítulo siguiente.
Todos los filósofos pitagóricos, con Hierocles, hacen alguna referencia a ese
cuerpo vital o intermedio llamado por nosotros vehículo síquico o del alma que, según la
evolución del individuo, gravita hacia su parte divina o resplandeciente, o se encenega en
las densidades de la materia. El valor fundamental de las purificaciones o catarsis
periódicas, consistía en aligerar o diafanizar el cuerpo físico, haciéndolo menos denso y
facilitando entonces la unión del vehículo intermedio con el sublime cuerpo sutil y solar,
aquel que Platón llamaba el arquetipo o imagen de la divinidad.
Citamos al respecto esa frase del alejandrino: “(Las purificaciones) sirven para
sanar radicalmente el «cuerpo vital» y obligarlo a desprenderse de la materia y gravitar
hacia ese lugar del éter donde radica su originaria felicidad y su asiento propio... Así,
alcanzando las purificaciones el alma, protegen también al carro luminoso (solar). Por
ellos (por el cuerpo y por el alma) ese carro deviene alado."
En cuanto al régimen de alimentación de los pitagóricos, que algunos
comentaristas opinan era estrictamente vegetariano, se infiere del desapasionado estudio
de los primitivos biógrafos y comentaristas de las enseñanzas del maestro, que las
prescripciones que prohibían de manera absoluta comer carnes de animales, se refería
sólo a los mencionados periodos de purificación. El régimen era estricto cuando no se
observaban rigurosos ayunos de precepto astrológico. A menudo se simultaneaban éstos
con bebidas de hidromiel en las que se mezclaban esencias de peculiar efecto según las
predominantes siderales. Por ley de simpatía, tales bebidas facilitaban la clarividencia y
procuraban la beatitud, como consecuencia de una apacible armonía. Algunas veces, y en
periodos propicios, otorgaban el desdoblamiento y el don de profecía.
"Y cuando emancipado de la materia seas recibido en el éter puro y libre,
vencerás como un dios a la muerte con la inmortalidad."
Como dice Hierocles, en esos VERSOS últimos, se definen "el más perfecto fruto
de la filosofía, el fin supremo del arte iniciático y sagrado."
Todos los comentaristas antiguos de los "Versos" pitagóricos, hacen referencias
más o menos veladas a los misterios.
El fin último de toda iniciación era la anastasis o "vida continuada". Ello requería
el desenvolvimiento metódico y progresivo de la conciencia hasta el punto en que, en
estado consciente, pudiera el pitagórico actuar a través del cuerpo o sin él.
De este modo después de la muerte física podía el iniciado darse cuenta, exacta y
serena, de su estado, y escalar las etapas intermedias de purificación y gradual conciencia
alcanzando sin atravesar tales etapas de sufrimiento y de prueba, aquel estado de plena
conciencia y felicidad, que, según la mitosofía, gozaban los moradores de los Campos
Elíseos, región de los bienaventurados, de los puros de espíritu en su cuerpo luminoso.
En el ser no inícialo, no liberado en vida de los lazos de la materia, ese estado
señalaba al fin, la culminación progresiva de una serie de estados purificadores de la
conciencia y significaba el enlace del ego entre una y otra encarnación, como define la
leyenda.
Hierocles nos dice al respecto: "Llegado el momento de la muerte, abandonado en
la tierra el cuerpo mortal, despojados de todo lo concerniente a su naturaleza, nos
hallamos prestos, como atletas luchadores por la filosofía, a emprender la ruta celeste.
Entonces nos reintegramos a nuestro primordial estado. Y somos deificados
(incorporados a nuestra naturaleza divina) en la medida en que los hombres podemos
equipararnos a los dioses."
IV
Los símbolos interpretados
Los SÍMBOLOS de Pitágoras, tan traídos y llevados en las diversas interpretaciones
de que han sido objeto a través de los siglos, constituyeron en sus orígenes la clave de un
lenguaje filosófico secreto.
Ya dijo Heráclito, a propósito de los SÍMBOLOS, que "se debía enseñar la doctrina
sin divulgarla y sin ocultarla". O sea, que lo que la revelara dependiera de las facultades y
de la evolución espiritual del que la oyere o leyere.
Esa forma de hermetismo en imágenes se convertía, pues, en la lengua creadora
por excelencia. Desentrañar el SÍMBOLO equivalía siempre a una autorrevelación. Al
levantamiento del velo de la limitación individual, se unía el vislumbre de lo que se halla
más allá de toda expresión externa. En el decurso de las pruebas impuestas en sus
misterios, tales interpretaciones, devenían para Pitágoras y sus más allegados discípulos,
un importante venero de conocimiento humano en sus reacciones síquicas sub y
superconscientes y de las facultades intuitivas e inteligibles.
Tales SÍMBOLOS requerirían una sucesión ascendente de analogías. Parece ser que
el sentido de cada uno de ellos, se desdoblaba. A través de los diferentes grados de la
enseñanza pitagórica, requerían una interpretación distinta de ese difícil lenguaje
simbólico.
Siempre y en todo caso, tenían la utilidad del requerimiento, constituyendo una
palanca ética, una sutil invitación al vuelo del pensamiento filosófico y al chispazo
perceptivo de la mente superior.
La finalidad de los SÍMBOLOS, en todas las categorías individuales y en las
distintas épocas, ha sido siempre, como primera finalidad, sugerir una actitud moral y
aleccionadora. Por lo demás, ese lenguaje indirecto, requeridor y trascendente, fue
bastante usado en la antigüedad, especialmente en el Cercano Oriente y en Egipto. Es, en
verdad de mayor eficacia que el impositivo.
Muchos de los SÍMBOLOS pitagóricos que han llegado hasta nosotros son apócrifos
o se hallan bastardeados. Con frecuencia, al ser transmitidos en forma oral, han pasado a
la posteridad a través de transcripciones o traducciones que fueron lentamente torciendo o
tergiversando su expresión original.
Los SÍMBOLOS que aquí tratamos de interpretar son, a nuestro entender, los que
han llegado a nosotros con menos adherencias y adulteraciones, los que conservan mayor
pureza, fidedigna imagen y profundidad de interpretación.
Teniendo en cuenta que tales "símbolos" pitagóricos constituyeron en sus
orígenes un lenguaje cifrado puramente iniciático, debieron mantener sus intérpretes,
durante los siglos de existencia de la escuela pitagórica, una sucesión de significados y
claves que actualmente difícilmente se nos alcanzan.
Según el conocido precepto de que "el ocultismo se oculta a sí mismo", ese
oscuro lenguaje simbólico se velaba naturalmente para el vulgo profano, si llegaba a
divulgarse, ya que sólo podía, en este caso, suscitar interpretaciones y comentarios
rastreros o jocosos. La profundidad filosófica era privativa de los iniciados en su
doctrina, espíritus agudos y mentalidades clarividentes.
Nuestra época, al razonar un nuevo signo de evolución, ofrece una abertura mayor
a las comprensiones y sugerencias de estos SÍMBOLOS. Por ello nuestras propias
interpretaciones son sucintas y no tienen otra finalidad que reiniciar el camino de su
trascendencia propia y el desdoblado valor de la sabiduría que contiene para todos, los
periodos de definición histórica y de renacimiento espiritual.
No paséis por la balanza
Equivalía a no juzgar para no ser juzgado. La justicia verdadera es privativa de los
dioses, que conocen las causas de las acciones humanas. Los hombres, por sabios que
sean, las ignoran en su totalidad. Abstenerse, pues, de juzgar; arrancar de la mente las
formas mordaces de la discriminación ajena, suponía, en su aleccionadora interpretación
aplicada a la conducta, llegar a eliminar en el individuo aquella profunda, adherida "raíz
del mal", aun en sus formas mentales más sutiles de castigar y herir incrementando
sordamente lo negativo del yo. El corazón libre de esa "raíz" no juzga porque posee el
conocimiento sideral de las cosas y de los seres, y confía en el máximo beneficio de la ley
reguladora de toda armonía.
No desgarréis la corona
La "corona" es el trasunto material del halo santo o el aura de amor y de
sabiduría; o sea, la luz, invisible para el que no sea clarividente, que circunda la cabeza y
la parte superior del hombre evolucionado.
Tiene ese SÍMBOLO una dualidad de interpretación evidente. La primera, más
subjetiva, supone una invitación a ser fiel a la propia dignidad y a la armonía interna —
nuestro reflejo cósmico. No desgarrarse el aura, no turbarla o empañarla, no destruir su
pureza y resplandor, significaba ser, en toda la posible dimensión, fiel al ideal propio, y
en toda circunstancia, manifestarlo en los actos y en los pensamientos.
La segunda interpretación, más objetiva, se refiere a reconocer la grandeza en sus
tres aspectos de verdad, bondad y belleza, doquiera se manifieste, y reverenciarla. O sea,
respetar la jerarquía natural, moral y sabia, y obedecer las reglas que de ella emanan.
No os roáis el corazón.
Este tan zarandeado SÍMBOLO tiene una aceptación casi exclusiva de tipo
masoquista. Es una invitación a limpiarse interiormente, a librarse del paihos, de los
detritus de la conciencia.
Pitágoras invitaba, a través de ese axioma, a echar fuera toda forma corrosiva de
remordimiento. Si se ha faltado, en vez de deprimirse y reconstruir como una pesadilla la
falta, revitalizando y dando fortaleza a una forma mental negativa, la fórmula pitagórica
proponía su anulación en la misma raíz de la mente, cercenando su causalidad. Al anular,
con propósito mantenido, esa causa, se desvitaliza el propósito, poco a poco, de
reincidencia, por mimetismo o costumbre adquirida, haciéndose uno más transparente al
vigilante yo superior.
Los pitagóricos tenían un concepto productivo, en su más elevado sentido, del
total mecanismo síquico y mental del llamado pecado, que ellos transmutaban así en tema
de fortalecimiento y ejercicio mental. Y esa disciplina tomada como lema de la vida es,
sin duda, una fuente generosa de gozo interior.
Cuando os halléis en la frontera, no deseéis regresar
También este SÍMBOLO tenía una doble significación patente.
Doquiera el Hado, o la ley de la vida, nos conduzca, ahí debe estar nuestra
consciente alegría y reconocimiento. Cualquier lugar o condición en que debamos vivir,
es siempre provechoso para nuestra evolución.
Este SÍMBOLO se refería tanto al exilio de lugar en la Tierra, en nuestros lares
físicos, como al viaje a la otra frontera del alma desencarnada. Sabido es que las personas
materializadas que mueren, desean ardientemente volver a la Tierra y a sus lugares
propios se aferran. Ello representa una angustia y un dolor innecesarios y estériles, que el
alma preparada conoce. En gran parte, el motivo de la iniciación se encaminaba a
preparar al neófito para el desenvolvimiento de la conciencia astral y la liberación, ya en
vida, de los lazos de la materia. Así, el iniciado, al dejar este mundo, "nunca deseaba
regresar" en el sentido de retroceso al plano denso.
"Desear regresar", en su más corriente sentido, equivale a vitalizar el pasado, a
perdurar una cosa ya agotada y muerta. Si alimentamos nuestro pensamiento de cosas
pasadas, de regresos, envejecemos de cuerpo y alma, y restamos vitalidad a la
experiencia del presente. El presente debiera ser, siempre, nuestro mejor momento. En la
alquimia del pensamiento, esto tiene un valor filosófico enorme.
Para los antiguos, cada lugar tenía su daimon benigno, su genio protector. Cada
etapa de la vida, cada edad y circunstancia, su propia compensación.
Algunos pitagóricos preconizaban vivir siempre en forma dúctil, en actitud de
renuncia, en una disposición flotante y desarraigada. El maestro enseñaba al respecto, la
renuncia a los bienes materiales, que debían ceder a la escuela al realizar su formal
ingreso. Ello significaba adoptar una vida sencilla. "Sé feliz con poca cosa" enseñaba
Pitágoras, amar lo bello en su simplicidad, considerando preferentemente la belleza como
fin filosófico de cada estado de alma, sea en la encarnación o fuera de ella.
Lo interesante, resumiendo ese simbólico aforismo, era, según la interpretación
mitosófica "no volver, en ningún caso, la vista atrás."
No marchéis por el camino público
Colocarse al margen de las corrientes de pensamiento vulgares, no es cosa fácil.
Hasta cierto punto, el decantamiento no siempre es aconsejable, si no se posee una gran
integridad y fortaleza. En caso contrario, las propias opiniones pueden crear un surco
intransitable para el individuo mismo, si no se hallan respaldadas por principios
filosóficos inamovibles y tan firmes, que no dejen lugar al desvío de la duda. Extraviarse
es peor que seguir el camino público.
Pero el pitagórico poseía unos principios tan sólidos, un caudal de conocimientos
básicos y una visión tan superior de las cosas que le permitía la experiencia de cada
acontecimiento. Para ellos, esa visión equivalía, no el paso tardo de un camino trillado
siguiendo el ritmo de la multitud y el vasallaje del tiempo, sino un vuelo alto y directo.
Otear así las cosas y los seres, era uno de los más destacados privilegios de los
pitagóricos. Por ello abrieron una brecha nueva, un atajo indeleble a través de los siglos
que invita a ser buscado y proseguido por la posteridad. Esa ejemplar fórmula integral del
pensamiento, del sentimiento y de la conducta, era a la vez una solución inmediata y
eterna de la finalidad de la vida.
No llevéis la imagen de Zeus en el anillo
Enseñaba este SÍMBOLO a huir de las representaciones sagradas en adornos
corporales. Los pitagóricos no fueron amantes de la ostentación de sus principios en esa
forma pueril de insignias y categorizaciones externas.
Los principios pitagóricos secretos otorgaban todo su valor al Dios único,
inmanifestado. Aun en los misterios, raramente era su nombre invocado. La
materialización de ese alto principio eterno, mal podía ser representado en una joya ni
ostentarse en la mano y mezclarse a las funciones corrientes de la vida.
Ayuda a los hombres a cargar, no a descargarse
Este SÍMBOLO tiene un significado totalmente iniciático. Hace velada alusión a los
"trabajos", cargas o pruebas de Heracles, el iniciado griego por antonomasia.
Los doce trabajos herácleos tenían una correspondencia sideral con los doce
signos del zodíaco, con su respectivo y total vencimiento que representa el triunfo
esforzado sobre las pruebas atañentes a cada una de las doce facetas del complejo
desenvolvimiento del individuo superior. Ya que el perfecto iniciado, el vencedor de
todos los "trabajos", se convertía en un ser completo, en un hombre cósmico.
En la fraternidad pitagórica todos los discípulos de los superiores grados
ayudaban al neófico a allegar experiencias, a "cargarse" según el lenguaje simbólico, lo
que contribuía, en gran medida, a que saliera vencedor en las pruebas definitivas de sus
misterios, en cuyos grados se basaba el plan pedagógico de la escuela pitagórica.
No déis la mano en seguida
En estas palabras se revelaba uno de los aspectos más notorios de la pregonada
prudencia de los pitagóricos.
El maestro aconsejaba ser muy cauto en conceder la amistad. Casi tanto como el
amor. Precisamente porque consideraba la primera como un don divino, como el lazo
permanente e indestructible que une a las almas, esta supervaloración de la amistad exigía
naturalmente un largo período de prueba, una controlación de múltiples reacciones, un
proceso a fondo. Ya que la amistad fácilmente entablada, en la mayoría de los casos, se
deshace con la misma facilidad con que se contrajo. Y esto no encuadraba con la firme
estructura del pitagórico ni con la trabazón sagrada de su confraternidad.
También tenía este SÍMBOLO otra acepción: la de dar la mano para ayudar a
alguien. Los filósofos griegos no eran partidarios, en general, de la limosna en el sentido
peyorativo que nosotros entendemos. La dádiva se entendía como algo que igualaba en
condición de dignidad al donante y al beneficiado. Esa misma actitud, requería una
especial dignidad por ambas partes, una confianza mutua. Los griegos eran más capaces
que nosotros de mancomunar sus bienes, pero siempre que mediara un ideal de conducta,
un señorío interior derivado de ese conocimiento básico, comprobado y absoluto, de la
persona asociada. Dar simplemente, puede convertirse en un daño para el que recibe. No
basta la satisfacción propia de dar. Hay que saber dar. Saber si se hace un bien o un mal,
si se ayuda o se desayuda fomentando una disposición falsa ante el deber de la sociedad,
colocando al aparentemente beneficiado, al margen de ella, desentendiéndolo de sus
deberes de ciudadano útil.
Tender la mano, para un pitagórico, significaba algo más, en toda circunstancia:
dar un valimiento no circunstancial, sino perdurable a la dádiva, fuere el que fuere su
valor material.
Sembrad la malva, pero no la comáis
Ser dulce y benévolo para los demás antes que condescendiente con uno mismo;
hallarse presto a ayudar cuando el caso lo requiere; cultivar la generosidad, la noble
disposición del espíritu; tener un remanente a punto de cualidades y de medios, en
beneficio de los demás.
"No la comáis" equivalía a una invitación a no pensar demasiado en nosotros
mismos, confiando en la previsión de la ley y cultivando un sentido y una actitud de
impersonalidad aplicable a todas las cosas.
Además, ese SÍMBOLO quería significar que el pitagórico que vivía conforme a la
doctrina de pureza y desenvolvimiento armónico, que daba al cuerpo y al espíritu la
actividad y el descanso proporcionados, que los proveía de todos los elementos de
equilibrio propicios al mejoramiento y que se ajustaba al ritmo de los ayunos y
purificaciones de precepto astrológico que seguían cuatro veces al año los pitagóricos, no
tenía necesidad de medicamentos. La salud en todas las manifestaciones, era resultante de
la armonía física, síquica y de observancia interna, el más alto galardón a que podía
aspirar un discípulo de Pitágoras.
No ocultéis el lugar de la antorcha
Quería decir: "No ocultéis la sabiduría", lo que es muy distinto de aconsejar
mostrarla. Esto, cuyo sentido metafórico se desprende del SÍMBOLO, no podía hacerlo un
pitagórico más que con aquellos dignos de poseer el conocimiento.
El sentido descriminativo se desprende de la aptitud de pulsar los valores
auténticos espirituales del hombre acogido a la proximidad de un pitagórico, su pulsación
viva, y la capacidad de dosificar el grano de las enseñanzas.
La prudencia conseguida a través del prolongado silencio, del incrementado poder
de observación que de este precepto básico se derivaba, otorgaban al afiliado a la escuela,
una penetración afilada de los hombres y de las circunstancias, al mismo tiempo que un
sentido innato, de adivinación de sus ocultas posibilidades, su capacidad y sus aberturas
posibles.
A aquel que con conocimiento pregunta, el que puede saber le responderá sin
duda. Éste era el axioma viviente de la "antorcha", vehículo de iluminación, ejemplo de
purificación, elemento de visión, dotes completas de la sabiduría que preconizaban los
pitagóricos. A aquel que ansiaba la luz, era un deber dársela generosamente, siempre que
con idéntica actitud la mereciera.
Absteneos de las habas
Este tan manoseado SÍMBOLO de Pitágoras, aludía, sin duda, no sólo al concepto
de esa leguminosa de reconocida toxicidad y que desde los remotos tiempos de las
primeras dinastías de Egipto se aconsejaba no ingerirla. El haba transmite, según la
tradición, una enfermedad hereditaria, y tiene consecuencias entenebrecedoras para la
siquis. Este elemento patológico, que tan bien conocían los antiguos, se ha redescubierto
en nuestros días.
Pero no sólo se refería ese precepto a un consejo de orden higiénico. El haba era
el símbolo de la corrupción y de todo aquello que tenía consecuencias entorpecedoras
para la agilidad de la mente y la transparencia de las facultades superiores del individuo.
Absteneos de comer animales
Tomar este SÍMBOLO al pie de la letra, sería una de las más taxativas opiniones en
pro de esa tendencia a considerar vegetariano el régimen de vida de los acogidos al
instituto pitagórico.
Para el que ha investigado las fuentes primitivas de información respecto al
particular, le queda la duda de que esto haya sido absolutamente cierto. Lo que sí parece
cierto es que los pitagóricos "se abstenían de carne durante las purificaciones" como
rezan los VERSOS ÁUREOS, y como hemos definido en nuestro estudio del capítulo de este
libro a ellas consagrado.
Es probable que los discípulos de los grados más avanzados prescindieran, como
el maestro, de las carnes de los animales muertos, aun las que procedían de los sacrificios
que, por tradición, comían los sacerdotes griegos por su carácter sagrado.
Pero la mayoría de los pitagóricos, salvo en las reglamentarias prescripciones
catárticas, podían comer carne en determinadas épocas o una predeterminada selección de
ella, si así lo preferían. Diógenes Laercio, el más conocido biógrafo de los pitagóricos,
dice que "comían la carne con preferencia a los animales del mar".
Los que formaron una secta exclusivamente vegetariana, enraizada en las
costumbres brahmánicas de la antigua India, fueron los órficos. La tradición de los
griegos y de los occidentales, que en lo posible respetó siempre Pitágoras, aconsejaba
más que una prohibición absoluta de los manjares cárneos, un régimen de transición.
Pero la acepción realmente simbólica de este precepto, consistía en aplicar una
norma selectiva que en todos los órdenes de la vida, seguían los pitagóricos. Ingerir
animales quería decir, en su simbólico sentido, alimentar el alma de cosas putrefactas,
nutrir las formas mentales inferiores, corporizarlas mediante repetidos deseos de la propia
carne que inducen a las satisfacciones groseras, que debían y deben desechar aquellos que
aspiran pitagóricamente a la pureza y la armonía de nuestra séptuplo constitución
humana.
No pongáis el alimento en vaso impuro
Era este SÍMBOLO una referencia directa a las "catarsis" frecuentes de los
pitagóricos. Esas medidas de purificación, solares, lunares y planetarias, contribuían en
gran medida a desintoxicar el cuerpo y a aclarar la mente. Las grandes "catarsis", como
hemos estudiado ya, tenían lugar en la escuela pitagórica siguiendo la antigua tradición
de los misterios, cuatro veces al año, coincidiendo con el ingreso del sol en los signos
zodiacales de Aries, Cáncer, Libra y Capricornio. O sea, en los momentos precisos de los
solsticios y de los equinoccios. Esas celebraciones, basadas en el antiquísimo ritual
astrológico, se entroncaban con los ejercicios éticos, místicos y filosóficos. Pero no una
filosofía teorizante o mental, sino aquella que se deriva del conocimiento de las
profundas leyes naturales y de las fuerzas del universo. Por encima de verdades teóricas,
siempre la búsqueda del auténtico conocimiento.
Los ayunos eran de rigor en tales fechas y los regían los lapsos, por lo común que
mediaban entre el ingreso del Sol en tales signos y los dos aspectos confirmadores de la
Luna, en el mismo signo, la neomenia y el plenilunio.
Esos ayunos y regímenes purificadores que antecedían y sucedían a tales
acontecimientos cósmicos, iban acompañados de otras purificaciones síquicas, como
hemos dicho anteriormente. Entonces el candidato se hallaba preparado —tenía el vaso
puro— para recibir el alimento espiritual, la sabiduría oral de los misterios.
Apartad la vinagrera
El vinagre fue siempre, en el sentido de la referencia simbólica, un equivalente de
la acritud y dureza de carácter, de las malas maneras en el comportamiento con los
demás, que tanto reprobaban los dulces y armoniosos pitagóricos. Alejar la vinagrera era
un pacto de no agresión en la forma hablada y en la actitud personal en la vida de
relación y en la intimidad de la familia.
La posibilidad de herir con los actos, con las palabras o con el pensamiento, era
reprobado en la escuela pitagórica. En ninguna circunstancia se hallaban justificadas la
actitud hosca, la expresión amarga, las maneras desagradables.
Pero ese SÍMBOLO no tan sólo tenía una acepción manifestativa, también la tenía
subjetiva. El pitagórico debía apartar para sí "la vinagrera". Lo que equivalía a no
entregarse a la decepción, al malestar, a la duda, al auto-descontento, a la amargura ni al
remordimiento, que corroen el alma como el vinagre. No debía al respecto, considerarse
ofendido por los demás ni por sí mismo. Debía barrer de su interior toda reserva mental,
limpiarse de malicias y descontentos, incluso en la forma de tristeza. El cultivo de la
alegría y la igualdad de humor era una de las más destacadas características de la vida
entre los antiguos pitagóricos.
Escupid sobre los recortes de vuestras uñas y cabellos
La interpretación de este SÍMBOLO nos lleva de la mano a una de aquellas básicas
prescripciones de las catarsis mencionadas, en lo que respecta al proceso mental del
discípulo.
En este caso, las uñas y los cabellos cortados querían significar actos o
pensamientos pasados, dignos de ser desechados para siempre.
En la diaria introversión que acostumbraban a realizar los pitagóricos antes de
acostarse, a menudo aparecían, en forma de proyección mimética, esos recortes como
imágenes negativas y entorpecedoras. Es uno de los escollos que tienen que sobrepasar, a
menudo con gran esfuerzo, todos los ocultistas. El pitagórico, por tanto, debía cerrar
herméticamente con las puertas de la voluntad, la irrupción de esas negativas formas
mentales. A -medida que adquiría la conciencia pitagórica, su -responsabilidad crecía
gozosamente y se daba cuenta exacta, mediante una cuidadosa y metódica introversión,
de todo elemento desechable o negativo de su depósito mental de experiencias. Y una vez
asimilada la lección —porque a fin de cuentas todo se torna positivo— ponía la rúbrica
de la promesa sonriente y escupía simbólicamente sobre esos desechos de sí mismo que,
por pertenecer al pasado, constituían, cosas inservibles y muertas.
No orinéis cara al sol
Este discutido SÍMBOLO pitagórico tiene un fondo evidente.
El sol —entre los egipcios el Osiris de los misterios—, así como entre los griegos,
en su doble aspecto de Apolo y Dionisos —el sol diurno y el sol nocturno—, centraban lo
más sagrado de la adoración, ya que en sus representaciones múltiples se adoraba al
espíritu, al padre de nuestro universo solar. Y no sólo constituía esa representación, el
centro vital de la adoración divina, sino el doble solar que todos poseemos, la
diferenciación de la dualidad, el principio cósmico.
O sea, que el pitagórico debía separar las prosas y requerimientos del cuerpo, de
las actividades del alma. Nunca se debía mezclar una cosa con otra. Era norma de respeto
a lo superior que, en todo acto consagrativo consciente o práctica purificadora; que en
presencia de un ser superior —solar— o de una representación de la divinidad, no se
cometieran esos actos concernientes a la baja materia y no se ensuciara el pensamiento
con formas indignas de aquellas altas dedicaciones mencionadas.
Este SÍMBOLO servía también de norma a la divisa de una pedagogía de la belleza
entendida en el sentido de que acción de ofrenda a los demás, considerada como parte de
la divinidad en potencia, era sólo el acto gentil y la disposición hermosa.
No durmáis al mediodía
Este SÍMBOLO, como otros muchos, tiene dos significados específicos. Equivalía
ante todo a un consejo higiénico practicado en la escuela de Crotona; no entregarse a la
siesta al mediodía, puesto que la comida más nutritiva se efectuaba hallándose el sol en
su cenit.
Era una llamada a mantener, en esa cumbre vital de la jornada, la mente lúcida,
receptiva, dedicada a altos conceptos y aguzados diálogos, a nobles controversias que,
generalmente acompañaban a la comida en común de mediodía entre los pitagóricos,
según su regla de vida.
No dormirse cuando el requerimiento de la interna luz lo requería, era una orden
táctica de observancia subjetiva. Cuando el sol brilla en el cenit interior, cuando la
iluminación se hace patente, no desaprovechar la oportunidad, darse cuenta, formaba
parte de esa disposición de captar los momentos cumbres de la vida cuando se manifiesta
a través de los vehículos internos.
Moved el lecho al levantaros y no dejéis en él la huella del cuerpo
El pitagórico, hombre o mujer, tenía la costumbre de rehacer su propio lecho cada
mañana al levantarse con el alba. Sacudía su colchón y borraba así la impronta de su
propia forma dormida.
Esa costumbre tenía una doble significación también, induciendo, dentro del
lenguaje simbólico de los diarios acontecimientos, a renovarse cada día, a no dormirse
sobre las formas mentales y el estado de alma del día anterior, sino a superarse, sacudirse
las huellas de la rutina. Era, en suma, una invitación a desprenderse y renunciar sin apego
a los hechos pasados, a volver a ser, renacer con el día de nuevo, con el alba luminosa, al
despertar cada mañana.
De esta manera el pitagórico se convertía en un ser de una capacidad de
aceleración evolutiva extraordinaria. La vida del verdadero pitagórico equivalía, dentro
de la economía del alma, a dos o tres existencias vividas corrientemente sobre la Tierra.
Escribid las leyes con la punta del compás
Este símbolo invita a poseer, antes de erigirse en legislador o conductor de
hombres, el conocimiento del número y la medida celestes. O sea, de aquellas otras leyes
superiores que se derivan del conocimiento de la astrología esotérica y de su acción
causal sobre el alma del hombre.
Tales superiores leyes dimanaban del círculo zodiacal que preside las doce
pruebas de la iniciación, veladas tras la leyenda mitológica de Heracles, el iniciado griego
por antonomasia.
Teniendo pues, en la mente las inmensas posibilidades del individuo y su
complejísima constitución como agente cósmico, la responsabilidad del que dicta
sentencias u ordena las leyes aumenta, ya que según el maestro maneja material divino.
Todo mentor de hombres, según el pitagórico concepto, debía actuar teniendo en
cuenta esas reglas supremas, representadas por el compás y derivadas del conocimiento
de la ciencia astrológica.
No cantéis, sino acompañados de la lira
La lira pitagórica era la lira heptacorde de los órficos, símbolo septenario de la
armonía de la naturaleza e instrumento de las siete vibraciones planetarias que influyen
sobre los siete principios del hombre como en la constitución de nuestro mundo.
La lira era, pues, símbolo del septenario cósmico y de la completa formación del
ente humano. Cantar, acompañados de la lira, quería significar que toda consagración
artística, y sobre todo el canto, devenía himno de consagración, acto sacro. Acompañado
de la lira de siete sones los acogidos a la escuela, se sintonizaban con las estrellas y se
consagraban a la divinidad en su sentido universal.
En todas sus manifestaciones, cantar acompañados de la lira, aun en los holgorios
populares, equivalía a una ofrenda armoniosa, alegre y espontánea, de una calidad
formativa enorme sobre los individuos y sobre los ambientes.
Tened siempre presto el equipaje
Tener la vida y la conciencia en orden y hallarse en disposición de perpetua
renuncia de las cosas después de su aprovechamiento máximo y de su lógica estima, es
una de las bases del verdadero filósofo.
El pitagórico no renunciaba a ninguna de las dádivas de la vida, pero las situaba
en el lugar equivalente de la experiencia que procuraban. No estimaba ni desestimaba,
fuera de aquella medida que era siempre manifestación de la vida armónica, o sea, del
sentido justo de la exacta valencia de los seres, las cosas y los acontecimientos.
Toda índole de dádivas y privilegios los utilizaban los pitagóricos, de acuerdo con
su alta filosofía con gozo pleno de su posesión, pero conocedores de su transitoriedad, a
manera de préstamo divino.
El sentido de renuncia lo entendían sólo como actitud, como un valor de su
encuadre natural en el tiempo. Sabían que la medida de la posesión, sea la que fuere, no
dependía de ellos sino de la Moira o Karma que constituía la ley de equilibrio y que
valoraba el pasado, el presente y el futuro como una divina solución de eternidad. Cada
ser, cada cosa, cada acontecimiento, contenía en sí mismo la clave de su valor perfecto
dentro de la maravillosa taumaturgia transformadora del tiempo, vehículo de perfección.
Dentro de ese sentido filosófico de la economía universal que regula y administra
todas las cosas, aconsejaba Pitágoras en sus VERSOS ÁUREOS hallarse dispuesto con
alegría y comprensión de su significado, a abandonarlo todo, incluso la vida física, si así
lo disponían los dioses, encarnación de las fuerzas universales, así como toda índole de
posesiones. Y recalcamos el punto esencial de la interpretación que encierra ese
SÍMBOLO: esta actitud de desapego no era de tipo negativo, conformista o deprimente en
ninguna circunstancia, sino que abría gozosamente el caudal secreto de las posesiones
infinitas y de las dádivas perennes.
No abandonéis vuestro puesto sin orden del general
En lenguaje simbólico, el "general" es el yo superior de cada individuo, su
contraparte cósmica o divina.
Atender sus órdenes significaba y significa, hallarse en comunión con lo más
excelso del propio ser, haber establecido el vínculo consciente de la intuición, y tener
desvelado el oído interno a través del cual puede en todo momento el individuo recibir las
órdenes oportunas y certeras, y acatarlas. Aun en el fragor del combate, según los
místicos tratados, aun en medio de la fiebre de las luchas tanto internas como externas,
esa dulce y autorizada voz debe ser oída. De lo contrario, el extravío del alma es cierto,
como aquel que vaga entre tinieblas, sin la lámpara encendida.
No cortéis leña en el camino
Este SÍMBOLO quiere indicar dos cosas: no dificultar la vida a los demás; no
privarles de lo que les pertenece. Quiere, decir también, no entorpecer la senda con cosas
muertas, no atesorar precavidamente, ya que, una vez "en el camino" alguien vigila y nos
provee en toda circunstancia.
No detenerse, pensando en las posibilidades futuras, en las contingencias
adversas, es situarse en esa tesitura en que todo círculo de necesidad queda cerrado en el
centro de su propia completación, en el punto trascendente, omnividente de su eternidad.
Esa actitud de confianza, de imprevisión, requiere necesariamente del caminante una
tregua para la acción de las fuerzas negativas, una enorme protección oculta. El Padre
viste bellamente a los pájaros y a las flores, como dijo el Cristo, y en otras palabras han
repetido todos los altos iniciados.
Apartad de vosotros el cuchillo afilado
Este SÍMBOLO tiene una íntima concomitancia con el anteriormente comentado:
"Apartad la vinagrera".
"El "cuchillo afilado" es esa punzante capacidad de realizar el mal y que, en el
individuo superior, adquiere a veces formas sutiles e insospechadas. Arrancar de nuestro
corazón la raíz del mal, el atavismo de crueldad, el sentido de defensa y ataque que tuvo
su causa en la remota animalidad, es algo dificilísimo ya que esta raíz retoña en tanto que
el individuo no se ha identificado plenamente con su propia divinidad. Entonces puede
atisbar esa causa, como ajena a sus propios sentimientos hasta lograr el olvido del arma
que le acompañó durante milenios y milenios, y fue un tiempo móvil de su mismo
crecimiento.
Pero al filósofo le basta el aura pura, la conducta sin tacha, el pensamiento limpio
de toda mancha. No hay arma tan poderosa como ésta de la inocencia, de la pureza y de
la sabiduría. Sólo entonces el alma se separa de su sombra, y arrasa en sí misma toda
forma, aún la más leve, de odio. Ya no hiere, ni con el pensamiento. Ama y cree y se da
por entero al espíritu del bien y de la belleza; de la verdad que nivela y ajusta toda la
aparente injusticia de la vida, de acuerdo con la Providencia.
No recojáis lo que cae de la mesa
En este SÍMBOLO se inspiró el filósofo estoico Epicteto cuando dijo que la
divinidad sólo le concedía las cerezas que de los árboles frutados caían en su túnica
tendida. Eran aquellas precisamente las que los dioses le destinaban con exclusividad.
El que se cree arbitro absoluto de su destino y va atolondradamente tras las
dádivas que apetece, no encontrará más que migajas. Aquel que hace por merecer y que
no desea en forma concreta las cosas y mira a lo alto "con la túnica tendida" o sea, con
una blanca actitud de recepción y reconocimiento, los dioses no le destinan nunca los
deshechos del banquete de la vida, sino sus primicias y el gozo de sus más dignos
privilegios.
Según esa teoría del filósofo de Samos, nadie puede quitarnos nada. Ninguna
pérdida es suficiente para truncar nuestra alegría, nuestra confianza y armonía interior. Si
injustamente alguien nos usurpa lo que consideramos legítima pertenencia, la divinidad
nos lo otorga con creces por otro lado, ya que la divina provisión es infinita.
Todo consiste en mantener esa fe basada en la comprensión del equilibrio inefable
de las leyes cósmicas que a todos nos integran; en percatarse del orden superior y sus
benéficos designios, y en tener el convencimiento de que todo lo mejor, si somos dignos
de ello, nos llegará a su hora oportuna.
Lo que importa de nuestra parte, es mantener la armonía en todo momento, como
aquel filósofo antiguo que, al anunciarle que su heredad —toda su riqueza— estaba
ardiendo, contestó impasible: "lo mejor lo llevo en mí", dando a entender su unión
establecida con los designios siempre sabios de la divinidad.
No sacrifiquéis sin harina
Los antiguos comentaristas de los símbolos pitagóricos atribuían a esa frase un
sentido teórico.
Era fama que Pitágoras tuvo el ingenio de transferir el sacrificio de animales del
ritual antiguo a su representación mediante unas figuraciones alusivas realizadas con
harina y cocidas al horno, aptas para servir de alimento una vez consagradas, pero de
alimento puro.
El SÍMBOLO es evidente y la sustitución obvia dentro del ritual astrológico. Si
dentro de las cuatro fechas cruciales del año correspondientes al ingreso del Sol y la Luna
en los solsticios y los equinoccios, la llamada oculta es de pureza absoluta y abstinencia,
el sacrificio de las hecatombes de animales en tales fechas, representaba todo lo contrario
de la prescripción mística y la orden catártica, ya que en tales fechas era absolutamente
prohibitivo para los iniciados alimentarse de carnes.
De este modo, aprovechaba el filósofo las formas de la tradición conciliándolas
con la veracidad astrológica del rito durante la tetrada sagrada a la que alude en sus
VERSOS.
Girad sobre vosotros al adorar
En este SÍMBOLO se esconde la práctica en los misterios pitagóricos, de las danzas
solares y planetarias, o sea, toda la trascendencia mimada del ritual cíclico estelar.
Pitágoras hizo una adaptación occidental, para su escuela, de las danzas de los
magos caldeos, y en ellas perfeccionó el conocimiento de la astrología en relación con la
magia operativa del influjo astral, el arte magna y su definición filosófica.
Equivalía también este SÍMBOLO a la insinuación de que el individuo, durante sus
meditaciones, debía partir del centro de su propia naturaleza cósmica hasta el círculo de
su eternidad.
Esa centralización objetiva y subjetiva a un tiempo, sobre todo en los periodos de
la crucifixión cardinal, o sea en los cuatro periodos mencionados del año, así entendida,
poseía una efectividad enorme. La colaboración de las fuerzas universales —al
observarse el giro de sus huestes angélicas representativas y evocadas en cada periodo
determinado—, confería al ejecutor de tan simple cuan hondo ritual solar, una formación
tan íntegra, una capacitación tan esplendorosa, que ese solo capítulo, de la enseñanza
esotérica pitagórica, sería capaz de sustentar a millares de generaciones enlazando en la
forma más noble el remoto pasado con el lejano futuro.
No os miréis al espejo a la luz de la antorcha
La enseñanza de este SÍMBOLO radicaba principalmente en la advertencia de que el
pitagórico tuviera siempre en cuenta el "no mirarse a sí mismo", sobre todo cuando se
hallaba dedicado a las cosas de sabiduría o a menesteres de significación divina. La
actitud impersonal debía cultivarse mejor aún; la ductilidad en apartar de la mente la
propia imagen y el interés propio, dependía de una sucesión de factores que hacían
transparente la personalidad. Entonces, ya no devenía valla para el alto fin propuesto.
Convenía pues ante todo, que el pequeño yo personal no se cristalizara, no se
endureciera a espaldas de la propia conciencia. Necesariamente debía ser reconocido y
vigilado en cuanto intentara interponerse sutilmente en el camino del desprendimiento,
para no dificultar la acción creciente de la contraparte superior del individuo. Ya que si lo
divino manda en el hombre, todo elemento personal y particularizante, permanece sumiso
a las superiores órdenes.
El ejercicio de la sabiduría, el brillo y la lucidez mental, la pronta y sutil
receptividad a todo dictado oculto, la percepción y rendimiento a la ayuda oportuna del
daimon o genio tutelar de los griegos, exigía ese no pensar en uno mismo, ese no mirarse
al espejo, cuya imagen reflejada es símbolo del doble inferior, de la engañosa y
cambiante envoltura del ego, según la interpretación filosófica de esta imagen de los
pitagóricos.
No comáis los sesos
Conducía la interpretación de este SÍMBOLO a la natural instintiva discriminación
de los recuerdos, a esa rumia improductiva del pasado en que, a menudo se detiene la
mente de los que son incapaces de relegar las propias formas mentales inútiles al desván
de lo inservible.
El individuo armónicamente desenvuelto, ejerce un dominio absoluto sobre sus
formas mentales. Entre el instinto y la conciencia, se efectúan gradaciones tan sabias y
sutiles, que el registro de lo positivo y el desecho de lo negativo, deben hallarse a primer
plano de esa silente labor selectiva que ejerce el individuo consciente sobre su
mecanismo mental y sus facultades espirituales.
Merced a esa teoría, los pitagóricos podían evadirse del elemento corrosivo de los
remordimientos por un lado, y de las evocaciones sensuales por otro, ya que la práctica
de la pureza inherente a su sistema integral de vida, contribuía en gran medida a su logro.
No volver sobre lo pasado significa, en suma, un acelerado método de
autosuperación, un reforzamiento de la mente superior, un incremento de salud interna y
externa, y el primer paso hacia la liberación.
No comerse los sesos era no sólo conocer, sino practicar esa limpieza mental del
subconsciente que permite transferir a experiencia esos frecuentes e inopinados
obstáculos síquicos que dificultan el equilibrio y enmohecen el funcionamiento de los
superiores mecanismos del yo superior.
Dejad pasar el rebaño
Es frecuente y reconocida la atribución de "rebaño" a la humanidad inconsciente y
gregaria, guiada por las costumbres y la rutina, sin apenas elementos de reacción, incapaz
de mentor interno propio.
Los pitagóricos querían significar con esta frase, que debían mantenerse apartados
de las grandes corrientes avasalladoras del pensamiento y de la emoción, que movían de
un lado para otro a la sumida humanidad.
El pitagórico, por el contrario, debía ejercer una absoluta y justa discriminación
de los hechos y de las causas, buscar la verdad, el contenido substancial a través de las
formas acatadas, vislumbrar su lección vigente y sus fórmulas de desecho, desgajándose
de la vida vulgar y planteándose en todo momento su significado y experiencia y creando
su propio eficiente modo de vida.
La independencia, la libertad absoluta del pensamiento, lograda la impersonalidad
y eliminadas todas las formas, aun las más sutiles, del odio y la separatividad, permitían
antes y ahora otear todo acontecimiento desde una altura, indagando su anticipada
perspectiva, no confiando sólo al tiempo la razón última de las cosas.
"Dejarlo pasar" equivalía a ser espectador de la vida. Pitágoras estimaba que esta
actitud serena era la más noble posición del verdadero filósofo. Ser espectador en todo
momento, requería un conjunto de condiciones propias que sólo un largo ejercicio y un
conocimiento profundo de la humanidad, podían otorgar.
No echéis piedras en las fuentes
Las fuentes eran, simbólicamente, los orígenes.
En el sentido poético, las fuentes o los orígenes, eran la leyenda y la epopeya. En
el sentido representativo, los mitos, siempre de raíz iniciática, entrañaba la lección
filosófica y la palabra divina. A través de la imagen poética con que se representaban,
tenían una doble acción, directa e indirecta. Por la leyenda, recreaban y enseñaban; por su
simbolismo, retenían una lección trascendente. Su envoltura de belleza era el elemento
mediador, elevadamente plasmable, ya que donde hay belleza, según los griegos, hay
divinidad.
En lo religioso, las fuentes eran el oculto origen de los ritos, o sea, su derivación y
empalme, su recorrido y cauce histórico según la determinante de los astros. La acción
directa de la magia celeste por las prescripciones astrológicas.
En arte era la danza rítmica y planetaria; en poesía, el exámetro profético y el
himno de la evocación y exaltación divina; en arquitectura, los cuerpos básicos
geométricos, el módulo iniciático de proporción, de acuerdo con el "número de oro" o
cifra que determina la ley armoniosa de las formas, de acuerdo con la música de las
esferas; en pintura, la sinfonía cromática que se deriva de la descomposición de la luz,
con la septenaria vibración de los planetas que intervienen en la composición terrestre y
los cuerpos del hombre, desde lo más denso a lo más sutil; en música, era la gran sinfonía
interplanetaria en torno al gran creador y conductor, el espíritu solar, padre de nuestro
universo, y en filosofía, la fuente era la dialéctica inspirada, el hallazgo de la sabiduría
verdadera, la articulación perfecta del pensamiento, la captación de las ideas madres.
No comáis de la mano izquierda
El sentido de este SÍMBOLO es notorio. Sin embargo, entre los pitagóricos se
desdoblaba en una interpretación de índole material y otra espiritual, como ocurre en
multitud de SÍMBOLOS.
En el sentido exotérico, comer de la mano izquierda quería significar hacerse con
medios de vida ilegítimos, vivir del favor, trabajar en menesteres turbios, o que en alguna
forma pudieran dañar a otros. Todas las formas de la ilegalidad, el desdoro o la codicia se
englobaban en esta parte concreta de la interpretación del SÍMBOLO; era, en suma, una
advertencia contra la inmoralidad de las ganancias en sus múltiples formas y
derivaciones, ya que la claridad y la rectitud eran normas básicas de la vida pitagórica.
Por lo que respecta a su sentido esotérico, la enseñanza iba encaminada a precaver
al discípulo contra lo que en nuestros tiempos se llama, en lenguaje ocultista, el sendero
de la izquierda, o sea, contra las prácticas que conducen directa o indirectamente a la
magia negra. Todas aquellas aportaciones, desenvolvimientos, conocimientos o prácticas
que giren, como finalidad, en torno a, un interés individual o a un incremento de la
personalidad, o a apetitos inconfesables, pertenecen al sendero de la izquierda.
La impersonalidad, la generosidad, el más elevado interés común por encima de
toda forma de gratificación o de codicia, correspondían a las formas superiores de la
elegancia pitagórica.
Anhelar el bien y la liberación de nuestros semejantes, constituye una norma sin
desvíos para aquel que practica la sabiduría. He aquí la lección de este SÍMBOLO ético
básico en las doctrinas pitagóricas.
No durmáis sobre la tumba
Para interpretar rectamente este "símbolo", hay que poseer algunos antecedentes
de las costumbres griegas respecto a los muertos.
Entre los antiguos era frecuente la evocación de los desencarnados. La costumbre
más generalizada era dormir sobre su tumba con el pensamiento puesto en el alma
traspasada a la que se deseaba consultar, o simplemente establecer contacto consciente
con el difunto. Si se deseaba su aparición, su percepción materializada, se acompañaba
esta práctica echando la sangre caliente de una víctima animal recientemente sacrificada,
por un agujero abierto en la fosa subterránea y que comunicaba, según costumbre, con el
cuerpo del desencarnado al que se deseaba evocar. Estas prácticas necromántica se
hallaba muy generalizada y, por lo común, surtía el efecto apetecido.
Pitágoras, como todo verdadero iniciado conocedor del proceso de la muerte
física, desaprobaba esta forma de comunicación con los difuntos, porque representaba
una regresión para el desencarnado en su proceso natural de desmaterialización lenta, de
desprendimiento de los lazos físicos y de las cosas y los seres del plano material. La
sangre ha sido, desde los atlantes, el agente poderosísimo de esa índole —reprobable en
la mayoría de los casos—, de evocación y materialización de los que han abandonado el
cuerpo físico. Pitágoras, conocedor como alto iniciado, de ese proceso, aconsejaba
facilitar el proceso de la muerte, no entorpecerlo, liberar al desencarnado, no retenerlo.
No amenacéis a los astros
Querían con ello significar los pitagóricos que nunca debe uno rebelarse contra el
destino. Por duro que nos parezca —no que en realidad lo sea— siempre se halla
determinado sabiamente por la ley de causa y efecto. La reacción se halla equiparada a la
acción que la promueve. Esa ley del número y medida que rige los astros, gobierna
también nuestro destino de acuerdo con el axioma hermético: "Lo de abajo es como lo de
arriba, lo pequeño es como lo grande."
Oponerse a esa ley es no sólo cobardía o ignorancia, sino exponerse a que la
misma fuerza subversiva o desarmonía creada, produzca efectos que agraven todavía las
desastrosas causas creadas con anterioridad. La ira crea formas terribles de agresión en
los planos sutiles y retornan por reacción natural, sobre su creador.
Por ello aconsejaba Pitágoras no amenazar a los astros. Pero no sólo es capaz de
amenazar a los astros aquel que se yergue contra esas leyes sapientísimas por ignorancia;
los pitagóricos de los grados superiores tenían conocimiento de la astrología esotérica y
sabían traducir el orden de los ritmos estelares sobre los acontecimientos concretos.
Conocían, en suma, los designios de la moira que en oriente se llama karma sobre los
acontecimientos históricos y sobre las vidas individuales.
Ese superior conocimiento equivalía a ser colaborador eficaz de esa providencia
infinita que rige nuestra evolución hacia un máximo bien final, y que cuando nos envía lo
que comúnmente llamamos males, no hace más que ofrecernos el medio apropiado de
perfeccionamiento que los astros, ejecutores de nuestro destino presente, determinan; o
sea, nos ofrecen el bien que necesitamos, y que nuestra ignorancia interpreta en forma
opuesta.
Hacer amistad con los astros, ofrecerse a sus designios, hacerse dúctil a sus
dictados, es la más sabia moral de la vida. Desarmados contra la protesta que en su forma
pasiva, es tristeza y dolor, renace entonces, en nosotros, la comprensión y la alegría, la
mejor forma de anular, por superación, los negativos actos pasados. Ya que el tiempo no
cuenta para el que obra con sabiduría.
El juego de los astros, los designios celestes, nos ofrecen siempre el medio
apropiado de perfeccionamiento, el más justo a que podamos aspirar en tanto nos
hallemos en trance de crecimiento.
V
La herencia del filósofo de Samos
PITÁGORAS
La tradición hablada o escrita, ha atribuido al mismo Pitágoras estos
pensamientos. Por ello, y a pesar de que abunda la opinión de que nada dejó escrito, los
transcribimos bajo el epígrafe de su nombre por su profundidad, su sazón y su belleza.
Fueron estas sentencias publicadas en Francia por un autor anónimo del siglo XVIII con
el título de: Les voyages de Pythagore, y traducidas y seleccionadas por el culto
pitagórico, doctor Eduardo Alfonso.
No debe hablarse sin antorcha de las cosas divinas.
Purifica tu corazón antes de permitir que el amor se asiente en él. La miel más
dulce se agria en un recipiente sucio.
Respeta la seguridad que acompaña a la inocencia.
¡Esposos! ¿Deseáis un hogar feliz? Que vuestras almas, siempre al unísono, se
parezcan a dos cítaras en armonía, encerradas en un solo estuche.
Tomad como símbolo la Esfinge1 de Egipto: no seáis más que uno.
Jóvenes esposos, sed tan discretos en el amor como los iniciados en los grandes
misterios.
Mujer, sé la túnica de tu marido. Marido, sé la capa de tu mujer. Ama a tu compañero
como a ti misma. Encinta y madre, ámalo más profundamente. Viuda, ama a tu difunto
como a un esposo ausente.
¡Mujeres de Crotona y de todas las ciudades del mundo! Honrad la memoria de
Teano, esposa de Pitágoras. Interrogada sobre el número de días que necesita una mujer
para ser pura después de haberse relacionado con un hombre, exclamó: "Si ha sido con su
esposo, lo está inmediatamente; si ha sido con otro, no lo estará jamás."
Las cosas se amoldan frecuentemente sobre las palabras.
El seno maternal es la propiedad del niño como la tierra es la del hombre. El niño
recién nacido no tendrá más nodriza que su madre.
Sólo los padres déspotas castigan a sus hijos como se golpea el plomo para que
adopte la forma deseada. Permitios solamente modelar con los dedos esta blanda cera.
Corrige severamente a tu hijo culpable de la muerte de un insecto: el homicidio ha
comenzado así.
Da a tus hijos lecciones de danza para acostumbrarles a los movimientos regulados
del alma. El alma no tiene permanencia en un cuerpo rebelde a la armonía.
No levantes el hacha contra el árbol plantado por tu padre.
¡Hombre de estado! Antes que dar leyes al pueblo, aprende las de la armonía.
No emprendas la reforma de una gran nación. Un gran pueblo es una monstruosidad,
una institución contra natura.
Pesa las leyes en el peso del pueblo que te las pide.
Legislador, sé matemático. No debes expresarte más que por medio de axiomas.
Que la ley sea el dulce freno de las pasiones públicas.
___________________________
1 La Esfinge representa a un ser andrógino.
No ensanchéis lo más mínimo el círculo de las leyes naturales. La naturaleza,
trazándolo con su dedo inmortal, ha dicho a la razón humana: no irás más allá de él
impunemente.
Magistrado, no hagas nunca de la ley un arma homicida. Que todo lo más, se
convierta en tus manos en una férula.
Castiga al ciudadano a la tercera falta, y al magistrado a la primera. Mas si puedes,
borra de tus códigos, legislador, la palabra "castigar", sinónimo de venganza e injusticia,
y substitúyela por las expresiones "prevenir" e "impedir".
En vez de descender hasta el pueblo, elévale más bien hasta ti.
Siéntate, para hablar al pueblo de pie.
Hombre de Estado, aprende la ciencia de los números para colocar en su debido lugar,
a los hombres.
Haz entrar los campos en la ciudad.
La libertad es cosa santa.
No hay mayor escándalo que ver a un hombre mandar sobre los demás hombres.
Legislador, no prostituyas la libertad, que es la ambrosía del sabio.
Pueblos, haceos vosotros mismos la felicidad sin esperarla del gobierno. Las abejas
son felices bajo la monarquía; las hormigas son dichosas en república.
Evitad ante todo una organización sin nervios, una administración sin capacidad y el
lujo en la mesa.
Tomad del sabio el aceite de su lámpara.
¡Legisladores! ¡Magistrados! ¡Ciudadanos! Rendid culto asiduo a la justicia, la
primera de las virtudes cívicas, la gran divinidad de los imperios, la única providencia de
las naciones.
Crotoniotas, colocad al maestro de lira cerca de vuestros magistrados.
Pueblo; si formas rebaño, soporta a los pastores y a los perros.
Honrad todos la memoria de Numa. Este legislador quería que todo ciudadano tuviese
un campo.
Da de comer, antes que a nadie, a los animales que trabajan para tí.
No vendimies del todo tus viñedos; deja a lo largo del camino algunos racimos para el
viajero sediento.
Pueblos, realizad el deseo de los sacerdotes de Egipto en favor del establecimiento de
un idioma único que unirá a todos los hombres.
Si se os pregunta: ¿Qué es la filosofía? Responded: Es una pasión por la verdad que
da a la palabra del sabio el poder de la lira de Orfeo.
Si se os pregunta: ¿En qué consiste la felicidad? Responded: en estar de acuerdo con
uno mismo; el alma bien armonizada es feliz.
El comienzo de la sabiduría es el silencio.
Cultiva asiduamente la ciencia de los números. Nuestros vicios y nuestros crímenes
no son más que errores de cálculo.
Mide tus deseos, pesa tus opiniones, cuenta tus palabras.
Ponte en guardia contra la rutina que familiariza al hombre con la esclavitud.
Prefiere el bastón de la experiencia al carro veloz de la fortuna. El filósofo viaja a pie.
Escoge siempre el mejor camino. Por penoso y difícil que sea, la costumbre te lo hará
fácil y agradable.
Sé sobrio. En un cuerpo grueso, enflaquece el alma.
No gastes más tiempo en preparar tus alimentos que en consumirlos.
No hagas de tu cuerpo la tumba de tu alma.
Para tener grandes ideas, rodéate de bellas imágenes.
Los pensamientos de los hombres son semejantes a los colores: deben su existencia a
la reflexión de la luz1.
Aprende la ciencia de los astros antes que la música. El cielo planetario es más
armonioso que ella.
Reconoce el gran ternario de la belleza, la verdad y la bondad.
No admires nada excesivamente.
Sé plenamente hombre antes que semidios.
Nunca te creas más sabio que otro. Esto probaría que no lo eres.
Hombre de genio, no digas jamás: yo he inventado. En este mundo todo son
reminiscencias.
No desprecies a nadie.
Que tu casa, aislada como los templos, reciba los primeros rayos del sol. No
construyas tu casa tan grande que alojes en ella cosas superfluas.
Que puedas escribir sobre la puerta de tú casa lo que otros no escriben más que sobre
su tumba: éste es un lugar de paz.
No aspires nunca a la vanidad de ser rico. Contribuirías a que hubiesen más pobres.
Entrégate al deseo natural de ser dichoso. Hay felicidad para todo el mundo.
Sé feliz con poca cosa.
No mojes tu pan en las lágrimas de tus semejantes ni en la sangre de los animales.
No seas tirano de nadie, ni siquiera de tu perro.
No seas tampoco de nadie esclavo.
En tanto tu corazón permanezca callado, cierra la boca.
Entra en casa del sabio: esté o no en ella, siempre saldrás mejorado.
Sé amable y sabio a la vez. La vista de un sabio amable es el más bello de todos
los espectáculos.
No cantes, sino acompañado de la lira.
No hables de Dios en la plaza pública ni de asuntos públicos en el templo de Dios.
No interrumpas a una mujer cuando danza para darle un consejo.
Hombre de genio, sé fundador de una escuela y no de una ciudad.
Renuncia a la esperanza de mejorar la especie humana mientras continúe siendo
vulgo.
No desesperes de la especie humana. No te desanimes; con el tiempo, el barro se
convierte en mármol que es materia para un dios.
Descifra lo que puedas del libro de la naturaleza y desecha lo restante. Aquello
que no puedas leer, no te atañe.
No temas morir. La muerte no es más que una parada en el camino.
Si se os pregunta: ¿Qué es la muerte? Responded: La verdadera muerte es la ignorancia.
¡Cuántos muertos hay entre los vivos!
Si se os pregunta: ¿En qué consiste la salud? Decid: En la armonía: ¿Y la virtud?
En la armonía. ¿Y la bondad? En la armonía. ¿Y la belleza? En la armonía.
_________________________________
1 Newton debe a Pitágoras el germen de su teoría de la gravitación y de su sistema de los colores (Dutens,
citado por el doctor Alfonso).
Y se os pregunta: ¿Qué es Dios? Responded aún: la armonía. Dios es el orden; la
armonía por la que existe y se mantiene el universo.
Si se os pregunta: ¿En qué consiste la naturaleza de la divinidad? Responded: En
un círculo cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna.1
__________________________________
1 Teoría fundamental del pitagorismo manifestada por su discípulo Timeo en el "Diálogo" platónico de
este nombre.
PLATÓN
Después de las máximas atribuidas al propio Pitágoras, las más destacadas de las
cuales hemos transcrito, la más pura tradición de la filosofía y la ética pitagórica se hallan
en los escritos de Platón, considerado como el más grande de los pitagóricos y heredero
directo del HIEROS-LOGOS del maestro.
He aquí algunas de ellas:
Todo lo que se llama indagar y aprender, no es otra cosa que recordar.
Los hombres en proporción de su inteligencia, han aceptado sus derechos
trascendentes.
La virtud viene como un don de Dios a los que la poseen.
El alma del hombre es inmortal. En un momento dado, sufre una pausa, que se
llama muerte, después de la cual vuelve a nacer. No se destruye nunca. Es nuestro deber,
por consiguiente, cruzar esta existencia tan religiosamente como sea posible.
El verdadero filósofo renuncia a cuanto le es posible: a las voluptuosidades, a los
deseos, a las tristezas, a los temores.
Nada como el amor puede inspirar al hombre lo necesario para llevar una vida
honesta.
Quien ama es más divino que quien es amado, porque está poseído por la
divinidad.
El amor es el más antiguo, el más augusto y el más capaz de hacer virtuosos y
felices a los hombres durante su vida y después de la muerte.
La música es la ciencia del amor relativo al ritmo y a la armonía.
La ciencia del amor en los movimientos de los astros y de las ostentaciones del
año, se llama astrología.
La adivinación es la clave de la amistad que existe entre los dioses y los hombres.
El camino derecho del amor, ya le siga uno mismo o sea guiado por otro, es
comenzar por las bellezas de aquí abajo, y elevarse hasta la belleza suprema.
Si algo vale en esta vida, es la contemplación de la belleza absoluta.
Cuando el alma consigue al fin alcanzar la prudencia (armonía en la conducta) y
conservarla, es fácil devolver la salud a la mente y al cuerpo entero.
La sabiduría consiste en la mesura, o sea armonía en todo.
Lo que los dioses dicen a guisa de saludo y exponiendo su deseo es: “Sed sabios".
No hay mal posible para el hombre de bien ni en esta vida ni fuera de ella, ya que
los dioses se interesan por su suerte.
No debemos responder a la injusticia con la injusticia, ni hacer daño a nadie, ni
siquiera a aquel que nos ha dañado.
Bienaventurados los iniciados que llegan al reino de las sombras. Ellos pueden
hallar allí la vida donde los profanos sólo encuentran miseria y sufrimiento.
Los dáimones llenan el espacio que separa al cielo de la Tierra. Son el lazo que
une al gran todo. De ellos procede toda la ciencia adivinatoria y el arte de los sacerdotes
relativo a los sacrificios, a los misterios, a los encantamientos, a las profecías y a la
magia. La naturaleza divina no entra jamás en comunicación directa con el hombre. Se
relaciona con él por intermedio de los dáimones, ya durante la vigilia o en el sueño.
Los iniciados están seguros de ser partícipes de la compañía de los dioses.
Todas las cosas visibles proceden de la invisible y eterna voluntad que las modela.
Los cielos están plasmados en el eterno modelo del mundo ideal contenido en el
dodecaedro, arquetipo geométrico de la divinidad.
En toda república bien ordenada debe dedicarse el primer cuidado al
establecimiento de la religión verdadera.
Si la música es la parte rectora de la educación, es debido a que el ritmo y la
armonía son particularmente propicios a penetrar en el alma y a conmoverla
poderosamente, y a que la perfeccione la belleza que de ello se deriva.
¿Existe deseo más grande que vivir en compañía de un ser gracias al cual se tiene
la esperanza de llegar a ser mejor?
No es propio del hombre justo hacer daño a nadie, ni aun a los propios enemigos.
Mientras la justicia mantiene la concordia y la amistad entre los hombres, la
injusticia hace nacer, doquiera se manifieste, el odio y la discordia.
No se puede ser dulce sin ser filósofo y son estar ávido de saber.
La excelencia de la palabra, la armonía y la gracia vienen de la sencillez del alma.
La verdadera sencillez sólo se da en los caracteres en que la bondad y la belleza se
compenetran.
No hay espectáculo comparable en hermosura al que ofrece el individuo que
reúne un alma hermosa y un cuerpo igualmente perfecto.
La armonía y la educación del cuerpo y del espíritu, tornan el alma templada y
valerosa.
Busca un espíritu que junte naturalmente la gracia y la medida a las demás
cualidades de las almas nobles, y que espontáneamente se deje llevar hacia la esencia de
las cosas, y júntate con él.
Pocos son los dignos de desposar a la filosofía.
El bien comunica la verdad a los objetos cognoscibles, como al espíritu, la
facultad de conocer.
La virtud y la sabiduría son las únicas riquezas necesarias para ser feliz.
En las desgracias, la aflicción pone una valla a la razón cuando ésta trata de acudir
en nuestro auxilio.
Nada hay tan hermoso como conservar la calma en la desgracia, y no rebelarse, ya
que no se sabe ciertamente lo que hay de bueno y de malo en tales accidentes.
Nuestra vida es un instante entre dos eternidades.
En un Estado integrado por hombres de bien, se intrigaría por escapar al poder,
con el mismo tesón que los demás emplean por ocuparlo.
Jamás el verdadero gobernante se erige buscando su propio interés.
En cuestiones de gobierno, mejor que obligar a los demás es quedar obligado.
Si queréis que los hombres sean valerosos, decidles siempre cuanto sea capaz de
librarles del temor y de la muerte.
Si hay algún hombre que se basta a sí mismo para ser feliz, este hombre es el
sabio.
La verdadera sencillez sólo se da en los caracteres en que la bondad y la belleza se
armonizan.
Muchos jueces y muchos médicos, son señal segura de una educación pública
viciosa.
Asclepio no pensó, inventando su arte, sino en aquellos a quienes la naturaleza y
un régimen sencillo de vida aseguran una buena salud.
Los ejercicios físicos deben ir, ante todo, encaminados a desarrollar la fuerza
moral.
No durará mucho la paz en un Estado en el que no son dichosos sino una clase de
ciudadanos.
Se reconocerá a los buenos gobernantes en que poseen, en verdad, oro y plata
divinos y para nada quieren el oro y la plata de los hombres, y al contrario.
No hay orden en el Estado en que cada ciudadano no se aplica a la tarea para que
ha nacido.
Una buena educación aclara los espíritus.
Todo debe ser común entre amigos.
No habrá remedio para los males de los Estados y del género humano, mientras
los filósofos no sean reyes (o gobernantes) y los reyes filósofos, y mientras una
rigurosísima ley no aparte de los asuntos públicos a aquellos cuyos talentos particulares
les empujan exclusivamente a una u otra de estas manifestaciones.
Fácil es la vida para el ordenado, para el ajeno a toda avaricia de goces y riquezas,
para el liberado de bajezas, cobardías y vanidades.
Jamás conocerá la dicha un Estado cuyo esbozo no haya sido trazado por esos
artistas (los filósofos), que trabajan teniendo a la vista modelos divinos.
No emplees jamás la violencia con los niños, y haz que la educación sea, para
ellos, un juego.
Seguiremos incansablemente el camino que conduce a lo alto, y siempre, y en
todas formas, practicaremos la justicia y la sabiduría. Con ello, permaneceremos continuamente
en paz con nosotros mismos y con los dioses y eso no solamente mientras
permanezcamos aquí, sino hasta cuando hayamos alcanzado las recompensas debidas a la
justicia. Y seremos felices en la Tierra y más allá de ella.
JÁMBLICO
Griego, neoplatónico. Nació en Siria a fines del siglo m de nuestra era. Estudió la
vida y filosofía de Pitágoras con Porfirio, y enseñó esa doctrina en Alejandría, sobre todo
en su aspecto teúrgico. Escribió una biografía de Pitágoras y un libro sobre los misterios
egipcios, aparte de muchas otras obras perdidas. Concedía Jámblico excepcional
importancia al éxtasis místico, unión espiritual con la divinidad.
Algunas de sus máximas:
El exceso de nutrición es nocivo para el cuerpo.
Los teoremas de la filosofía deben saborearse como si fueran néctar y ambrosía.
El placer que procuran es verdadero e incorruptible.
Como los misterios menores preceden a los mayores, así la disciplina debe
preceder a la filosofía.
DEMOCRATES
Filósofo griego pitagórico del siglo I antes de nuestra era.
Algunas de sus máximas:
Hay que abstenerse del pecado, no tanto por temor como por bien parecer,
(Elegancia pitagórica.)
Es conveniente no sólo abstenerse de injuriar, sino eliminar hasta el deseo de la
injuria.
Mejor es abundancia de entendimiento que acopio de erudición.
Preferible es que el consejo preceda a las acciones a que el arrepentimiento las
siga.
Tener siempre la intención de actuar, torna la voluntad imperfecta.
La ignorancia de lo excelente es causa de error.
Antes de realizar cosas indignas, debería el hombre respetarse a si mismo.
Demuestra petulancia hablar continuamente sin estar dispuesto a escuchar.
Porque somos hombres, compadezcamos, en vez de escarnecer, las calamidades
ajenas.
Los que tienen el hábito de condenar, difícilmente practican la amistad.
Propio es de una inteligencia divina pensar siempre en lo hermoso.
El que cree que la divinidad lo ve todo, no pecará en público ni en privado.
Mejor que alabarse es ser alabado.
Si no puedes, en verdad, atribuirte los elogios recibidos, considéralos adulación.
El mundo es una escena. La vida una transición. Venimos, vemos y partimos.
DEMÓFILO
Historiador griego de fines del siglo IV a. C.
He aquí algunas de sus máximas:
La vida afinada, armonizada intencionadamente y misericordiosa, a semejanza de
un instrumento musical, se torna más agradable.
La razón, como un buen alfarero, da hermosa forma al alma.
El hombre bien educado deja la vida con elegancia, como si fuera un banquete.
"El justo medio es excelente", dice uno de los sabios.1
No pidas a la divinidad lo que no intentes conservar siempre, porque ningún don
divino puede ser quitado.
La divinidad envía el mal a los hombres no como venganza, sino como
purificación.
Cuando deliberas si has de injuriar o no, sufres el mal que vas a cometer a otro.
Consulta y medita profundamente antes de obrar o de hablar.
La divinidad estima más que las palabras, los actos del sabio, ya que éste la honra
aun callando.
Una alma divinamente inspirada se une estrechamente a Dios, ya que las cosas
homogéneas se atraen.
Conversa más contigo mismo que con los demás.
Si piensas que la divinidad te acecha doquiera, venerarás a esa entidad
omnipotente y la considerarás tu más íntimo asociado.
El amor sigue a la reverencia, como el odio al temor.
No es libre aquel que no haya obtenido el dominio de sí mismo.
Haz cosas grandes sin alardear de ellas.
Nuestra naturaleza se halla enraizada en la divinidad, de la que procedemos. Así,
en ella debemos crecer y florecer.
La divinidad no puede hallar en la tierra aliado más conforme a su naturaleza, que
un alma pura y santa.
____________________
1 Se refiere a Pitágoras, a quien los discípulos no nombraban
SEXTO
Filósofo griego del siglo II, nieto de Plutarco y maestro de Marco Aurelio.
He aquí algunas de sus máximas:
Hay en ti mismo algo que te asemeja a Dios. Hazle en tí, su templo.
Considera perdido todo el tiempo que no consagres a la divinidad.
Desea siempre que te ocurra lo conveniente, y no lo agradable.
Como quisieras se comportara tu prójimo con respecto a tí, obra así con tu
prójimo.
E1 uso de los animales como comida es indiferente, aunque es más racional
abstenerse de ellos.
Todo lo que el hombre tenga, además de lo necesario, le es hostil.
No desees tesoros, sino aquellas cosas de las que nadie puede privarte.
El mayor honor que puede tributarse a Dios es conocer e imitar Su perfección.
Trata a todos los hombres como si fueras su guardián después de Dios.
El que trata mal a la humanidad, se maltrata a sí mismo.
Desea beneficiar a tus enemigos. No está en nuestro poder el vivir, pero sí lo está
vivir rectamente.
Invoca a Dios por testigo de todas tus obras.
El sabio forma parte de la divinidad. El temor a la muerte entristece sólo a aquel
que desconoce la naturaleza de su alma.
No hables de la divinidad al alma impura.
ESTOBEO
Pitagórico del siglo VI de nuestra era. Compuso una ANTOLOGÍA, síntesis de toda
la antigua filosofía griega. A través de él ha llegado a nosotros gran parte de su sabiduría.
Algunas de sus máximas:
Lo que no debas hacer, arrójalo del pensamiento.
Dijo Pitágoras que se debe elegir la vida más excelente porque luego la costumbre
la hará agradable.
Todas las formas de la vida humana deben ser hermosas como las de una estatua.
Sé sobrio. Disponte a crear. Tales son los nervios de la sabiduría.
No sientas necesidad de nada, ya que en poder de la fortuna está dar y quitar.
El viento incrementa el fuego; la costumbre, el amor.
Dijo Pitágoras que se debía callar cuando la palabra no valía más que el silencio.
Al preguntar a Pitágoras como debía comportarse un individuo con su patria
cuando lo trataba mal, respondió: "Como con una madre."
Cualquier país sirve de residencia al sabio, ya que el mundo entero es patrimonio
del alma digna.
Pitágoras y Platón decían que no debía considerarse la vejez como el fin de la
presente vida, sino como el inicio de otra mejor.
ARQUITAS
Gobernador de Tarento, admirable político y pitagórico. Se halló en posesión del
HIEROS-LOGOS del maestro Pitágoras que transfirió a Platón. Fue uno de los más
esclarecidos pitagóricos de la pasada era.
Algunas de sus máximas:
La dicha no es otra cosa que el uso de la virtud en la prosperidad.
Yo llamo sabiduría a la ciencia de los dioses y los dáimones; prudencia a la
ciencia de las cosas humanas, la ciencia de la vida.
La felicidad consiste en la contemplación y práctica de lo bello.
La prosperidad es más difícil de soportar debidamente que la adversidad.
Hay una medida, un límite de prosperidad y éste es el que el hombre honrado
debe desear. Asimismo hay una medida para el tamaño de un navío y la longitud del
timón. Ya que el exceso de prosperidad hace que, aun entre los hombres honrados, no sea
el alma la que dirige sino que, por el contrario, es la prosperidad la que gobierna al alma.
Lo mismo que una luz demasiado intensa daña los ojos, así demasiada prosperidad
deslumbra la razón.
No es la posesión de la virtud lo que constituye la dicha, sino el uso que de ella se
hace.
Se puede decir que la filosofía es el deseo de saber y comprender las cosas por sí
mismas, unido a la virtud práctica, inspirada por el amor y realizado por ella. El principio
de la filosofía es la ciencia de la naturaleza; el medio, la vida práctica; el fin, la ciencia
misma.
Hay en la vida dos direcciones rivales que se disputan la preeminencia: la vida
práctica y la vida filosófica: la más perfecta es la que suma entrambas para llegar a la
armonía.
En todas las cosas es preciso considerar el fin y esto es lo que hacen los pilotos,
que tienen siempre presente en su mente el puerto a que dirigen la nave.
No son, en verdad, felices los que tratan de suprimir la belleza moral descartando
toda discusión y toda reflexión sobre este asunto, buscando el placer en la ausencia del
dolor, en los goces físicos primitivos y simples, en las inclinaciones irreflexivas, tanto del
cuerpo como del alma, y honrándolas como si ellas constituyeran la belleza misma. Estos
cometen una doble falta rebajando el bien del alma y sus funciones superiores al nivel de
su cuerpo; y elevando el bien del cuerpo al alto grado que debe ocupar el goce anímico.
Las facultades de orden físico no deben ser más que instrumentos de la actividad
intelectual, si se quiere que ésta sea perfecta en poder, duración y riqueza.
La ley es, con relación al alma y la vida del hombre, lo que, en verdad, es la
armonía en relación con la voz y el oído.
La ley es esencial. Por ella, el rey es legítimo. De ella saca el magistrado sus
poderes. Por ella, el que es mandado conserva su libertad y toda la sociedad es feliz bajo
su amparo. Cuando la ley es violada, el rey no es más que un tirano, el magistrado carece
de derecho, el que es mandado cae en la esclavitud y la sociedad entera en la desgracia.
De la cooperación armoniosa entre los de arriba y los de abajo, nace la virtud que,
desviando los placeres y las tristezas, conduce el alma al bienestar y a la armonía. Las
leyes deben inscribirse, no en los edificios y sobre las puertas, sino en lo profundo del
alma de los ciudadanos.
El verdadero jefe no sólo debe tener aptitudes para mandar bien, sino, además,
amar a los hombres.
APOLONIO
Nacido en Tiana, Capadocia griega en el siglo I de nuestra era, fue el más
destacado pitagórico de la antigüedad en el sentido místico y taumatúrgico. Verdadero
"hijo del Silencio", peregrinó por todo el mundo conocido, sembrando su iluminación y
su sabiduría, purificando los ambientes, encauzando y aconsejando a los hombres de más
responsabilidad, revitalizando la enseñanza de las comunidades y devolviendo la pureza y
la fuerza al ceremonial de los templos paganos. Sus poderes sobrenaturales, que han dado
origen a la leyenda de su vida milagrosa, han justificado su epíteto de "Cristo Pagano".
En sus ocultamente orientadas peregrinaciones, fue sembrando talismanes poderosamente
magnetizados para que sirvieran de germen a presentes y futuras labores espirituales.
Visitó, también con tal objeto, el sur de España.
Algunas de sus máximas:
A Damis, su discípulo. He visto hombres que habitan la tierra sin habitarla, que
defienden ciudades sin defenderlas y que no poseen nada, poseyendo lo que otros poseen.
Al cónsul romano Telesino. La filosofía es un perpetuo estado de inspiración.
No teniendo nada, se poseen todas las cosas.
Al centinela de Babilonia. Toda la tierra es mía.
A Gritón. Pitágoras dijo que la medicina es la más divina de las artes; pero es
menester que el médico se ocupe del alma al mismo tiempo que del cuerpo. Porque:
¿Cómo podría considerarse sano un ser cuya parte más importante estuviera enferma?
A Valerio asiático, cónsul, en la muerte de su hijo. Nadie muere como no sea en
apariencia, de la misma manera que nadie nace como no sea también aparentemente. El
paso de la esencia a la substancia, eso es el nacimiento, así como la muerte es el de la
substancia a la esencia. En realidad, nadie nace ni nadie muere. ¿Cómo un error tan
grosero ha podido subsistir tanto tiempo?... No son los individuos visibles los que se
modifican; es la substancia primordial la que se modifica en cada uno de ellos. Ella es la
que es, y hace ser infinitas sus modificaciones; es la eterna deidad despojada de su
nombre y figura para no tener más que los nombres y formas de cada individuo. Si
consideramos la verdad, no hay que deplorar la muerte, sino honrarla... ¿Y cuál puede ser
la manifestación más honrosa, conveniente y digna? Pues dejar a Dios los que han
entrado en su seno, y gobernar a los hombres que os han sido confiados como lo haréis en
adelante. Si existe un orden en el universo —y es seguro que lo hay—, ese orden está
regulado por la divinidad, El justo, pues, no deseará las dichas que no tiene, porque ese
deseo procede de una preocupación egoísta y contraria al orden. Por ello, estimará como
una dicha todo cuanto acaezca. Avanzad en la sabiduría y procurad curar vuestra alma.
No penséis en vos antes que en los demás, sino todo lo contrario. ¡Cuántos motivos
tenéis, en torno, de consolación! Y el hijo que habéis perdido, ¿no os queda por ventura?
Os queda, dirá todo hombre sensato. En efecto; lo que es, no puede perecer; lo que es,
siempre perdura y a vuestro lado palpita.
A unos discípulos. Si os decís mis discípulos, decid también que no tenéis nada
propio, que no vais a las termas, que no matáis animales, que no coméis carne, que estáis
liberados de toda pasión, de la envidia, de la maledicencia, del odio, de la calumnia, del
rencor. Que habéis inscrito vuestro nombre entre los que han alcanzado la liberación.

Segunda parte
EL HIEROS-LOGOS, LA PALABRA SAGRADA DE LOS PITAGÓRICOS
I
Origen y tradición del Pitagorismo
Pitágoras, como todos los grandes enviados cíclicos, no dejó a la posteridad nada
escrito. Su palabra fue transmitida directa y oralmente a sus discípulos. A través de lo que
éstos nos legaron podemos columbrar parte de la sabiduría del maestro, al que se llamó
"Luz de occidente".
Los mismos VERSOS ÁUREOS que algunos le atribuyen y que forman la más
notable pieza de poesía gnómica,1 del antiguo patrimonio espiritual de Europa, se deben a
su discípulo Lysis, su transcriptor.
Los VERSOS ÁUREOS de Pitágoras se hallan sin duda inspirados en el auténtico
HIEROS-LOGOS de los misterios tracios y de las místicas fraternidades de los discípulos de
Orfeo.
Tales Cresmes eran versos hexámetros de peculiar ritmo cuya adecuada
declamación los convertía en palabra mágica, profética y operativa.
La tradición esotérica nos dice que, desde el punto de vista intelectual, eran
poemas oscuros, profundos, de difícil comprensión. En momentos oportunos y con la
clave transmitida, daban razón de las causas y finalidad de los acontecimientos. Sólo eran
consultados en los momentos solemnes, cuando la situación lo requería, ya que se
consideraban el más infalible oráculo de la antigüedad. Su lenguaje y sonido,
debidamente recitados, establecían una vibración que sintonizaba con las fuerzas
estelares en los momentos astrológicamente propicios. Su estructura poética se basaba en
el número y la medida, o sea, en el llamado "número de oro" cuyo conocimiento no podía
ser revelado más que por el Hierofante, el sumo sacerdote de los misterios.
Los VERSOS ÁUREOS de la tradición pitagórica que han llegado hasta nosotros,
fueron inspirados en la parte ética y mística, en los himnos órficos, y tuvieron una finalidad
más exotérica, gnómica o didáctica. Fueron la norma de conducta, la guía segura,
armoniosa y proseguida de la moral cotidiana de los pitagóricos en el internado de
Crotona y en las fraternales colonias que de él se derivaron. Constituían, por decirlo así,
la espina dorsal de la escuela y eran recitados diariamente y observados religiosamente
sus preceptos en todas las horas del día, de acuerdo con los grados progresivos del
sistema pedagógico en ella instituido. Para los ya iniciados que habían trascendido la
enseñanza de los cursos, cada frase de los VERSOS tenía su desdoblamiento, su
trascendente significado y poder, que escapaba a la comprensión de los profanos.
En Alejandría, muchos de los primitivos secretos fueron revelados. El sincretismo
imperó en aquella sabia Babel del mundo antiguo, en la que confluían las corrientes
espirituales de Oriente y las de Occidente. A la sazón, un pitagórico alejandrino,
Hierocles, transcribió los VERSOS ÁUREOS dando a conocer unos comentarios alusivos
que han llegado íntegros hasta nuestros días. Esos comentarios sirvieron de regla de
conducta en las lecciones que se daban en el aula pitagórica de Atenas, todavía, durante
el siglo v de nuestra era.
Aparte de esta modalidad más externa y divulgada de los VERSOS ÁUREOS de
Pitágoras y de sus diversos comentarios y trabajos exagéticos, existió una vinculación
secreta del auténtico HIEROS-LOGOS pitagórico. Esta "palabra sagrada" vivificó las
_________________
1 Poesía ética y sentenciosa.
sucesivas generaciones de afiliados a la noble institución de la Magna Grecia y jamás fue
divulgada ni conocida.
Al morir el maestro de Samos, confió a su hija Damo, su heredera espiritual en la
regencia de las distintas y esparcidas comunidades derivadas de su escuela, un
manuscrito que contenía la esencia de su doctrina y el método de su enseñanza. Pitágoras
se servía de ese manuscrito como norma para sus lecciones, en las etapas más avanzadas
de su magisterio en el instituto pitagórico de Crotona.
A base de esas lecciones pudo Damo seguir dirigiendo, alentando, instruyendo y
vivificando, después de la destrucción del Instituto y de la muerte de su padre, los
dispersos grupos y hermandades de pitagóricos establecidas en Sicilia y en toda la
península itálica. H. P. Blavatsky hace alusión en su obra capital, La doctrina secreta a
ese manuscrito privado diciendo que pasó a manos de Arquitas, el destacado pitagórico
tarentino, discípulo y colaborador de Damo. De Arquitas pasó el precioso guión a poder
de Platón, llamado por sus contemporáneos "el más sabio entre los pitagóricos".
Por otra parte, un comentarista y biógrafo de Pitágoras y de los más eximios
pitagóricos, tan autorizado como Diógenes Laercio2 nos cuenta que Platón compró a los
parientes del pitagórico Filolao de Crotona un libro que contenía la tradición secreta del
mundo desde sus orígenes en la remota Atlántida. Este libro lo glosó después el "divino"
filósofo en el más profundo y pitagórico de sus diálogos: "El Timeo" y también en "El
Critias".
Demetrio, otro pitagórico, confirma esta verdad diciendo que Filolao fue el primer
pitagórico que reveló ciertos secretos sellados de la escuela.
Este archivo secreto que pudo obtener de varias fuentes directas, Platón, se revela,
de manera velada, a través de la mayor parte de sus famosos "diálogos" que en forma más
o menos fiel han llegado, a través de los siglos, a nuestro conocimiento.
Toda la trama ascendente de la filosofía pitagórica, la substancialidad mística, el
contenido esotérico, enmarcados en una dialéctica maravillosa de estructura netamente
pedagógica, circulan por esos "diálogos" de trasfondo teosófico.
En ellos descubrimos la ascensión o transmutación; del amor, desde el pathos
humano al ethos místico, hasta alcanzar su dimensión universal; la colaboración y la guía
a través de los dictados de los dáimones, la eudaimonía, "colaboración entre los dioses y
los hombres" mediante esos genios protectores; la teopneusia o inspiración directa divina;
la curación por medio de las catarsis o purificaciones integrales; por la terapéutica del
espíritu o por determinados ejercicios sintonizados con leyes siderales del ritmo y de la
armonía, tan practicada por Pitágoras y sus discípulos, o teopatía; los procesos de
crecimiento directo, por el fuego solar en nosotros, el gozo exultante de la exaltación
mística o entusiasmo' (llenedumbre de divinidad). Ese método era particularmente
asequible a los pitagóricos, merced a la divisa del constante "contentamiento" que se
exigía como premisa previa a todo aquel que codiciaba la categoría de pitagórico.
A través de la riqueza ideológica y filosófica de los "diálogos" platónicos, un
conocedor de esoterismo puede seguir el hilo áureo del HIEROS-LOGOS, la herencia
espiritual del gran maestro de Occidente.
El conocimiento de las verdades eternas sustentadas por los verdaderos iniciados,
fluye por esos "diálogos" y se trasparenta en múltiples ocasiones al evocar la ley de
transmigración de las almas en distintos cuerpos o metempsícosis; la eternidad del ego y
____________________
2 "Vidas de los filósofos más ilustres."
su dilatada evolución por la moira (karma de los orientales) ley de armonía de la acción
en el tiempo; la substancia sutil del mundo que nos envuelve, el eidolón plano astral en la
literatura teosófica; la luz traducida en fluido magnético vital, od o aur; la hylé o esenciasubstancia
universal; el plano superior de la mente o substancia inteligible, el nous; las
normas rítmicas de purificación, de acuerdo con las cuatro ondas anuales de vida
universal; el estado de beatitud suprema o cima del alma humana, epifanía; la armónica
perfección a través del pulimento y conquista consciente de todas las cualidades
iniciáticas, epopteia.
Sobre todas estas definiciones, planea en los "diálogos" de Platón la revelación
del simbolismo de no pocas verdades encubiertas con el poético velo de la leyenda
mitológica.
Si a todo este caudal de conocimientos, esta perenne lección profunda y amena, y
a este mantenimiento progresivo de la revelación, unimos la calidad ética, el método
didáctico y el contenido filosófico, llegaremos a la conclusión de que en la obra platónica
se halla, implícita y explícita, la gran lección del HIEROS-LOGOS pitagórico.
Bajo un mismo lema, una alta advocación formativa, y a través de las diversas y
definidas personalidades que integran la pléyade de filósofos que frecuentaron la academia,
discípulos y compañeros de Platón y de Sócrates —ese divino autodidacto, ese
médium maravilloso de los dioses y de los dáimones—, podemos considerar el valor de
los "diálogos" como la fuente directa y generosa de la palabra pitagórica.
De directa tradición, aunque más o menos sofisticados, nos han llegado también
los símbolos a cuyo procedimiento indirecto eran tan afectos los afiliados a la escuela de
Crotona. En otro libro seleccionamos algunos de esos símbolos de tan difícil
interpretación a veces, que conservan todavía un puro significado, un valor esotérico y
una correspondiente ética.
Algunos de los más famosos pitagóricos de la antigüedad, glosaron muchas de las
verdades del maestro de Samos, y nos han legado el contenido de sus interpretación en
las enseñanzas del maestro en forma de máximas sentencias, comentarios y apotegmas.
Conocidas son las de Jámblico, su biógrafo y exégeta, de Demófilo, Estobeo,
Sexto, Focio, Arquitas Filolao, Epicarmo, Empédocles y, en el postrer alumbramiento de
la escuela pitagórica en la Atenas del siglo v, Proclo, el gran místico pitagórico y Plutarco
de Atenas, maestro; de ese postrer representante de la academia y que, según algunos
historiadores, fue el autor de muchos de los comentarios a los VERSOS ÁUREOS que
aparecen como originales de su discípulo Hierocles.3
_______________________
3 Otro poeta gnómico.
II
La mística raíz del "Hieros-Logos"
Los pitagóricos, herederos, a través de su maestro, de la tradición de los misterios
órficos, egipcios, caldeos y fenicios, poseían la clave numérica de las palabras, su
significado mágico y su valor trascendente. Y además, el conocimiento rítmico y tonal de
su pronunciación, la calidad de su vibración y de su sonido que nosotros hemos perdido,
porque nos hemos desconectado del lenguaje de las estrellas.
La palabra por excelencia, LOGOS tenía dos significados. Uno, de uso corriente: la
palabra. Otro de valor primordial y simbólico: la Palabra,
Esta Palabra representaba el origen, el poder creador del verbo, la primitiva, la
esencial sabiduría. Esta Palabra no la podían pronunciar más que los iniciados, o sea, los
sabios probados. Siendo la misma en su morfología, no lo era en su pronunciación ni en
su significado, ya que le era implícita la fórmula matemática y estelar del espíritu
armonioso que a través de ella se invocaba. Ello supone que los pitagóricos, maestros de
este concepto superior de la palabra, conocían su vibración en el momento operativo y
vital que la sintonizaba con las fuerzas universales.
La Palabra, en griego Logos era, en su sentido iniciático, equivalente a mediadora
divina.
Ella, la Palabra, se unía entonces al HIEROS, y era la sabiduría misma; pero no en
el sentido del sabio concepto, sino de la viva expresión.
El HIEROS-LOGOS, pues, implicaba un significado operativo, cósmico del poder de
la palabra recuperada, lograda a través del silencio. El silencio pitagórico, preceptual, de
los primeros grados de la escuela representaba la catarsis o purificación de la palabra
vulgar para trascenderla a palabra sabia, a Hieros-Logos. Por ello dijo Pitágoras que el
discípulo debía hablar sólo "cuando la palabra valiera más que el silencio". ¿Podemos siquiera
columbrar ahora, lo que valía el silencio para un pitagórico?
Los libros teosóficos y orientalistas, al tratar de la "palabra sagrada" se refieren al
OM o AUM de los hindúes. Mejor dicho, al concepto brahmánico, místico, de esa sílaba
misteriosa de poder.
Pero los primitivos órficos y pitagóricos, o sea, los antiguos teósofos y ocultistas
occidentales, tuvieron y emplearon un vocablo propio de raíz puramente occidental,
equivalente fonético y mágico del sagrado vocablo de Oriente, que era la palabra AION.
El AION de los griegos significaba por un lado, por las cuatro letras que lo
componen, "la tetrada sagrada" o sea, la cruz sideral, las cuatro oleadas de la vida sobre la
Tierra. Por otro lado, constituye una síntesis de las siete vocales, sintonizada cada una de
ellas con un planeta de nuestra cadena septenaria. Los que conocían su significado
operativo, lo pronunciaban de modo que su vibración se enlazaba con los siete poderes
cósmicos, las jerarquías universales.
Las vocales constituyen el alma del lenguaje. Son los agentes de enlace desde el
simple cuerpo silábico, hasta su trascendencia mantrámica, sálmica, crésmica o hímnica.
En el AION subyace la mística raíz del lenguaje griego, padre de las lenguas posteriores
suroccidentales que con el latín, dieron origen al cuerpo llamado de las lenguas
románicas.
Teóricamente y desde el punto de vista exotérico, esta "palabra" podía implicar
una medida de tiempo, una "oleada de vida". Para el ocultista y el místico, significaba el
sentido de la eternidad en el tiempo, su doble perenne, su traspasadura.
Por ello, su debida pronunciación, al sintonizarla en los momentos de empalme
con el rayo oculto benéfico de las fuerzas planetarias, conducía a un estado de liberación.
A semejanza de los hindúes, los griegos pronunciaban el AION sagrado como un
triptongo en cierto modo cantado, ya que cada vocal tenía su sonoridad peculiar y su
poder propio. Pronunciando este vocablo al son de la lira heptacorde o de siete cuerdas,
que así era la lira órfica, se convertía esa palabra de poder en un séptuple acorde
armónico.
Cuando en su forma ritual se recitaba en momentos astrológicamente favorables y
en forma colectiva, la declamación del AION se realizaba en forma de lenta exhalación,
con los pulmones repletos de oxígeno. Empezaba con el mayor aliento la primera letra, la
a abierta a la que seguía la a cerrada que terminaba con una ae apenas perceptible, como
se estila en la pronunciación griega. Las otras vocales se pronunciaban con la boca
gradualmente semicerrada hasta llegar ala n final, la coda resonante, murmurada, ya que
esta letra se cantaba con la boca enteramente cerrada y era como una especie de
asimilación interna de la misteriosa palabra y de su místico poder.
Anaxágoras designaba a la deidad suprema con el nombre de Nous, la inteligencia
creadora, el Demiurgo, el primer EON o AION, o sea, el tercer logos o principio,
contando desde arriba.
Entre los libros teosóficos que han alumbrado la mentalidad occidental en los
umbrales de la Nueva Era, ninguno tan impregnado de la mística pitagórica como "La
Voz del Silencio".
Voz del silencio llamaban los antiguos pitagóricos al AION, ya que era
comunicado con todas sus claves de poder a los acusmáticos, "los silenciosos", cuando al
final de su prolongada disciplina, les era confiada la raíz mística de la palabra y de
oyentes pasaban a parlantes, matematicoi.
En el preámbulo del mencionado libro, nos indica su autora, H. P. Blavatsky, que
tiene su origen en el misterioso alfabeto astrológico-ideográfico, hecho de símbolos y
signos usados en astrología esotérica.
Dice la "Voz del Silencio": "Para llegar a ser conocedor del yo completo
(principio solar en el individuo) debes primeramente ser conocedor del yo. Para llegar al
conocimiento del yo, tienes que abandonar el yo al No-Yo, el ser al No-Ser. Entonces
podrás reposar en las alas de la Gran Ave."
La "Gran Ave" (Kala-Hamsa) se representaba, en el ideograma sagrado como una
M mayúscula con las dos patas separadas. Por ello se considera en las lenguas sagradas la
M como la más misteriosa de las letras. Su símbolo zodiacal corresponde al signo de
Acuario que no es más que una eme doble y proseguida en forma de ondas o vuelos, ya
que la M ideográfica es un ave con las alas tensas, la gran ave de Zeus robando a
Ganímedes, representación del signo zodiacal de Acuario en la' mitología griega.
"Monta en el Ave de la Vida si deseas saber", reza "La Voz del Silencio".
El "Ave de Vida" en su significado oculto es el Avatar que desciende en forma de
gracia divina, al comienzo de los ciclos zodiacales, vehículo por el cual, al remontar la
conciencia egoica, escala el alma la eternidad.
"No vivas en lo presente ni en lo futuro, sino en lo eterno" dice "Luz en el
Sendero", el libro por esencia iniciático de todos los tiempos.
El AION fue, entre los pitagóricos, según Blavatsky, no sólo el origen de la palabra
sagrada, el primer logos, sino el símbolo viviente de la eternidad.
En sus ritos de tipo naturalista o biológico, se invocaban a menudo en Grecia los
Aiones, los grandes espíritus del espacio desconocido, los "Ignotos". Los gnósticos los
invocaron más tarde como "grandes divinidades sin forma y sin nombre".
Dice Blavatsky en su obra fundamental, La doctrina secreta: "Los pitagóricos
sabían bien que el sonido es el agente mágico más poderoso y eficaz, y la primera clave
que abre la puerta de comunicación entre los mortales y los inmortales."
Y en la misma obra reafirma: "La palabra AUM o AION, cuando es pronunciada
por un hombre o mujer santo y puro, tiene correspondencia con el triángulo superior (la
tríada divina) y despierta las potestades de los elementos (la sagrada tetractys pitagórica).
Cuando la pronunciación de la mística raíz de la palabra sagrada es perfecta, la
tríada se une al cuaternario, formando el septenario completo o individuo cósmico, en
cuya constitución asisten por igual las substancias físicas, síquicas y espirituales.
Entonces, las siete vocales implícitas en el AION sagrado, vibrando a tenor de las
siete notas musicales, de los siete colores en que se descompone la luz solar, de las siete
piedras mágicas, de los siete perfumes rituales, etcétera, pueden conducir, dice la
maestra, "al roce de la gloria".
Ella misma previene, sin embargo, del peligro que supone, para el conocedor, de
esta fórmula de elevación, pronunciar el vocablo sagrado en estado de pecado o error,
porque dice "atraería a su impura atmósfera, fuerzas y presencias invisibles que le
destruirían o dañarían sus envolturas."
Esas "envolturas" hacen referencia a las siete almas del hombre mencionadas en
El libro de los muertos de] antiguo Egipto. Cada una de tales almas posee la naturaleza
del correspondiente espíritu planetario que en número de siete colaboran estrechamente
en la evolución terrestre. Porque nuestro universo solar forma una indisoluble,
maravillosa unidad.
Dice Proclo, el gran místico pitagórico: "Desde el momento en que los antiguos
observaron la mutua simpatía de las cosas celestiales y terrestres, aplicaron éstas a
objetivos ocultos... mediante lo cual y en virtud de la semejanza, trajeron virtudes divinas
a esta miserable mansión."
Todo es colaboración en el universo, hasta un punto que nosotros no podemos
alcanzar, pero hacia el cual se encamina, por gravitación ascendente, nuestra vasta
naturaleza a través del infinito progreso.
El símbolo del ave mágica, el AUM o el AION, nos invita al vuelo. En las alas de
la "Gran Ave" sagrada podremos vislumbrar lo que será la realidad de la nueva era, con
cuyo símbolo sideral se identifica misteriosamente. Lo universal y lo individual tienen
ahora el mismo punto de confluencia.
Si la práctica de la palabra sagrada implica, como dice H. P. Blavatsky, peligros
decisivos para el impreparado, el pitagorismo ofrece los medios progresivos, seguros y
deleitosos —ya que toda forma de armonía es gozo—, de lograr la realización.
No hubiéramos dado a la publicidad el contenido de este libro si no se hallara
contrapesado por la ética pitagórica, las normas para la pureza integral, el conocimiento
de los ritmos de eficacia, el significado del silencio el estudio y práctica de la filosofía, la
tradición esotérica de la meditación conducida para el logro de la armonía física; síquica
y mental del individuo, unidos a la didáctica maravillosa de la belleza, tal y como la
entendían las comunidades pitagóricas de la antigüedad.
Desde sus orígenes y a tal fin, la prosecución del objetivo básico: el ideal de la
vida armónica, se deriva de esta mística raíz de la palabra que en sí entraña todo el
significado y la doctrina del maestro samio.
El HIEROS-LOGOS constituye el nexo vibratorio de esa compleja disciplina de
enlaces y contactos entre el individuo evolucionado y las fuerzas cósmicas que lo
complementan.
Pero no olvide ningún estudiante la gran lección del pitagorismo: "Que sólo a
través de la proseguida y consciente disciplina del silencio, se gana el privilegio de la
palabra."
III
El triángulo pitagórico
El triángulo equilátero, con los diez puntos inscritos, constituía el lema y la
insignia de la escuela pitagórica.
Pero en realidad, esa divisa era, dentro del lenguaje primitivo del símbolo, el más
alto y completo tratado de cosmología, de filosofía y de moral referente al hombre y al
universo, que jamás se haya conocido.
Dice Blavatsky en su Doctrina secreta, que el triángulo pitagórico equivale, como
tratado trascendente o esotérico, "a todas las teologías y angelologías conocidas".
Por tanto, ese libro hermético y conductor de almas, se revelaba y revela en
proporción a las claves aplicadas para su abertura. O sea, según la capacidad, intuición y
sensibilidad del que lo interpreta. Ya que su sabiduría es reveladora y posee alcances que
nuestra mente concreta no podrá nunca desentrañar, por cuanto contiene los fundamentos
de la vasta evolución humana, así como los de la creación divina, Antropogénesis y
Cosmogénesis: el universo como definición abstracta y el individuo como máxima
posibilidad y perfección.
Desde nuestro punto de vista y como simples exegetas de la doctrina pitagórica,
resurrecta por su pureza y por su didáctica occidentalista en esta importante hora de
inicios, nos interesa el triángulo pitagórico, ante todo, como tratado del hombre nuevo
encuadrado en los postulados cósmicos de la era que nace. Como libro de sabiduría y de
actitud formativa integral de las generaciones mentoras del ciclo nuevo.
Y por lo mismo que ese libro se halla escrito en lenguaje simbólico, representa
para todo lector no sólo una definición, sino una sugerencia y una invitación a superiores
interpretaciones, ya que se trata de una lengua viva y abstracta que sólo se puede leer a
través de la mente superior o intuitiva, tónica de todo individuo acuariano; porque tal es
la divisa del signo que amanece en el oriente procesional del mundo en el equinoccio de
primavera.
Definamos, pues, ese simple y profundísimo tratado, como el fundamento de la
lengua iniciática de todos los tiempos, lengua primaria y profundísima de todos los
orígenes, dialéctica y pedagógica del ego purificado, capaz de leer el significado de las
cosas más allá de su apariencia concreta.
El triángulo pitagórico, en su sintética y geométrica expresión, puede considerarse
hoy, como antaño, como el Libro Eterno contenedor de las ideas madres permanentes y
renacientes en todos los orígenes cíclicos. En tal sentido constituye la vanguardia del arte
abstracto, puesto que se basa en ideas abstractas y en símbolos cósmicos.
Esa simple y primerísima imagen a dos planos, representa la pirámide, palabra
que quiere significar la estructura del fuego cósmico, la aspiración de lo terreno a lo
infinito.
Si esta primera imagen cerrada geométrica nos conduce a la definición básica
universal y a sus tres manifestaciones éticas y sociales, así como a los supremos atributos
del espacio como divinidad innominada, los puntos en él inscritos constituyen el códice
de la más elevada sabiduría, ya que estructuran la alta jerarquía espiritual que rige, desde
las fuentes superuniversales, al mundo y al hombre.
Considerado, pues, el triángulo pitagórico en su integridad como tratado, a la vez,
de arte, de ciencia y de religión, veremos que de él se derivan todas las enseñanzas y las
nobles actividades y representaciones de la alta jerarquía espiritual de los santuarios
antiguos de iniciación, escuelas nobilísimas del hombre completo, integral y armónico.
Si nos proponemos interpretar su significado a través, del arte clave, nos
remontamos hasta sus mismas fuentes abstractas. Y a través de ese lenguaje morfológicopoético
podemos llegar al vaticinio, a la adivinación y al acto creador, íntimos a las
grandes verdades y a la belleza eterna.
Esto se infiere de la interpretación que de él nos dio el propio maestro Pitágoras.
El nos definió cada uno de sus lados con una significación básica cualitativa:
Verdad, bondad y belleza que preside, correlativamente, las tres básicas actividades del
hombre y de la sociedad. La verdad preside la ciencia y la filosofía; la belleza, el arte; la
bondad, la religión.
En el libro eterno de las iniciaciones vivas, Luz en el sendero, leemos:
"Contempla las tres verdades, son iguales". Se refiere a esas tres manifestaciones
esenciales de la vida, a los tres lados del triángulo.
Si hoy atraviesa la humanidad una honda crisis cíclica, crisis que tiene su
fundamento en una merma espiritual y del sentido de conciencia y de convivencia
humanas, características especificas de todo periodo de traspaso de una a otra era
zodiacal, es lógico que el caos impere ahora y la desorientación y la desarmonía en el
mundo. Por ello —porque el mundo se halla entonces también en uno de tales periodos
cíclicos—, el maestro Pitágoras tuvo por lema de sus enseñanzas, de su método
pedagógico y de su gran labor de inicio y encauzamiento, la armonía en todas sus formas.
Nos hallamos desconectados, ahora como entonces, de los tres principios
fundamentales en que Pitágoras sintetizó su mensaje al mundo.
Esa síntesis maravillosa, se halla estructurada en la imagen más perfecta,
equilibrada y simple que ha conocido la humanidad: el llamado triángulo pitagóricoplatónico.
Por ello, como hemos insinuado ya con respecto a su derivación en las tres
fuentes de las actividades humanas y sociales, hoy adolece la humanidad, fundamentalmente,
de tales principios: de falta de bondad o de amor, cuya misión ha
incumbido al sentimiento religioso; de verdad, cuyo menester recae sobre las actividades
filosóficas y científicas; y de belleza, que corresponde a todas las modalidades del arte.
Sin embargo, esas cualidades fundamentales se compenetran y apoyan unas en otras,
formando un todo compacto y cerrado, como la figura geométrica del triángulo equilátero
que las simboliza.
En el seno de su escuela ideal, el instituto pitagórico, perseguía el maestro el
equilibrio y complementación, en sus discípulos, de esas cualidades básicas, formativas
del carácter, del intelecto, de toda manifestación espiritual y física en la vida de sus
educandos.
Mas ese triángulo pitagórico posee otras significaciones altísimas de orden
superior superuniversal. De esa modalidad nos hemos primordialmente desconectado.
Esa maravillosa esencia cualitativa y abstracta es la siguiente:
La verdad, cuya derivación en las actividades humanas es la filosofía y la ciencia
experimentales, en su derivación superior es la ley universal que rige los infinitos
espacios.
La bondad o amor, cuya modalidad práctica se encama en la religión, en su
trascendencia superior es la divina providencia que todo lo abarca.
Y la belleza, cuyo cauce en las actividades humanas es el arte y la artesanía en
todas sus formas, en lo trascendente y oculto es la armonía espacial, la llamada música de
las esferas.
El olvido de esa estructura fundamental cualitativa que va de lo más concreto a lo
superior abstracto, pasando por los básicos principios intelectuales y éticos, nos ha
conducido a ese desgarrado materialismo, a esa crueldad y desvío de las leyes naturales y
los principios humanos, a esa ausencia de valores morales que en todos los estamentos de
la sociedad y en los recovecos del alma humana, imperan.
El triángulo y el cuaternario constituyen, dentro del valor numérico de la
enseñanza pitagórica, el septenario, número fundamental en nuestro mundo, que rige las
vibraciones actuales del cosmos sobre nuestro planeta y sobre el hombre terrestre.
Si sobre ese septenario representado por los siete cuerpos o envolturas de la Tierra
y del hombre, por los vínculos numerosos de los siete planetas en todas sus escalas o
vibraciones, en relación con la evolución terrestre y con nuestra constitución septenaria
—los días de la semana, los colores del prisma, las notas musicales, las cualidades
derivadas, las piedras y perfumes consagrados etcétera—, si sobre ese septenario
colocamos, en forma simbólica, la trinidad superior cualitativa, universal y cósmica que
hemos mencionado —la ley, la providencia y la armonía—, tendremos completada la
famosa década pitagórica, el número perfecto.
La ausencia de tales principios se manifiesta en nuestra sociedad a través del
pensamiento y la conducta, la jerarquía y la acción, las organizaciones de gobierno, las
públicas y las privadas, en la familia, en el individuo.
Porque nos hallamos desconectados de la armonía pitagórica en nuestra vida,
imperan el desequilibrio, el desorden, la angustia, la descortesía, la grosería, la falta de
elegancia en todos los órdenes, de matices de sensibilidad.
Porque nos hallamos desconectados de la divina providencia, porque la
ignoramos, nos hemos tornado incrédulos, duros, escépticos, materialistas, egoístas,
inclementes desconsiderados hacia los demás.
Y porque nos hemos desconectado de la gran ley que rige el universo,
transgredimos las leyes naturales y las humanas, el derecho y la moral decaen, las
costumbres se envilecen y se tergiversan los fundamentos del orden, las reglas de la
conducta y la obediencia a los procesos biológicos de la sabia naturaleza.
Dice H. P. Blavatsky en La doctrina secreta que el triángulo pitagórico —los diez
puntos inscritos en el triángulo equilátero— equivale, como
Ese símbolo, trascendental tratado, contiene los fundamentos indeclinables de la
integridad del ser, la vasta evolución humana y aún los principios divinos; la
cosmogénesis y la antropogénesis. O sea, el universo como definición y el individuo
como potenciación.
Desde nuestro punto de vista de investigadores trascendentes, de neopitagóricos y
de occidentales, nos interesa el triángulo representativo del gran maestro de Occidente, en
la forma estudiada y aún por estudiar, como tratado profundo del hombre nuevo,
definidor y encarnador de la era que nace con el signo celeste de Acuario y como libro de
sabiduría y de moral perennes, corno guía espiritual de las humanidades por venir.
Ese tratado precioso se halla escrito con signos geométricos y numéricos de
profunda sugerencia, tratado que, apelando a la soberana intuición de cada lector o
intérprete, se desdobla y sugiere, a tenor de la comprensión y de las percepciones de
aquel que lo desentraña. Como todos los tratados ocultos, simbólicos y abstractos, invita
a la interpretación, a la inspiración, a la recreación en cierto modo, al esfuerzo y a la
percepción de las más altas definiciones eternas; de aquello también que se sabe y no se
pronuncia, de aquello que escapa al concepto y a la palabra, pero que transmuta y
reconforta, que ensalza y hace surgir en el individuo la propia divinidad latente y
expectante.
Ese tratado perenne y singularísimo, en suma, constituido por números vivientes y
por el más simple y primario de los cuerpos geométricos, constituye el lenguaje oculto,
sereno y perdurable de Pitágoras, el primer filósofo y el primer gran maestro pedagogo de
Occidente.
Ese libro hermético por excelencia se revela, según hemos sugerido antes, de
acuerdo con las claves aplicadas a su interpretación. Pero su sabiduría ofrecerá siempre
alcances inéditos que sólo la evolución del intérprete podrá desentrañar. En tal sentido,
puede considerarse un tratado precioso, el símbolo viviente de la matemática del espíritu,
revelador de las esencias inconmovibles, de las jerarquías que regulan la manifestación y
el caudal eterno de las ideas madres.
Por ello, es el libro por esencia y potencia de la Era Acuariana que comienza
ahora y que tiene por lema el servicio social, la relación de las humanidades
interplanetarias y las más altas expresiones de la amistad y del llamado amor platónico, el
amor amistoso entre las almas. Siendo libro de sugerencias y adivinaciones, en él
subyacen los vuelos interiores, las nuevas formas del pensamiento y de la vida, las
utopías hechas realidad, fundamentadas en la profecía astrológica, así como las futuras
formas del arte en su modalidad abstracta de las que el arte de hoy agrupado bajo tal
divisa, no es más que un atisbo, un tanteo sin auténtico vislumbre, pueril y a menudo
torcido. La poesía, arte lírica que parece llamada a lograr en un próximo futuro su cima
insuperable, no ha dejado de rozar la divisa abstracta, aunque por su medio leve y puro —
el lenguaje rítmico—, ha derivado necesariamente por los cauces del surrealismo y del
mediumnismo, requiriendo la disposición entregada, oidora, inconsciente, esotérica o
dadaísta del poeta. Nada mencionaremos, ya que nos hallamos en tiempos de inicios, de
la mayoría de sus logros de avance: el subrrealismo, su responsabilidad a los oscuros
trasfondos del ser, no curado de las ignotas facetas personales irreveladas.
Morfológicamente, el triángulo pitagórico —cuerpo geométrico simplísimo, el
primer poliedro— representado en dos dimensiones, sugiere en profundidad, la pirámide.
Ello quiere decir que, basándonos en la sabiduría pitagórica, el arte no puede vivir
indefinidamente de espaldas a la belleza. Por tanto, el culto a la fealdad, a lo monstruoso
o a lo indefinido, no puede basarse en principios universales, apoyados siempre, no en
ideas concretas, sino en conceptos abstractos. Por ello, el arte de la nueva era poseerá
infinitas fórmulas todavía inéditas de la belleza eterna. Ese arte procurará la paz, el
intenso gozo y el entusiasmo dionisíaco y aproximará —no distanciará— al hombre a su
propia divinidad, a su arquetipo, como un vínculo de valor trascendente.
Considerando el triángulo en volumen en su totalidad, como códice primigenio y
actualísimo a la vez de la sabiduría eterna y como tratado profundísimo de arte, de
ciencia y de moral, existe también en él un índice inédito de sugerencias que trataremos
de puntualizar.
Si de cada una de las tres significaciones cualitativas del triángulo pasamos a su
clave vibratoria, tenemos representados en cada uno de los lados del triángulo pitagórico,
los tres colores básicos del prisma, el rojo, el amarillo, y el azul, cada tono singularizado,
esencial vibración en correspondencia con una tónica planetaria y con el acorde musical
perfecto y por tanto, actuante sobre el aura, el doble de los seres y de las cosas. De esos
tres colores o tonos derivan los demás y su infinita gama de matices.
Si del triángulo lineal pasamos a los diez puntos en él inscritos, nos encontramos
con una representación de las cósmicas energías actuantes sobre el mundo y el hombre, a
través de la más maravillosa proposición sistemática del universo.
El primer punto que aparece en el vértice del ángulo superior, representa la
mónada, el germen de manifestación del absoluto, del dios sin forma, y sin nombre, del
infinito y eterno espíritu.
Los dos puntos que le siguen —la dúada— podemos considerarlos como los dos
principios, positivo y negativo, masculino y femenino, los pares de opuestos de toda
manifestación en estado puro, en su simbolismo germinal. Esa dualidad la podemos
considerar el principio de toda creación, el sol y la luna, el dios manifestado y su dual
constitución femenina o negativa formando los atributos de la materia primordial o
radiante.
La tríada que le sigue en sentido descendente representa esos dos principios
manifestados ya en lo humano, dando nacimiento a un tercero. Y tenemos, deificado, el
símbolo de la Trinidad o Trimurti, venerada en toda simbología religiosa del mundo en
todos los tiempos. El punto central de esa Trinidad constituida por el padre y la madre,
representa al hijo, avalar, o enviado y que es al mismo tiempo, el centro del decanario
inscrito en el triángulo de Pitágoras.
El eje central o punto simbólico del triángulo constituye el centro biológico de
todo el mecanismo cíclico de las oleadas de vida del universo sobre nuestro planeta y
determina la acción oculta de los signos zodiacales en los periodos evolucionarios que
señala, en el tiempo, el lento movimiento de precesión de los equinoccios. Es el símbolo
del Avatar descendido en tales periodos de traspaso de una a otra era de evolución y
civilización y que encarnan todos los grandes maestros de la humanidad, las sucesivas
encarnaciones divinas sobre la Tierra.
Es el Cristo infundido en Jesús a través del misterio del bautismo; es Krishna con
la investidura del divino Vishnu; es el Buda inmerso en Sidharta; es Ahura-Mazda
revelado a través de Zoroastro; es Jehová manifestado en Moisés; es Dionisos inspirando
a Orfeo; es Apolo, el Espíritu Solar, guiando a Pitágoras. Porque en realidad, todas las
manifestaciones divinas reveladas de un modo directo en los decisivos periodos de
regeneración espiritual del mundo, son manifestaciones solares y divinas, reveladas a
través de vehículos humanos prestados a la acción cíclica de los avatares de la divinidad
sobre la Tierra.
Si aplicamos, pues, ese simple códice sagrado que es el triángulo pitagórico a
nuestra época de caos y de inicios, de fines y comienzos, época en verdad siempre sellada
por conmociones, luchas, anomalías, destemplanzas y fenómenos inéditos numerosos,
veremos también, en medio de ese caos, síntomas evidentes de resurrección y altos
motivos, y, vivirlos, es un privilegio.
Porque en esos periodos agitados y convulsos, llenos paradójicamente de
limitaciones y oportunidades, de sacudidas, de retrocesos y avances, se ofrece siempre,
con el advenimiento de esas superiores oleadas de vida, un esquema arquetípico del plan
de la evolución y las características del adveniente signo. La acción del Avatar, punto
central del triángulo, al descender entonces, irradia sobre el cuaternario inferior terrestre,
sobre el hombre y la naturaleza. Pero no es sólo el eje de la tríada el que se revela, sino
que en él está la dúada —padre y madre— y la mónada —el germen, la suprema deidad
Inmanifestada—1
A través de ese triángulo, aparece la estructura primaria del HIEROS-LOGOS, la
palabra sagrada o doctrina esotérica de Pitágoras.
El signo acuariano que roza actualmente el Sol en el equinoccio de primavera, al
comenzar una nueva era para la humanidad, presupone, ante todo, por ser signo de aire o
intelectivo, que el Avatar de los nuevos tiempos ofrecerá mensaje de índole intuicional o
supermental. Por eso, se ha dado ya a los hombres, obedeciendo a esa tónica, el archivo
de la sabiduría que constituyera antaño el acervo secreto de las iniciaciones, reservado
antes a los iniciados o elegidos en el seno de los áditos de los santuarios.
Signo de los nuevos tiempos es también un hecho trascendental que nos ha legado, a tal
efecto, el neopitagorismo: el cumplimiento y los grandes beneficios derivados de un
proceso biológico olvidado: la cruz cardinal del zodíaco, los cuatro místicos hitos del
año, las cuatro fuentes siderales de la vida, las cuatro purificaciones integrales. Que a
esas vinculaciones conscientes y rituales se refieren los consejos y prescripciones
apuntados en los VERSOS ÁUREOS de Pitágoras, referentes a la mencionada tetractys.
________________________
1 Para el estudio detallado de los cíclicos periodos, sus características y la peculiar misión histórica de los
Avatares, remitimos al lector a nuestra obra La clave astral de la historia y la Era de Acuario que
comienza. Editada por Costa-Amic en México.
IV
El simbolismo de los números
El mito griego que mejor encarna la razón numérica y geométrica del pitagorismo
como sistema filosófico, es el de Dionysos.
Cuenta la leyenda que ese dios solar se entretenía jugando, de niño, con un
trompo, una pelota, un espejo y unos dados.
El trompo significaba, en lenguaje esotérico, el movimiento del átomo en
constante rotación sobre sí mismo, o sea, la materia primordial, el origen del movimiento
y de la vida. Y el dé la Tierra, en su inclinación sobre el eje, desplazándose a veces del
círculo ecuatorial celeste del zodiaco.
La pelota, círculo o esfera, es el símbolo solar o planetario con su doble sentido
del cero matemático, origen de toda manifestación, ideograma de la eternidad.
El espejo equivalía al doble de la naturaleza y el hombre, al plano astral o eidolón
de los griegos, al reflejo, maya o ilusión.
Los dados, por fin, representaban los cinco sólidos llamados platónicos, que el
famoso filósofo de la academia aprendió de Pitágoras, los poliedros o únicos cuerpos
geométricos regulares que existen: el tetraedro, el cubo, el octaedro, el dodecaedro y el
icosaedro.
Estos dos últimos, los más completos y trascendentales, constituían: el
dodecaedro el individuo cósmico, nuestro universo manifestado, el camino solar, los
doce signos zodiacales y su reflejo en las cualidades de la materia, y cualitativamente del
hombre perfecto y las doce casas cósmicas en las que se basa la astrología mundial y
judiciaria y que ejercen su influjo sobre todos los aspectos del carácter, del destino y de la
vida. El icosaedro, sólido regular de veinte caras, representa la unidad de medida de los
antiguos atlantes (las dos décadas sagradas enlazadas del padre y de la madre como
entidad celeste completa) y dio origen, en los remotos misterios, a la unidad de
progresión vigesimal que fue adoptada por los antiguos mayas de América y por los
indostanos en Oriente.
Existía en la antigüedad una ciencia profana y una ciencia sagrada de los
números.
A través de esta última, llegaban los pitagóricos a los más altos conceptos
abstractos y a las verdades filosóficas.
Según el maestro de Samos, entre los dioses y los números hay una misteriosa
relación en la que se fundamenta la ciencia de la aritmancia, o sea, la magia numeral.
Proclo, el gran místico pitagórico, nos lo confirma con estas palabras: "Antes de
los números matemáticos, hay números animados."
Porfirio nos explica: "Los números de Pitágoras eran símbolos jeroglíficos por
medio de los cuales definía todas las ideas concernientes a la verdadera naturaleza
de las cosas."
Es fama que en ese doble sentido que los antiguos sabios concedían a los
números, los pitagóricos fueron famosos en todo el mundo.
Sin embargo, a la segunda modalidad de esa compleja ciencia, a los números
animados, sólo llegaban los iniciados. El poder de los números, su sentido universal y su
simbología divina sólo se revelaban a los más puros y a los más aptos, a aquellos que
habían trascendido las cuatro fundamentales pruebas dúplices o desdobladas en el
llamado óctuple sendero, y adquirido sus virtudes y su fuerza.
Antiguamente se empleaba el cero como concepción y uso de la matemática
basándose en la posición trascendente de los valores. En los misterios fue el cero, círculo
primario, una representación de la esfera y tuvo por tanto un significado cósmico. Era
considerada la esfera la forma esencial y perfecta, germen y desenvolvimiento máximo
de la divinidad, justificando el gran axioma hermético de las equivalencias.
Dice Blavatsky al respecto: "La teoría cosmológica de los números, que Pitágoras
aprendió de los hierofantes egipcios y caldeos es la única capaz de reconciliar a las dos
unidades, materia y espíritu, y hacer que la una manifieste a la otra matemáticamente...
Los números sagrados, en su combinación esotérica, resuelven el gran problema, explican
la teoría de la radiación y los ciclos de las emanaciones."
Todo el sistema vital del universo, todas las verdades de la filosofía perenne
tienen por clave los números vivientes.
No solamente entre los pitagóricos, sino en todas las escuelas iniciáticas del
mundo, así en oriente como en occidente, los números significaban la concreción y la
abstracción, lo simple y lo absoluto, lo terreno y lo celeste y sobre todo, las leyes que
rigen toda manifestación y toda volición, todo efecto y toda causa.
No podía llegar a la apopteia (estado de perfección y conocimiento de las leyes
superiores de la vida) aquel que no fuera antes matemático en la forma descrita
En los grados de la enseñanza pitagórica, se llamaba matemático aquel que
había trascendido el grado de acusmático (silencioso u oyente), el que había nacido
de nuevo a la palabra y a su poder intrínseco. Entonces se le enseñaba la ciencia de los
números, sus claves vivas y su poder inherente.
"Nacer a la palabra" significaba haber pasado por el silencio y adquirido su paz.
Era haber llegado, mediante la meditación, a la madurez interior; a conocer y practicar las
leyes complejas de la vida, a desenvolver el sentido de las causas eternas, y articular el
pensamiento dentro de una proseguida disciplina. Ser capaz, en suma, de saber escuchar,
percibir y crear.
Decía Moderato de Cádiz, el famoso pitagórico español: "Los números son
símbolos jeroglíficos por cuyo medio explicaba el filósofo de Samos las ideas
concernientes a la naturaleza de las cosas y el origen del universo."
Su doctrina matemática se entreveraba con la mística de los órficos formando un
conjunto básico en la pedagogía integral que se ejercía en el instituto de Crotona, centro y
origen de la posteriormente llamada escuela Itálica de Filosofía.
Según los pitagóricos, las matemáticas vitales favorecían ante todo el
desenvolvimiento de la mente abstracta y la intuición.
A los afiliados a esa alta escuela de occidente se les enseñaba el simbolismo de
los números a través del cual podíanse —y pueden— descifrarse el sentido oculto de
todas las sagradas escrituras de las antiguas y de las modernas religiones.
Por eso nos dice Platón en el Timeo que "las formas son números". Y añade: "El
mundo es, en todas sus partes, una aritmética viviente en su desarrollo, y una geometría
realizada en su reposo."
En el mismo "diálogo" otorga a la década pitagórica el origen más alto y le
llama: "número semoviente".
Dice Blavatsky en ese libro caudal que es su Doctrina secreta que: "Toda
cosmogonía ha principiado en un círculo." Con ello, de manera implícita, glosa el
significado de la eternidad del cero.
Enseñaba Pitágoras que el círculo era el ideograma de lo infinito, de lo que
eternamente retorna. Era un símbolo cósmico. Si la circunferencia representa el cosmos, a
menudo el cero solitario, en la matemática trascendental, ha significado también el caos
precursor, principio y fin de una manifestación en el tiempo, un ciclo como unidad.
Símbolo del caos que precede al inicio, el cero es "la nada substancial", la
negación que entraña posibilidad. Los orientales lo representaban en el huevo de Brahma.
Para los pitagóricos, el círculo —cero matemático— era el germen de toda
manifestación. Este germen se representaba en el punto central de la circunferencia. Este
punto vital, al ponerse en movimiento, formaba la línea. Y aparecía el uno como cifra
viviente. Era Dios manifestándose en los orígenes de la creación, la primera emanación
de vida dentro del círculo de la eternidad de la presencia eterna.
El ideograma del uno, la línea recta dentro del círculo, constituye la primera
representación simbólica de la doctrina del pitagorismo. Es la idea engendradora, la cifra
potencial, la década perfecta, el cero y el uno compenetrados la creación en los más
altos planos y al mismo tiempo, como representación sexual, el símbolo de la generación
humana.
Toda forma de creación la sintetizaban los pitagóricos en la década. Su
interpretación filosófica era infinita.
Como afirma Blavatsky: "La mística década pitagórica era la suma que abarcaba
y expresaba los misterios todos del cosmos."
Boecio, pitagórico famoso, en su obra "De Aritmética" define al 1 y al 0 como la
primera y última cifra.
La década era, pues, el paradigma de la construcción del universo y de hombre.
El uno era la mónada, la representación de la unidad, el inicio de lo creado, la
deidad manifestada y la conciencia individual en el hombre. Era el poder masculino, el
padre, el germen de la vida creadora.
El dos, la dúada, era considerada como el símbolo de la madre, el principio
pasivo, la materia pura, la calidad magnética de la substancia primordial. Dentro del
círculo o eternidad, el ideograma de la dúada, el dos junto al uno y el cero, se
representaba mediante un diámetro horizontal circunscrito. Con el uno, el diámetro
vertical formaba el dos, la cruz, unidad en el centro de la circunferencia. El padre unido a
la madre dentro de la eternidad manifestada en el tiempo, engendrando la tetractys
sagrada de los pitagóricos, el origen de toda vida, la cruz de cuatro brazos inclusa en el
círculo: ^^
En estos cuatro brazos, se halla crucificado el cosmos y el hombre, como veremos
más adelante.
El tres era la primera configuración geométrica cerrada, el triángulo, número
clave, esquema del cuerpo simple primordial, el hijo resultante de la dúada en estado de
cruz o engendro. Es la forma cerrada en equilibrio. Padre, madre, hijo en una sólida
unidad de compensación, que crea las tres cualidades, las tres verdades. "Contempla las
tres verdades, son iguales."
Si en el orden divino el tres es la trinidad jerárquica, en la conducta y en la ética,
es la armonía; la manifestación de la divinidad en el hombre, el frontón triangular de los
templos que corona la humanidad con el peristilo de sus columnas.
Preside también el triángulo las condiciones de la materia: inercia, movimiento y
ritmo.
Junto al triángulo, adoraban los pitagóricos el vasto y profundo simbolismo del
cuaternario.
El cuatro se derivaba, como hemos dicho, del uno y el dos compenetrados,
formando los cuatro brazos de la cruz inscrita en el círculo.
Según Blavatsky el cuatro, en su significación cósmica, constituye la tercera parte
del dodecaedro y era considerado número sagrado por los pitagóricos. Todos los poderes
y las grandes sinfonías de la naturaleza física y espiritual, están inscritas en el cuadrado
perfecto. Y el nombre inefable de Aquel que de otro modo sería impronunciable, es
reemplazado en forma manifestada, por este número cuatro. Todos los nombres de Dios
en todas las religiones y en todas las lenguas, en su forma originaria, constar de cuatro
letras. Por esto, el número cuatro encerraba el juramento formal y solemne de los
misterios antiguos.
Era la sagrada tetractys o tétrada de los VERSOS ÁUREOS de Pitágoras.
Los antiguos exégetas de la doctrina pitagórica dan un gran valor al símbolo
esencial de la figura geométrica de cuatro caras, la pirámide simple:
En su forma geométrica, era el cuadrado lineal, los cuatro brazos unidos y
enlazados, el esquema del cubo —el cuadrado en volumen—, que simbolizaba los cuatro
elementos terrestres, los cuatro ritmos vitales del año que marcan las estaciones.
El cuadrado en volumen, como hemos dicho, forma, la primera figura geométrica,
el tetraedro, de forma piramidal, símbolo del fuego, como el cubo lo era de la tierra, el
octaedro del aire, el icosaedro del agua y el dodecaedro del éter. Ya que, según Pitágoras,
el cuerpo geométrico que tenía relación de proporción y medida con la representación
suprema del universo, era el dodecaedro.
La tetractys encarnaba, pues, los elementos de tierra virgen, siempre pura por su
constante renovación a través del cuádruple ritmo de vida.
Esos cuatro elementos: tierra, agua, aire y fuego, tenían su correspondencia
simbólica en los cuatro principios básicos de la personalidad humana, el llamado cuaternario
inferior. Cuatro eran las pruebas fundamentales de los misterios y cada una
correspondía a un determinado elemento.
La proyección de esas pruebas, a la vez efectivas y simbólicas, se referían a los
planos cósmicos y a sus correspondientes tónicas o cuerpos en la naturaleza humana. Así,
la tierra correspondía al cuerpo físico, el soma de los griegos; el agua al eidolon, el doble
o cuerpo astral; aire al nous, cuerpo mental o principio inteligible; el fuego al pirós o
cuerpo espiritual, de amor o divino. Por tanto, el número cuatro se consagraba, en los
Misterios, a Hermes, al "Conductor de Almas".
La revelación por Pitágoras del misterio astrológico, rítmico, cíclico e integral de
la tetractys, fue sólo confiado a sus discípulos más avanzados mediante un sagrado
juramento de la mayor trascendencia. En los VERSOS ÁUREOS se halla sólo la alusión a
ese misterio cuyo conocimiento ha sido casi totalmente desvelado en nuestros días, en
este inicio de era, cuando puede contribuir a la ordenación del caos reinante merced a su
gran poder armonizador del individuo y del grupo.
En el sentido trascendental de su valor numérico, consideraban los pitagóricos la
tetractys como el germen de la década. Sabido es que la suma teosófica —la dimensión
del número en el tiempo—, de los cuatro primeros números simples: 1 + 2 + 3 + 4 es
igual a 10, el número simbólico.
Del mismo modo, el proceso en el tiempo de las; pruebas —las cuatro pruebas
básicas de la iniciación pitagórica, simplificada con relación a la de los grandes
misterios—, y los cuatro grados de la enseñanza de su escuela, conducían al neófito a la
perfección de la década, símbolo del arquetipo, reflejo de la divinidad. Su apotegma es:
realización del dios en el individuo, lo uno en lo múltiple.
Así el simbolismo de la tetractys, trascendía en la vida del pueblo griego, regida
desde el mismo corazón de los misterios. Por ello, cada cuatro años tenían lugar en
Eleusis los máximos festivales sagrados y la consagración de las grandes iniciaciones.
También cada cuatro años tenían lugar en Grecia, los Juegos Olímpicos. —Grecia ha sido
el único país que ha marcado en la historia sus anales por juegos—. De acuerdo también
con el ritmo tetráctico, cada cuatro años se renovaba el valor de la Atenea Promacos,
diosa de la sabiduría, en su altar del Partenón, que dio nombre y símbolo a la sabia Atenas.
Para ello, se celebraban cada cuatro años las grandes Panateneas, cuyas procesiones
eran un exponente de la belleza y dignidad de todos los estamentos sociales de la
república, hallándose en ella representados los cuatro elementos en su forma telúrgica,
cósmica y universal.
El cinco, la pentalfa, era el símbolo del hombre estelar con los brazos tendidos y
las piernas separadas.
Este cinco significaba la mitad del camino para llegar a la perfección total de la década.
Por ello sellaba nuestros cinco sentidos desenvueltos, las cinco razas, los cinco dedos de
la mano correspondiendo cada uno a un elemento.
Al quinto elemento substanciado en la pentalfa se referían los alquimistas de la
Edad Media al tratar de la quintaesencia, puesto que conocían la quíntuple potencia de la
materia. Según los pitagóricos, la música de las esferas se percibía merced a ese quinto
elemento sutil o etéreo que nos compenetra.
Con el número cinco se clasifican las formas de evolución de nuestro planeta y
sus reinos: mineral, vegetal, animal, humano y divino.
La pirámide egipcia se compone de cinco facetas; cuatro visibles frente a los
cuatro puntos cardinales, símbolo llameante de la tetractys y una oculta y subterránea.
Desde el firmamento, aparece la pirámide, en sus cuatro caras tringulares, como la gran
cruz zodiacal cardinal. O sea, un punto que une los cuatro brazos iguales de la cruz
cósmica sobre el cuadrado de la materia. La otra tétrada inferior, el cuadrado básico
significaba los cuatro elementos terrestres y el ritmo cuádruple de la naturaleza, sus
cuatro oleadas de vida anual. Así, pues, la pirámide representa el pentágono de unión de
las fuerzas terrestres y del fuego divino. Todo el recorrido de la iniciación que tenía lugar
en su interior, en el decurso de sus pasillos y cámaras simbólicas.
La pirámide egipcia, era, pues, un glorioso monumento al hombre liberado, un
templo de iniciación, como un meridiano perfecto de nuestro planeta y la base crucial del
zodíaco celeste.
El seis es, según H. P. Blavatsky, el número de los Ángeles, Daimones o Dhyan-
Chohanes. Ellos poseen una constitución séxtuple, porque poseen los seis principios
humanos del ser perfecto, excepto el séptimo o físico, el denso o terrestre.
El seis representa también una cifra misteriosa. Es el anagrama del doble
triángulo enlazado, símbolo que Pitágoras adoptó de los caldeos.
El triángulo divino que mira a lo superior y su reflejo inverso, el triángulo que
mira a lo inferior. Toda manifestación es sombra, o proyección en las aguas de la vida, de
una realidad superior, arquetípica espiritual y perfecta. Por ello, toda forma de belleza, en
el plano físico, tiene su doble espiritual o divino, como afirmaban los pitagóricos como
Platón. Ese símbolo lo ostentan bellamente las múltiples familias de flores hexapétalas
que tan prolijamente admiramos por los campos en primavera y en otoño. El seis tiene,
por otra parte, una alta representación en el zodiaco, pues seis son los signos positivos
que corresponden a lo masculino, y seis los negativos o femeninos.
El número siete era fundamental para los iniciados en la filosofía pitagórica, ya
que esa cifra era representación del hombre-templo; el templario o ser de perfección,
poseedor de las siete virtudes básicas, y que lleva en sí, desenvueltos, los siete principios
del cosmos, o sea, la tetractys unida al ternario.
Dice al respecto Blavatsky: "Los siete rayos del espectro solar se representaban
entre los pitagóricos, por el dios Heptaktis. Llamaban al siete "Espíritu de la Vida", ya
que contenía alma y cuerpo (principio y manifestación). "La palabra inefable" era la
séptima. La forma adorada era el cuadrado colocado debajo del triángulo (el templo,
morada y divinidad).
Siete es el número de los planetas que intervienen en la constitución humana y de
nuestro globo terráqueo, revelados en los siete sonidos, los siete colores del espectro, las
siete piedras preciosas mágicas, los siete metales, los siete perfumes rituales cuya
vibración se corresponde con cada una de las tónicas planetarias.
Rige el septenario los días de la semana y cada uno se halla bajo la advocación del
espíritu de un planeta, comprendiendo el de ambos luminares.
Siete son las razas raíces que constituyen la evolución completa de nuestra humanidad,
con idéntico número de subrazas en que se subdivide cada raza raíz.
Siete son las claves de interpretación de los libros sagrados antiguos y siete sellos
simbólicos los guardaban. El septenario, en fin, rige todo el ritual de los misterios,
encaminados a sintonizar todas esas tónicas vibratorias con las fuerzas planetarias y
universales, incrementando, mediante esos conscientes enlaces, nuestra vitalidad
espiritual.
El número ocho es el doble cuadrado, o sea, la proyección o desdoblamiento de la
tetractys. Era, por tanto, considerado antiguamente como el símbolo de la pureza y de la
resurrección. A esa doble tetractys se refería Buda cuando mencionaba el "óctuple
sendero". O sea, el septenario de las correspondencias antedichas, más la liberación de
ellas. Cósmicamente considerado, el número ocho corresponde a la casa del zodíaco que
gobierna el signo de Escorpión cuyo lema es "regeneración". Muerte para el pasado y
resurrección y nueva vida para el futuro. El planeta Marte, de tónica luchadora y de gran
fuerza, sintetiza la potencialidad de esa morada cósmica.
El nueve es una cifra masculina o positiva que siempre queda eliminada en toda
suma llamada teosófica, que consiste en la adición de cada número que comprende una
cantidad, sumando el resultado en sí mismo hasta llegar al número simple. La prueba
puede hacerse eliminando de antemano, de una larga numeración, los nueves. El
resultado último será el mismo.
El nueve es el triple triángulo, de un significado que escapa a nuestra
comprensión. Es el umbral de la década, el número perfecto pitagórico. Por ello, el
novenario regía y rige aún los misterios y los cultos todos conducentes a la completación
de la década, origen y fin de toda evolución, de toda cosmogonía, de todo proceso interno
y de diversos ciclos naturales.
Presidía el novenario, entre los griegos, las artes representadas en las nueve
musas. La clasificación en nueve senderos y sus nueve formas específicas, conducía al fin
último de la belleza. Representaba, en fin, el nueve la más elevada unidad impar, la cifra
mediadora.
Los otros planetas mayores de nuestro sistema solar representan la octava superior
de los siete planetas mencionados.
La década, como hemos dicho, es la cima coronada dé los nueve números
simples, siendo a la vez su origen.
Ética y filosóficamente considerada, era el principio y fin del sendero de perfección.
Cuatro semanas —la tetractys y el septenario transferidos al tiempo— dan el mes
natural o lunar, diez de los cuales presiden la gestación humana.
Pitágoras elevó a diez el número de las musas, porque añadió a las nueve que
enumera la mitología, al coro de las musas profanas, la décima musa, la Tácita, la que
presidía el silencio pitagórico, lema personificado de su disciplina y fundamental virtud.
Esa musa Tácita se representaba en mitosofía con un dedo sobre los labios, invitando al
silencio.
El distintivo pitagórico de la década era diez puntos dentro del triángulo o trinidad
divina. Como ideograma místico, como ya hemos dicho, se representaba por el diámetro
circunscrito en la circunferencia: Era el uno dentro del cero, la década
compenetrada, el símbolo fundamental, "la suma de todo que abarca y expresa los
misterios todos del cosmos", según Pitágoras.
La transfiguración de la tetractys sagrada en década de plenitud, lo representaban
los pitagóricos en esta simple fórmula 1 (mónada) + 2 (dúada) + 3 (tríada) + 4 (tétrada) =
10. De ello se infiere que en forma sintética, el simbolismo trascendente de la emanación
(1); de la creación (2); de la evolución y manifestación divina (3); y de la naturaleza y sus
ritmos biológicos (4), integran la década, constituida por todos los elementos terrestres,
humanos y divinos.
El diez representaba, pues, el número de la perfección, causa y efecto, origen y
finalidad de todas las cosas y de todos los seres creados. Por ello, llamaban los griegos,
en lenguaje filosófico panteleia a la década, completación, ya que es la suma del
septenario del hombre evolucionado o cósmico y de la divina trinidad, coronándolo.
Como dice Blavatsky: "Toda cosmogonía ha principiado con un círculo, un punto, un
triángulo y un
cuadrado, | todo sintetizado en la línea primera dentro del círculo o
cero, la mística década pitagórica."
Y en otro lugar, afirma: "Los diez puntos del triángulo pitagórico valen por todas
las teologías y angelologías conocidas. Porque el que interprete los diez y los siete puntos
(los siete puntos matemáticos ocultos) en su primera superficie y en el orden dado,
encontrará en ellos la serie no interrumpida de genealogías, desde el primer hombre
celeste."
V
La música de las esferas
La música se entendía, en Grecia, como una trinidad indisoluble de poesía,
música, oratoria y danza. La etimología de la palabra musas hacía referencia a ese
concepto griego de la música.
Poesía eran por excelencia los himnos religiosos, que se recitaban en los templos
y en las festividades sagradas y eran danzados al son de la música mediante la lira de
siete cuerdas o heptacordio, cada una de cuyas cuerdas se hallaba sintonizada con la
tónica vibratoria de cada planeta.
Esos himnos invocatorios, de contenido filosófico y de efectos mágicos,
tendientes a purificar los ambientes y a armonizar a los asistentes, se llamaban nomos, o
sea, leyes.
La identificación de los himnos con las leyes tenía, para los griegos iniciados, un
sentido universal y trascendente, ya que mediante la música sintonizaban sus almas con
las leyes del universo.
En este sentido y en sus derivaciones catárticas o purificadoras,
fundamentalmente pedagógicas en el más alto sentido de la palabra, la música era, en sus
orígenes, una enseñanza profunda, una forma operativa de astrología y de magia.
Pitágoras conocía en todas sus modalidades pedagógicas y trascendentes, el valor
de la música y su influjo en el desenvolvimiento de la vida superior. Por ello, sus
discípulos se levantaban al clarear el alba y después de realizar sus abluciones y proceder
al aseo personal, salían a la terraza que rodeaba el edificio del instituto y desde la altura
del montículo poblado de pinares, de cipreses y de olivos, frente al mar azul, saludaban al
sol naciente con sus danzas y sus himnos, bajo los acordes armoniosos de la lira.
Allí, al aire libre, bajo aquella atmósfera tranquila, poética y salutífera, la
recitación melódica de los VERSOS ÁUREOS tenía un poder realizador que se derramaba
insensiblemente, como una bendición, sobre toda la jornada.
Adaptabas la recitación, diariamente, a los preceptos estelares, a las tónicas
celestes dominantes. De ese modo atraían los pitagóricos a los espíritus planetarios y
recibían, al comenzar y al finalizar el día, las bendiciones del gran padre de la luz y de la
vida.
Esa forma de ejecutar el himno enlazaba las fuerzas divinas con las humanas en
un amplio y misterioso acorde universal, en una sintonización perfecta de gestos, de
voces, de mágicos sonidos y de pensamientos.
Antes de tratar de la índole de la música y las danzas pitagóricas, nos referiremos
a los instrumentos que mayor influjo ejercían en ellos. Ante todo, la lira heptacorde, el
instrumento de Helios o Apolo, el dios solar, emparentada con los misterios órficos o
tracios. Los pitagóricos manifestaban una decidida predilección —debido sin duda a las
juveniles preferencias de su maestro por ese sutil instrumento— por el arpa eólica
originaria de la Eolia oriental, que sólo pulsaban los dedos invisibles del viento. Esa lira,
de difícil y delicada construcción, si poseía las cuerdas debidamente afinadas y se hallaba
dispuesta y orientada a favor de propicios vientos, sonaba tan sutil y armoniosamente,
daba al aire acordes tan estremecedores, que semejaba en verdad que la pulsaran genios
alados, musas pasajeras, esparciendo un benigno, delicado sortilegio en torno al lugar
donde se velaba emplazada. Esparcidas por los pitagóricos en distintos lugares del
Montecillo de las Musas, el aire armonioso que creaban en torno favorecía la
meditación, poblaba de elevadas ideas el silencio y remontaba a las almas a las regiones
del espíritu.
Además de esos básicos instrumentos, se utilizaban en especiales ocasiones, entre
otros instrumentos mágicos de percusión, el sistro, de origen egipcio, consistente en un
mango que sostenía un círculo, dentro del cual se hallaban cuatro varillas de las que
pendían unos aros menudos, cuya distribución daba el tono y vibración apetecidos al ser
golpeadas las varillas. Los sistros eran de oro, plata o bronce. Los tocadores religiosos de
ese instrumento, pretendían que, por su medio, se atraían los poderes de los planos
invisibles.
También se utilizaban, como instrumentos de percusión, los crótalos, especie de
palillos, también de vibración característica, y el tímpano dionisíaco o báquico, parecido
a la pandereta o pequeño tambor y el gran tambor. La cítara jónica, madre del laúd y
posteriormente de la guitarra, era muy usado en las ceremonias ocultas, ya que se
consideraba un instrumento completo, como la lira, y también el arpa.
Sin embargo, la lira fue, para los pitagóricos, el instrumento solar por excelencia.
En los orígenes tuvo forma redondeada. Sus siete cuerdas se hallaban sintonizadas, cono
hemos dicho, con cada uno de los espíritus planetarios que intervienen en la constitución
terrestre y en la humana. Ya que Pitágoras sabía que nuestros sentidos desenvueltos, en
correspondencia con cada uno de nuestros centros ocultos, se halla en conexión vibratoria
con el septenario de los planetas y sus correspondientes superiores, planos y subplanos de
nuestro mundo y universo solar.
El maestro relacionaba la música con las matemáticas celestes. Sabía la ciencia y
el poder del sonido, su relación con los colores y los números, su correspondencia ética,
su conexión mental con los nomos o leyes, y se valía de cada uno de esos ajustes
trascendentes para que cada nota, cada palabra, cada gesto, cada vibración emitida, cada
pensamiento generado, constituyeran una unidad capaz de hacer de los himnos, claves
mágicas y operativas, y tuvieran una efectividad benéfica que sirviera al plan de la
elevada pedagogía practicada en su instituto.
El ritmo y el modo de la música, constituían lo que se llamaba en griego el ethos,
o sea, el carácter o efecto síquico de una melodía o de un acorde sinfónico. Esto
demuestra que Pitágoras operaba mediante la música sobre el aura de sus discípulos, a
través de sus manifestaciones de música instrumental, canto, poesía y danza.
La notación musical griega se realizaba mediante letras colocadas en
determinadas posiciones, enteras o fragmentadas, dentro del pentagrama, que conocían.
Tenía la lira por base sonora, la extensión de la voz humana, o sea, unos
veinticuatro sonidos. Dividían estos sonidos o notas en fracciones de ocho, o sea, en tres
octavas que, en la práctica, subdividían en cuatro sonidos o tetracordes que constituían la
base vibratoria de la tetractys pitagórica, el cuaternario de la manifestación y sus dobles
síquicos y espirituales.
Por ello decía Proclo, el gran pitagórico: "El padre de los VERSOS ÁUREOS celebra
la tetractys como fuente de la naturaleza perenne."
El conjunto de los tetracordos se denominaba teleusis, palabra que especificaba el
sistema musical de los griegos y especialmente de los pitagóricos.
Esta sistematización no regía en los instrumentos llamados arpas eólicas ya que en
ellos la extensión de los sonidos eran mucho más vasta y las matizaciones derivadas
difícilmente captables a través de una notación metódica. Esos finos instrumentos poseían
mayor número de cuerdas, por lo común, diez o doce, cifras cósmicas, y las constituían
hilos finísimos de oro o plata. La tónica de los acordes orquestales de las arpas eólicas,
era siempre el fa que rige la voz de la naturaleza y corresponde al color verde del
espectro solar.
El arpa eólica se consideraba el instrumento de inspiración por excelencia. Y no
sólo en el sentido creador o poético, sino que su música era portadora de vibraciones
elevadísimas, a manera de simientes armónicas de los altos planos de manifestación que
acordaban y afinaban el aura de los lugares y de los seres que las escuchaban.
Como hemos indicado antes, esa forma actualmente olvidada de afilar el oído
interno, era practicaba con especial delectación y plenitud de sentido por los antiguos
pitagóricos. Ellos sabían por experiencia que, a través de esa música sutilísima, la
comunión con la naturaleza era perfecta y a menudo alcanzaba grados y matices de
percepción que escaparían a nuestros oídos, embotados por tanto ruido mecánico.
El efecto trascendental de la música, lo define admirablemente, como científico,
como músico y como pitagórico, nuestro excelente amigo el doctor Alfonso: "El cerebro
ha creado un órgano, el oído interno. En cuyo caracol encontramos el "órgano de Cortí",
prodigio anatómico que el hombre ha imitado en el piano y el arpa, compuesto de fibrillas
progresivamente largas, cada una de las cuales es capaz de vibrar con un sonido
determinado. Recogido por este órgano el conjunto musical, llega a los centros nerviosos
superiores y hace vibrar con más intensidad las pulsaciones de la hipófisis, sobre todo
con ciertos acordes (verdaderos mantras) que despiertan los de la pineal. La vibración
musical se ha transformado en admirable sublimación, en vibración mental y espiritual,
poniendo en conmoción nuestro yo que, al unificarse can la esencia de las cosas, vibra en
el más puro amor a todo lo creado y por tanto, se hace poseedor del verdadero
conocimiento."
Ese proceso debió conocerlo Pitágoras por vía iniciática, ya que sus biógrafos
cuentan que practicaba a menudo la terapéutica musical. Tenía fama de sanador y a
veces, acompañado de alguno de sus discípulos y de su fiel servidor Eumolpo, realizaba
largos recorridos para devolver la salud, que es armonía, a algún paciente. Sólo se valía
de la terapéutica natural y de ciertos recitados entonados musicalmente, adecuados a la
índole de la enfermedad. Eran una especie de conjuros a la desarmonía, causa de todo
desequilibrio físico y síquico, y eficaces mediadores del recobro natural, restableciendo
así los ritmos truncados, coordinando las correspondencias físicas, síquicas y planetarias,
buscando siempre la integridad cósmica posible en el hombre.
La música era, pues, la gran aliada de Pitágoras, el maestro de la armonía por
excelencia.
Los iniciados en los misterios de Asclepio llamados asclepiades (los verdaderos
médicos griegos) sanaban también mediante la música, realizando prodigiosas curas. No
sólo se valían los asclepiades de esos instrumentos precitados, sino de la flauta y de los
triángulos de distintos tamaños, golpeados con varillas de oro, plata, cobre o bronce,
según la índole de la enfermedad y de los otros conocidos instrumentos griegos de
percusión, como los crótalos, los címbalos y los tambores.
Prosiguiendo, pues, esas dulces disciplinas, esos entrenamientos, de tan hondas
gratificaciones internas, llegaban los pitagóricos a percibir en determinados momentos, la
armonía de las esferas.
Mediante la doble taumaturgia de sus palabras y de sus silencios, en el transcurso
de las noches serenas, en los momentos siderales propicios, en las criptas, bajo la acción
de lo rayos telúricos o bajo la inmensa comba estrellada, al aire libre, cuando el tiempo lo
permitía, acompañaba Pitágoras a sus discípulos más avanzados hacia ese estado de
sintonización interior con la música del universo, percibida a través de ese delicado
instrumento receptivo que todos poseemos en estado latente, esperando el solemne
momento de su abertura, de su divino alumbramiento sonoro.
Entonces, la comunión vibratoria se establece y el gran concierto de los mundos
es oído como una ofrenda celeste al hombre, que ha adquirido su dimensión cósmica. Al
trascender la escala de los sonidos físicos, entra en posesión de la más sublime de las
herencias.
Cuando esto se opera, los genios de la música del espacio, desvelan al hombre, en
éxtasis, los misterios de ese pleno sonoro que nos envuelve y que sólo la sordera
espiritual nos veda. Y el nuevo oyente percibe arrobado, esa inmensa orquesta, esa
música indescriptible en la que cada estrella da su nota armoniosa. Y la beatitud de la
celeste audición, transporta el alma a esferas espirituales superiores de vida en las que se
abren, como fuentes de milagrosos raudales de colores, las ideas internas, los conceptos
perdurables y todas las perfectas, arquetípicas formas.
Es el precio de aquel que, a través de la senda de la belleza, encuentra la vía de la
purificación y del perfeccionamiento.
VI
Las leyes de la armonía
Cuenta la leyenda que, a los sones de su lira armoniosa, construyó Anfión, los
muros de Tebas. Al conjuro de la música las piedras se movían, danzaban, se ordenaban y
ocupaban su lugar formando el recinto de la antigua ciudad.
En ese símbolo subyace uno de los más profundos significados de la mitología
griega. La exégesis de ese mito revela, ante todo, que la armonía es la ley fundamental
del universo, y que la misma ley compenetra la Tierra, su diminuto fragmento. Todas las
formas, por tanto, son sensibles a aquellas fundamentales leyes cósmicas. Y en el secreto
del conocimiento de esas profundas leyes y para aquel que sabe operarlas, se halla la
evocación de la vida y por tanto, de la belleza. Es un trasunto legendario del Demiurgo
que, a través de los ritmos, plasma sus sueños y como un milagro, los construye. Todos
los reinos se hallan compenetrados por esa inmensa música del universo que hacía
operativa, en el mito, la flauta mágica de Anfión.
Cuenta por otro lado la tradición hinduista, que Brahmán creó al mundo
danzando. Esa otra poética interpretación del poder de creación de la obra maestra del
gran artífice, es una de las más bellas y trascendentales imágenes del símbolo. A los
ritmos de la gran música de los espacios, la creación es como un juego sublime.
Todos los seres creados, toda la humanidad sin distinción, formamos parte del
universo. Por tanto, nos hallamos inmersos en ese infinito mar de armonías que los
místicos perciben en sus estados de remonte y beatitud, de liberación y éxtasis.
La armonía crea y sostiene los mundos, ritma y mide sus órbitas, integra sus
respectivas materias, ordena su ley, siempre a imagen del arquetipo divino o modelo
solar, radiante, (nuestro padre) que todos poseemos.
Todo lo que es inarmónico, se halla al margen de la gran ley universal. Es como
un vacío, una burbuja infinitesimal en ese plano armónico. La maldad, el odio en todas
sus formas, el miedo, la enfermedad, el vicio, la angustia, el dolor, son por tanto formas
pasajeras, modalidades inarmónicas, fruto de tergiversación o ignorancia de esa ley que
gobierna la moral, el amor, todas las ideas constructivas, los principios de la vida integral.
Sólo cuando el hombre deviene un instrumento vivo de la gran armonía, se
vincula al ritmo de la suprema creación, y es capaz de interpretar y transmitir las ondas
de vida que emanan constantemente del creador, el Sol manifestado, el músico supremo.
De ello se infiere la doctrina básica de la filosofía pitagórica. Siendo el hombre
producto de la Tierra y del universo, es un ser potencialmente armónico. O sea,
naturalmente bello, bueno y sabio.
Cuando es feo, malo o ignorante, no es él en realidad. La que así actúa es su
sombra, su proyección minimizada, como una cascara vacía de contenido espiritual, ajena
a las ondas vivas de la cósmica armonía, siempre fluentes.
Por ello, una de las cosas más maravillosas de que debiera vanagloriarse la
historia, es ese ensayo de pedagogía integral y armónica que se realizó en la escuela
pitagórica de la Magna Grecia, cinco siglos antes de nuestra era.
El primer postulado de la filosofía de Pitágoras era el reconocimiento, en el
hombre, del potencial cósmico. Su pedagogía, por tanto, se basaba en los mismos
principios del mito: en llevar, a través de la armonía y de sus operativas leyes rítmicas, a
la belleza integral.
Partiendo de ese principio, pensó Pitágoras que, creando un medio armónico
mediante las artes, las ciencias y la filosofía, y teniendo presentes los modelos divinos,
podía actualizar en el hombre su propio arquetipo, su principio solar, su ser integral,
posesionándose de su herencia divina.
Así pudo el primer gran pedagogo de occidente, mediante su método directo o
sugerido en un ambiente de arte y de belleza, coronar una obra de verdadero maestro:
ofrecer al mundo del presente y del porvenir un haz de hombres y mujeres que encamaran
el ideal de la vida helena y lo proyectaran en el porvenir que nos aguarda.
En el "diálogo" platónico "El Simposio" (sobre el amor), la pitagórica Diotima de
Mantinea habla del amor en su sentido universal y enlaza ese sentimiento con las leyes
supercósmicas, espaciales de la armonía. El amor es para ella, como para todos los
discípulos del maestro de Samos, la fuerza que une a los astros, que rige sus simpatías,
que es causa de su ser, que marca sus rítmicas evoluciones, su movimiento en el espacio.
No puede disociarse, para Diotima, el sentimiento del amor, de las altas esferas
del espacio de las que formamos parte, de cuya naturaleza participamos, y cuya atmósfera
respiramos, como partículas microcósmicas que somos.
"Hay que alentar en los hombres el amor legítimo y celeste de la musa Urania"
dice en este diálogo la noble pitagórica. La musa Urania representaba la ciencia
astrológica en el seno de los misterios.
En otro lugar comenta: "La música (de las esferas celestes) es la ciencia del amor
relativo al ritmo y a la armonía."
Timeo es el pitagórico que da nombre al más profundo de los "diálogos" de
Platón. En ese "diálogo" están contenidos, a menudo en forma intencionadamente oscura,
muchas de las verdades esotéricas y conceptos metafísicos de los pitagóricos. Las raíces
del HIEROS-LOGOS están ahí, implícitas, y constituyen el móvil de las leyes biológicas,
clave rítmica de los procesos tetrácticos o cuaternarios en los que se basa la naturaleza y
en los que se fundamentaba la ley evolutiva del individuo en la forma descrita en este
libro, según la doctrina pitagórica.
Por ella, constituye el "Timeo" un tratado de esoterismo, a menudo oscuro, de las
leyes siderales y supercósmicas, de las que emanaba el ritual de la vida superior.
Veamos algunos de esos preceptos básicos del "Timeo".
Si nos remontamos a los orígenes del conocimiento sistematizado, la genealogía
de los grandes ciclos zodiacales se halla claramente estructurada, en ese "diálogo", a
través de las palabras del sacerdote egipcio al sabio Solón:
"Por el fuego y por el agua tuvieron lugar las destrucciones más graves
(refiriéndose al hundimiento de la Atlántida, cuando el Sol, por precesión, atravesaba los
signos iniciales de Leo y Cáncer, principio y final del gran ciclo zodiacal de 25,920
años). Es cuando los dioses purifican la Tierra."
El concepto de la catarsis pitagórica se transfería, en los misterios, a ciclos
menores tetrácticos equivalentes a un año, ya que todo se relaciona, por la sabia ley de las
correspondencias, en el espacio y en el tiempo. El SÍMBOLO es obvio en astrología
esotérica. Todo confluye en la ley cíclica y matemática, como se sintoniza el movimiento
de los átomos y el de los mundos.
El ajuste de la vida espiritual y material a las leyes cósmicas de la armonía, era, es
y siempre será, el secreto de la perfección.
Lo atestigua esa frase del "Timeo": "Aquí y entre vosotros, se ha cumplido esa
cosa bella y grande que nos ha legado la antigüedad en los templos", refiriéndose a la ley
cíclica de los misterios, que regían los ritmos de purificación integral de la vida de los
pitagóricos.
Una alusión de ese "diálogo" a las mencionadas prácticas catárticas, la hallamos
en esta frase: "La armonía Se mezcla en las estaciones, que conduce a los hombres más
inteligentes..." "De los elementos (en su cuádruple sentido astrológico), Dios lo ha
construido todo." (En lo terreno y en lo espiritual.)
La definición simbólica y cifrada de la ley cósmica de los ciclos, determinada por
la precesión de los equinoccios, se halla en esta frase del Timeo: "Dios rodeó el mundo...
de dos círculos: uno exterior y otro interior. Uño que va de izquierda a derecha. Otro, de
derecha a izquierda." Alusión patente al lento movimiento del eje de la Tierra en sentido
inverso al que gira aparentemente con relación a los signos zodiacales, observables a
través de nuestras medidas del tiempo y del espacio.
Sigue Platón en el mencionado "diálogo" refiriéndose al mismo tema: "El círculo
del otro (alusión al segundo o esotérico del movimiento de precesión que señala los
grandes ritmos de la historia) marcha en línea recta y transmite al alma entera las
enseñanzas sobre lo sensible y así se forman las opiniones verídicas." "Dios ha hecho esta
imagen eterna que progresa siguiendo la ley de los números." "Y todo, a fin de que el
mundo llegue a ser parecido al Viviente Perfecto e Inteligible."
Más adelante define los cuatro brazos de la Gran Cruz Cardinal en sentido
esotérico, o sea, relacionando cada elemento con los cuatro planos de la naturaleza:
"Hay cuatro fundamentales formas vivientes: la primera, la especie celeste de los dioses
(fuego o plano espiritual); segunda, la especie alada que circula por los aires (plano
mental numérico o aéreo); la tercera, la especie acuática (plano llamado astral eidolon o
de las emociones); y cuarta la que anda sobre la tierra (plano físico o material).
Estos elementos se corresponden, respectivamente, con los signos cardinales de
Aries, Libra, Cáncer y Capricornio, de la cósmica tetractys pitagórica.
Prosigue, sobre ese tema, el "Timeo": "Por lo que respecta a la especie divina,
dios, el abstracto, sin forma y sin nombre, le ha dado la estructura ígnea (espiritual o
solar) a fin de que aparezca la más brillante y bella. En su forma más poderosa, le ha
otorgado la sabiduría, capaz de ejercer el reflejo del todo." "...Los periodos regulares de
las estaciones, los equinoccios, los solsticios, todo cuanto vemos que nos ha procurado la
noción del número, proporcionado al conocimiento del tiempo, nos permite especular
sobre la naturaleza del universo. Por ello hemos sido dotados de esa especie de ciencia.
Ningún bien mayor nos ha sido concedido ni lo será jamás por los dioses a la raza de los
mortales."
El significado de esas palabras con respecto a la doctrina pitagórica, no puede ser
más explícito. Por ello, hemos preferido la cita directa, tan en consonancia con la
finalidad de este libro, ya que el Timeo constituye el documento más antiguo y de primera
mano respecto al HIEROS-LOGOS, pitagórico.
Matila Ghika, el autor que más ha profundizado en nuestros días el valor
científico de las leyes pitagóricas del ritmo y de la armonía, ha aportado una
documentación exhaustiva respecto a la definición aritmética, geométrica y estética, de la
doctrina.
Su estudio sobre el "Número de Oro" o "Sección Dorada", que constituía el
módulo esotérico de toda perfecta composición arquitectónica y plástica, así como la
clave estética de los ritmos en toda forma de arte lírico, nos ofrece sin duda el más
trascendental descubrimiento de las teorías básicas transmitidas sólo en el seno de los
misterios.
Esa ley perfecta del 'número y de la gracia relacionada con todas las formas de la
vida, la conocieron y aplicaron los pitagóricos, en su más alta significación, a su filosofía
y a su ética, a sus teorías relativas a la biología integral y al desenvolvimiento armónico
de la criatura que integra la humanidad.
Volguine, en su tratado sobre astrología esotérica, aduce la conclusión de que:
"...sólo el conocimiento por el corazón nos permitirá aprender las formas planetarias
(armónicas) conocidas por los antiguos."
Ese "conocimiento por el corazón", ese amor a los principios, es actualmente la
luz que va desvelando la intuición y la percepción de lo que en la antigüedad se hallaba
tras el velo. Y es que, en el comienzo de la Era de Acuario, el signo que preside la
revelación del mandato espiritual, es el signo opuesto y complementario de Leo, el gran
corazón del zodíaco, el trono del Sol oculto, que debe presidir de contraparte espiritual de
la humanidad. No en vano se ha dicho que "El corazón del universo vuelve a latir..."
Hoy, la pulsación inmensa de ese aliento cósmico nos devuelve muchas de las
antiguas verdades.
La del "Número de Oro" representa una dádiva inapreciable, y es un síntoma
elocuente que revela el estudio astrológico de las características siderales que imprimen
su sello a la era naciente.
Refiriéndose a ello, dijo el pitagórico Filolao que "la armonía era la unidad en la
diversidad, la conversión de lo discordante en acordante. Del mismo modo, las reglas de
la "divina proporción" constituían la fuente, la unidad de toda armonía manifestada.
La ecuación matemática del "Número de Oro" se sintetiza en esta fórmula:
Cuando en la relación entre la suma de dos cantidades a + b, una de ellas —la
mayor, a— es igual a la relación entre ésta y la otra —la menor, b—; o sea que
se ha dado a esta relación el nombre de "Sección Dorada".
El valor numérico de esa relación es igual a 1 más la raíz cuadrada de 5 dividido por 2 o
sea:
En cuanto a la regla armónica de la proporción geométrica reside en el pentágono,
la estrella de cinco puntas, el símbolo humano. El "corte de oro" aplicado a la gracia y a
la medida armónica, reside en el nivel horizontal de los brazos superiores de la estrella
pentágona inscrita en el círculo.
De esa simple teoría dimanan las más bellas proporciones de los templos griegos.
El corte de oro geométrico, residía en el arquitrabe. Las correcciones ópticas se ajustaban
de manera maravillosa al enfoque del punto de mira del ser humano. Ese secreto no se
redescubrió hasta el siglo pasado.
Toda creación estética que no se ajuste a tales leyes, no es más que imitación
desafortunada, fría, deshumanizada, de lo que fueron los antiguos templos, las más bellas
esculturas, la música, los ritmos armoniosos que dimanaban de las leyes de proporción y
la matemática del universo solar.
Los antiguos pitagóricos relacionaban los números sagrados con los polígonos
regulares. Y las correspondencias entre sonido, número y forma, con las vibraciones del
Sol, de la Luna y de los cinco planetas integrantes de los siete principios del hombre.
Las correspondencias, pues, de las leyes del ritmo en la naturaleza humana,
elemental, cósmica y universal, eran exactas, conociendo las claves de su relación.
Por ello, al alcanzar la perfección recobra el hombre, a través de las leyes eternas
del ritmo y de la armonía que rigen todas las cosas, así como el sentimiento y el
pensamiento, su herencia celeste.
El HIEROS-LOGOS de los pitagóricos es, pues, la ciencia, la estética, y a la vez, la
moral de los números, la filosofía de la música, la magia del movimiento, la armonía de
los sonidos, la proporción de las formas.
Existe un orden espacial y un orden sonoro. Todas las artes y la misma vida,
cuando deviene obra de arte —la ars magna por excelencia— participan de la naturaleza
de los astros.
La astrología, llamada en el seno de los misterios antiguos "ciencia madre de
todas las ciencias", se basa en esa correspondencia sideral con los ritmos naturales y
humanos. Todo se relaciona. El conocimiento de las claves de esa alta ciencia y su
porqué, abre la razón de la suprema sabiduría: aquella que se revela casi por gracia en el
individuo iluminado por el sentido de la proporción y de la belleza. La conciencia que se
deriva de esa inefable experiencia, desenvuelve el sentido de toda superior verdad, la
vivida armonía que conduce al éxtasis.
Según cuentan sus biógrafos, Pitágoras experimentaba a menudo esos profundos
estados de beatitud en sus contemplaciones y en sus meditaciones, escuchando la música
de las esferas y considerando su correspondencia íntima con las virtudes y las supremas
verdades que tan hondamente había captado.
Uno de los más altos grados de la iniciación en el santuario de Eleusis se llamaba
"Iniciación en el Círculo". En ese grado se revelaban al epopto las claves de la astrología
esotérica en relación con las leyes éticas de la armonía. O sea, los preceptos de la vida
superior, derivada del libro eterno del infinito.
Este conocimiento tenía una directa aplicación a las causas históricas y
sicológicas de la humanidad. Aconsejamos al lector los libros de la serie Astrología
Cíclica que ha publicado la editorial Costa-Amic de México, respecto al pasado y el
futuro, y la relación exacta del microcosmos —el hombre completo— con el macrocosmos
—el universo y sus leyes en manifestación—, y la curiosa correspondencia entre las
pruebas que tenía que atravesar el neófito para lograr la iniciación y las etapas sucesivas
de la evolución de la humanidad en su conjunto.
Esa ciencia profunda y compleja se hallaba contenida en la famosa
"Metacosmosis" de los pitagóricos, cuyas claves eran los cinco cuerpos geométricos
regulares, inscritos en el círculo.
Ello da a entender que, si todos los actos humanos —así volitivos como
formales—, se realizaran de acuerdo con esas claves de proporción, se llegarían
insensiblemente, merced al ritmo liberador que de ellas se derivan, a ese estado de unidad
armónica que pone en contacto al hombre con las leyes superuniversales.
Este era el principal secreto de la alquimia estética integral lograda por los
discípulos de Pitágoras en el instituto de Cretona. Todo allí se hallaba construido y
laborado de acuerdo con esos principios matemáticos, geométricos, éticos y estéticos.
Así, el medio contribuía enormemente al desenvolvimiento armónico preconizado por la
doctrina del maestro, cuyo signo de manifestación podría resumirse en esa cualidad que
era su lema y su salvoconducto: la elegancia.
¿Puede esa modalidad fundamental del pitagorismo haber dejado de influir en el
llamado "pensamiento mediterráneo? ¿Es posible disociar de sus verdades fundamentales
la génesis de la filosofía, o sea, su orden meta-físico y su medida estética? La filosofía
idealista de Platón, el primer gran pitagórico griego, es la más palmaria respuesta.
En este inicio de era, como en todos los inicios, renacen las claves eternas,
cósmicas, que motivaron aquellas manifestaciones ejemplares en el tiempo.
Que el agua de vida del ánfora del Aguador Celeste sea premisa esperanzadora de
que la herencia eterna generosamente derramada sobre la humanidad, pueda conducirnos
a una nueva, esplendorosa civilización.
VII
La mística "Tetractys" de los "Versos áureos"
Cuando en sus VERSOS ÁUREOS habla Pitágoras de la "...tétrada sagrada, inmenso
y puro símbolo, fuente de la naturaleza, que mana eternamente", se refiere, en forma
velada y alegórica, como era frecuente en su enseñanza superior, a la gran cruz que sobre
el círculo zodiacal, dibujan los cuatro brazos que, partiendo del centro de la
circunferencia, señala los cuatro puntos cardinales.
Esa cruz astrológica cardinal del año, señalaba y señala y señalará mientras el
universo exista, las cuatro grandes oleadas de vida derramadas sobre la Tierra, las cuatro
fechas místicas del año en las que se basaban las festividades de los antiguos misterios y
su completo ritual catártico o de purificación.
Dice Simplicio que "Pitágoras poseyó el celestial vehículo de purificación sobre los
sentidos" refiriéndose a las claves de dicho ritual cósmico.
Teon de Esmirna, citado por Taylor reafirma: "La tetractys no sólo fue honrada
preferentemente por los pitagóricos, porque todas las sinfonías se fundamentaban en ella,
sino porque contiene la naturaleza de todas las cosas."
De todo ello se infiere el usual juramento de los antiguos pitagóricos: "Por
aquel que ha revelado a nuestra alma la tétrada sagrada que constituye el principio
y la raíz de toda la naturaleza."
La tétrada o tetractys (palabra griega) sagrada, corresponde a cada uno de los
brazos de la gran cruz mencionada, trazada sobre la gran rueda zodiacal, cuando el Sol
pulsa los cuatro signos de acción: Aries, Libra, Cáncer y Capricornio, en el inicio de los
equinoccios y los solsticios que dan nacimiento a las cuatro estaciones: primavera,
verano, otoño e invierno.
Cuando Pitágoras en sus "versos" llama a esa cruz celeste, "inmenso y puro
símbolo", glosa tácitamente aquellas ocultas celebraciones rítmicas que los
pitagóricos aplicaron a su vida integral. "Inmenso" se refería a su sentido cósmico.
"Puro" es el adjetivo referente a las catarsis o purificaciones mencionadas durante tales
periodos. El mismo "verso" termina con la palabra clave: "Símbolo".
A estos periodos rituales de purificación se refería Platón en su "Timeo", nombre
del más pitagórico de sus compañeros de diálogo: "El cuerpo donde afluye y del cual
mana una oleada ininterrumpida (de vida), ellos (los dioses) introducen los movimientos
periódicos del alma inmortal."
Esos cuatro ritmos anuales, se celebraban en el seno de los misterios desde
tiempos antiquísimos, ya que la astrología esotérica era la ciencia que los regulaba, como
regulaba e inspiraba la vida toda de las sociedades primitivas.
En un santuario del mismo palacio del rey Minos, en Gnosos, isla de Creta, en
aquella reculada civilización correspondiente a la Era Táurica, o sea, de más de cuatro
mil años anterior a nuestra era, se halló, como símbolo religioso allí representado, una
cruz de cuatro brazos iguales. O sea, la cruz zodiacal o básica, inscrita teóricamente en un
círculo.
Más antiguamente aún, se halló la misma cruz representada simbólicamente en
movimiento: la cruz gamada en los exvotos de América, de Troya y de Chipre, que
reaparece en cerámica griega hacia el octavo siglo anterior a nuestra era.
Esa cruz gamada o svástica que se creyó privativa de oriente, representa la gran
cruz zodiacal en acción. En la India se la definió como "las armas de fuego del Sol"
fundamento de la Astra-Vidya (sabiduría de los astros). Orfeo, en sus "Himnos sagrados"
la llamó poéticamente "los cuatro ojos de Fanes" (el Demiurgo Solar) con los cuales
"todo lo contempla en torno".
Eliphas Levi llama a esa cruz activa con su definición primitiva: "la rueda de
Pitágoras". Es obvio señalar su concomitancia con la llamada "rueda de Ezequiel" con las
cuatro cabezas de los animales zodiacales. En Egipto la llamaban "la esfinge de cuatro
cabezas" ya que representa la cuádruple oleada de vida universal sobre la Tierra, los
cuatro elementos, las cuatro estaciones, los cuatro puntos cardinales y el ritmo oculto que
determinó, desde tiempos inmemoriales, las cuatro celebraciones rituales de los grandes
centros iniciáticos, así de oriente como de occidente.
Esa cruz cardinal zodiacal:
constituía, pues la cruz viviente de sacrificio o acto-sacro. Su simple estructura basaba
las fechas, los instantes del ritual solar y lunar durante las cuatro celebraciones anuales de
purificación y de investidura. Su ritual se hallaba sintonizado con los fenómenos celestes
y las vibraciones elementales, angélicas y planetarias. Su finalidad era, no sólo el
beneficio de los afiliados a las comunidades esotéricas, sino servir de canal de
transmisión, en los momentos culminantes, de la gran corriente espiritual solar sobre la
Tierra.
Teniendo en cuenta que el año sideral nace cuando entra el Sol en el equinoccio
de primavera, o sea, cuando el brazo de la gran cruz que pulsa el Sol se halla en el signo
de Aries, las grandes fiestas de exaltación de la pureza, tenían lugar en el mes de marzo,
bajo la advocación de Ares, el ardiente dios de la fuerza y el dominio, el que da la tónica
del vencimiento sobre uno mismo en cuya casa zodiacal se halla la exaltación del Sol.
Los griegos llamaban al mes de marzo, de Elafebolion y las fiestas de precepto se
consagraban al dios Dionysos, personificación mística del Sol.
En este momento del nacimiento de la primavera, el lema de identificación con el
espíritu solar era de "regeneración" integral. Las prácticas catárticas y la promesa interior
confluían en esa transmutación de fuerzas en el individuo mismo, que convierten la
pasión en puro y exaltado amor, todo egoísmo en generosidad, toda tristeza o
apagamiento en alegría y esplendor, todo decaimiento en vivificación y salud. La fuerza
recibida del Sol a través del ritual astrológico y de la magia natural, establecían un eficaz
enlace del individuo y del ambiente con el espíritu solar, donador de vida infinita.
En esas ceremonias, al maestro o Hierocérix actuante, representaba a Hermes,
Mercurio, al conductor o Sol Menor. En la ceremonia circular efectuada en torno suyo, en
los instantes precisos en que el gran astro ingresaba en dicho signo zodiacal de Aries, el
magnetismo solar se derramaba y fluía desde el transmisor a los oficiantes, y de éstos al
lugar de celebración y a todos sus contornos.
Esta ceremonia se repetía en forma parecida centrándola una mujer iniciada,
durante la inmediata neomenia o Luna Nueva y también, como coronación final, en el
instante de la Luna Llena. Los antiguos decían que la Luna era el vehículo del
magnetismo solar sobre la tierra, su intermediaria directa, y que nada podía realizarse
como enlace con las fuerzas universales, si no se invocaba a la "mujer", la Luna.
Precedía al simple ritual luni-solar unos días de ayuno y purificación física,
mental y síquica rigurosa, con abluciones, vahos, meditaciones y ejercicios idóneos. El
ritual biológico de purificación era completo en esas fechas cruciales y predisponía al
candidato al digno recibo de la ofrenda sideral.
Para las abluciones, se disponía en cada santuario de iniciación de un lago de agua
salada o piscina sagrados. En torno a ese lago, tenían lugar también representaciones
alusivas, recitados y fiestas místicas, de gran trascendencia y valor de transmisión.
Las leyes que rigen esos cuatro grandes ritmos derivados de la cruz sideral, son
inherentes a la misma naturaleza humana aunque su raíz brote de lo universal. Todas las
selecciones humanas de todas las civilizaciones de la historia, las han conocido y
practicado. Ya que la humanidad siempre ha necesitado y necesitará de esa tradición
divina, de esos empalmes cíclicos con las fuerzas paternales del universo del que
formamos parte. Tales leyes, con su conocimiento inherente, amparan y liberan a
aquellos que aspiran a emanciparse de la vulgaridad y la rutina, y vivir en la plenitud y
gozo de esa herencia celeste que nos legó, al darnos el ser, el divino padre.
En un libro primitivo, "los entronizamientos de la gran madre" de Dion
Crisóstomo, consagrado al ritual de Eleusis, se trataba del rito llamado "incatedración".
Era cuando los adeptos del rito mencionado, durante las ceremonias astrológicas,
entronizaban al candidato y formaban en torno suyo un círculo y danzaban así una
mística danza, siguiendo el compás de especiales sonidos rituales. Ajustados a tales
sonidos, se pronunciaban determinadas palabras, durante las cuales se alternaba en el
recinto la luz y la sombra.
"Es evidente —-sigue diciendo Dion-— que esa ceremonia constituía un
fenómeno cósmico y se aplicaba al desenvolvimiento espiritual. El candidato
representaba al Sol y los demás oficiantes, los planetas. En otras palabras: era la
glorificación del conquistado Sol, el perfecto aspirante, por los subordinados poderes."1
El éxito de esa meditación conducida que ha llegado a nuestro conocimiento a
través de la hermandad de los pitagóricos de la última época alejandrina, consistía, pues,
en poner al unísono las vibraciones de la Tierra a través de los espíritus de los elementos
y sus tónicas correspondientes, con las altas vibraciones del universo solar, por la escala
de los vínculos y de las simpáticas sintonías.
Nunca el principio hermético de "como arriba así es abajo" ha tenido una
efectividad interpretativa más ajustada, que ese básico ritual solar y lunar en que los
candidatos y meditadores se afinan como instrumentos perfectos y sirven de vehículos
transmisores por los que pueden descender todas las formas de la armonía universal sobre
la humanidad.
Cada una de esas cuatro grandes celebraciones anuales centraba antiguamente, no
sólo el orden de la sociedad y el ritmo de su equilibrio, sino que constituían el potencial
espiritual de la vida, ya que regían las festividades de los misterios y su ritual solar
secreto.
Era, por tanto, una enorme palanca social, un acicate individual, una norma de
salud integral y en sus formas exotéricas o simbólicas, un alto valor artístico y educativo.
__________________________
l Mead. "Orpheus.
En el brazo de Aries, en que se honraba el nacimiento de la primavera, era
costumbre popular, en esas fechas, cumplir con las purificaciones religiosas, que
constituían para todos una gran medida terapéutica, y celebrar luego el
acontecimiento natural con banquetes de amor. En ellos se coronaban los asistentes,
mutuamente, de flores y ardían las hogueras en honor del signo de la exaltación solar. Por
su significación sideral, se exaltaba la adolescencia, la inocencia, la pureza, el
entusiasmo, o posesión divina. Se organizaban procesiones nocturnas con antorchas
encendidas, se danzaban ditirambos, la danza exaltada de la alegría, se cantaban himnos a
Ares (el dios Marte) y al Sol, a los espíritus del fuego, a todas las hadas que hacen crecer
las flores.
En tanto el pueblo se regocijaba, fiel a las prescripciones exotéricas de los
santuarios, en sus áditos secretos, en sus criptas de iniciación, tenían lugar las ceremonias
mágicas. En ellas, se ponían en juego, a través de las prescripciones astrológicas, las
fuerzas de los elementos y toda la gama de las vibraciones planetarias y el inmenso
potencial lunisolar.
Tres meses más tarde, celebraba el pueblo griego el solsticio de verano en el
brazo de Cáncer de la cruz zodiacal. Era la festividad del agua. Toda purificación,
además del ayuno y las demás formas descritas, se cerraban con las inmersiones totales
de rigor, abluciones que tenían lugar en lagunas artificiales saladas, en el mar o en el agua
corriente de los ríos. Como divinidad, se honraba a la Gran Madre, la Engendradora, la
Deméter divina, madre del mundo, que hace dorar el trigo y granar la espiga. Por ello se
la representaba con un haz dé esa gramínea y coronada de espigas.
Pitágoras reunía entonces en el Templo de las Musas a sus más avanzados
discípulos, después del cumplimiento integral de las catarsis y de la meditación
conducida, y les explicaba el significado trascendente de los mitos sagrados relacionados
con el solsticio de verano.
En la escuela, como en otros lugares místicos de Grecia, organizaban los pitagóricos, por
el Golfo de Tarento, procesiones nocturnas en barcas engalanadas.
En la neomenia se celebraba así especialmente el místico desposorio con el mar, ya que el
signo zodiacal honrado era el agua, y su diosa la Luna o Hécate. Se echaban flores al mar
en tanto se recitaban los himnos órficos alusivos a la festividad, especialmente bellos en
esas tibias fiestas solsticiales.
Entre los pitagóricos, la norma de la escuela era entonces, honrar especialmente a
la mujer. Se practicaba hacia ella la más fina cortesía. La madre era santificada y se le
rendían honores parecidos a los de Artemisa, la diosa lunar. Asimismo se festejaba a la
compañera, la novia, la mujer próxima. La castidad era el distintivo de esa celebración de
inicios del estío.
Las fiestas del otoño del mes de Boedromion se consagraban, al brazo de la cruz que
presidía el signo zodiacal de Libra, la balanza celeste, que gobernaba Afrodita o Venus,
la diosa del amor, de la belleza, del arte, y que preside todos los encantos de la vida. Es,
también la diosa de la armonía y por ella, entre los pitagóricos, tenía una excepcional
importancia, el equinoccio de otoño.
Siendo ese signo de Libra el opuesto y complementario del de Aries, que inicia el
año astrológico y concentraban en los misterios, las grandes representaciones llamadas
menores, el de otoño presidía especialmente, en todos los centro iniciáticos, y en el
instituto pitagórico, el ritual esotérico de los misterios mayores. En esta época, se
efectuaban en Eleusis las grandes pruebas y las consagraciones de los epoptos o
iniciados.
Toda la vida griega, por su lema de belleza —dado a la civilización a través de las
prescripciones de Orfeo, de las astrológicas desde el seno de los misterios—, giraba en
torno a esa festividad, que representaba el culto de la hermosura, la exquisitez, la
elegancia y la armonía en todas las cosas.
Merced a esa tónica impresa en la vida helena, ha podido llegar aquella
esplendente civilización a los siglos futuros, un arte al par que una filosofía que lo
complementa, que no han sido todavía superados.
Coincidían con esas celebraciones selectivas, las fiestas populares de la vendimia.
Pan y las ninfas, los sátiros y los silenos y todas las divinidades elementales de la
naturaleza, eran celebradas con danzas, libaciones y generales holgorios.
Después, se invocaba a los espíritus aéreos, ya que ese elemento era la tónica del
signo de Libra, de característica mental. Los estudios esotéricos eran incrementados y en
esa fecha, el maestro realizaba sus más profundas revelaciones a sus discípulos más
avanzados. Era, en suma, la meditación cíclica de otoño la más importante y profunda
entre las cuatro anuales.
El último brazo de la gran cruz cardinal del zodiaco era el del solsticio de
invierno, que presidía el signo, da Capricornio de tierra. Este brazo poseía una gran
importancia devocional y mística, porque en él se celebraba el nacimiento del sol en su
curva diurna ascendente.
Al pulsar el gran astro la cuerda zodiacal de ese signo saturniano, el día comienza
a crecer. De ahí el significado mítico estelar del nacimiento solar que celebran, a su
modo, todas las religiones como un reflejo de los antiguos misterios.
En esa fecha crucial se inicia la oleada de vida a través de los gérmenes depositados en el
seno de la madre tierra. De lo alto desciende silenciosamente, imperceptiblemente, la
gran oleada de vida resurrectora que hará luego verdear y florecer los campos en
primavera, granar las cosechas en verano, y rendir los frutos en otoño.
El místico nacimiento del Sol, no sólo recobra la savia adormecida en el seno de
la tierra, sino que inicia una vida nueva. En el seno de la comunidad pitagórica, en una
forma casi reclusa y hogareña, porque el solsticio invernal invita a la concentración, al
esfuerzo callado, a la labor interna, era una celebración mística que la tradición ha
recogido intacta.
El simbólico nacimiento del Sol —y su marcha hacia el norte— tenía antaño su
idóneo reflejo en la renovación, la germinación, y el renacimiento del alma. Los
ofertorios, las purificaciones, las meditaciones conducidas y los astrológicos rituales
elementarios, tenían en esas fechas una divisa de renunciación. La catarsis, una finalidad
de desapego de las cosas terrenas y se otorgaba al vínculo establecido con la divinidad,
una táctica promesa de despojarse de todo lo viejo, cristalizado, triste y caduco. Todo
meditador se esforzaba entonces en desterrar de sí toda rutina, toda forma tóxica interna y
externa, desechando lo inservible.
Merced al ligamen sideral establecido, crecía el ámbito de las recónditas
aspiraciones. En el silencio se hacían las más nobles promesas, se afirmaban los deberes
y se estructuraba todo trabajo interno. Entonces, como una respuesta propicia, de lo alto
descendía, como un resorte mágico pulsado, la guía del yo superior en forma de
inspiración y de clara visión.
Cada una de esas celebraciones rituales representaba, para los pitagóricos, la
oportunidad de acumular riqueza interior, equilibrio, salud y belleza. Por ello,
consideraban tales ceremonias astrológicas como el cuaternario divino, como brazos
auténticos del padre del universo, el Sol, el padre manifestado, tendidos amorosamente a
la anhelante humanidad.
Todo aquel que tenía el privilegio de participar en estos actos rituales, y
confraternales, salía de cada celebración integralmente renovado en lo físico, en lo
emotivo, en lo mental y con el espíritu enriquecido. Todo su ser ganaba en salud, en
vitalidad, en irradiación, en lucidez. La armonía conseguida se reflejaba en todo y
aumentaba en él la capacidad del amor y la dádiva, tanto en forma visible como invisible.
El fin último de las catarsis, según Pitágoras, —casi siempre el ayuno se prolonga
hasta la siguiente neomenia. —, era la sobriedad, la limpieza del cuerpo y de la mente, el
cultivo de la dulzura, forma la más amable de la armonía, la igualdad de humor
(ataraxia), la eliminación de toda forma de causticidad o sea, no herir en pensamiento, en
palabra ni en obra. Y transmutar los instintos en poderes, las ideas en intuiciones, el saber
aprendido en percepciones directas.
E1 valor de las laxaciones, así físicas como mentales, cultivaban la correlación
armónica entre las funciones corporales y los átomos que integran el organismo. Por ello,
por efecto de las purificaciones y la meditación tetráctica rítmica, se hacían
excepcionalmente plasmables y receptivos al influjo astrológico modelador.
En cuanto a la inspiración o intuición directa que precede a la conciencia divina
(epinoia) se deriva de la experiencia proseguida de tales actos.
El estado de contemplación simultaneado con el de audición, despertaba a
menudo, como hemos insinuado, la capacidad de adivinamiento. A través de él, por traspasadura,
se llegaba al conocimiento directo de las cosas, al fundamento mismo de las
ideas, a la intuición directa (dianoia) de las verdades eternas. Entonces se derrumba la
valla de la mente concreta (las formas mentales corporizadas).
Antes de llegar a este estado, toda forma, aun la más sutil, de fanatismo, debe ser
barrida, ya que el aflujo de la mente creadora exige un vehículo sin obstáculos, una
permeabilidad de los sentidos, una limpidez de facultades capaces de servir a la
transmisión de los dictados celestes.
Sólo entonces ocurre ese fenómeno de euforia, de sazón, estimulado cada vez por la
aportación y el influjo colectivo de la rueda meditativa: la percepción del señor sin
tiempo, del pleno sensible. Todo resplandece, entonces. El que tal estado alcanza,
despierta a la conciencia cósmica. Todo su ser se halla compenetrado y traspasado por la
substancia primordial (la hylé de los griegos), estado que definió Aristóteles diciendo:
"todo se hallaba lleno de dioses", es decir, de substancia divinizable o divina.
Un doble mundo compenetra a cada meditador, irradiando el aura del círculo. En
tal estado, la plegaria del Retorno puede alcanzar aquella significación que le diera
Plotino, el filósofo del éxtasis:
"El que solicita la divina influencia por medio de la plegaria, no es extraño al
universo."
VIII
Pedagogía de la belleza
La belleza, en su definición humana, la concebían los pitagóricos como exaltación
del individuo a su propia perfección a través de dos medios complementarios: el
desenvolvimiento integral de sus facultades físicas, morales e intelectuales, y como una
progresiva incorporación del propio arquetipo o modelo divino.
Pitágoras, como todos los iniciados griegos, creía que todo hombre y toda mujer
poseen la semilla de esa divina belleza recóndita y que, mediante un sabio método
pedagógico, puede llegar a actualizarla, ya que esa simiente perfectible, radica en el
mismo átomo permanente físico.
Todo el ideal del internado Crotonio pretendió, de acuerdo con ese principio
básico, crear un medio propicio a su desenvolvimiento.
Sabía el filósofo de Samos que sólo mediante el cultivo armónico de todas las
facultades del individuo, y comenzando, como atestigua Platón, por la belleza del cuerpo,
podía cumplirse la misión que parecía encomendada a la raza helena, y así el sistema
pedagógico basado en la belleza, tal como lo concibió Pitágoras, puede sintetizarse en
este incomparable párrafo de Plotino, el filósofo alejandrino de comienzos de nuestra era:
"Retírate en tí mismo y contempla. Y si no te encuentras todavía hermoso, imita
al creador de una estatua, que la esculpe para que sea bella. Aquí despoja, allí pule;
suaviza una línea, completa aquella otra y no cesa hasta evocar del mármol, la perfecta
imagen. Como él, despréndete de lo inútil, endereza lo torcido, ilumina lo sombrío y no
dejes de cincelar tu estatua hasta que sobre tí brille el divino esplendor de la virtud, hasta
que contemples a la deidad presente en su propio santuario.".
O sea que, si hacemos un análisis de sintonización de esa finalidad básica de la
pedagogía integral de la belleza, con la finalidad esencial de la meditación pitagórica
conducida, echaremos de ver su absoluta concordancia.
1. Retirarse en uno mismo, estableciendo la perfecta introversión.
2. Realizar el vacío mental seguido de la autocontemplación.
3. Ajuste de nuestro ser íntegro al arquitecto divino.
4. Inmersión en el espíritu puro, meta última de perfección.
Cuando el maestro decidió fundar en la Magna Grecia su ejemplar escuela, basada
en tan altos fines, el pueblo griego se hallaba desorientado, atemorizado, en el inicio del
caos intercíclico de fines de la Era Aria, caos similar al de nuestra época.
Anheloso de establecer la síntesis pedagógica y filosófica capaz de definir y
afirmar la misión de Grecia y su proyección en la historia de Occidente, concibió el plan
de crear en su soñada escuela, un plantel de selecciones humanas capaz de llevarla a
cabo. Sería a manera de un modelo de estructura de la vida que serviría para todos los
tiempos. Sería el puente tendido en alto para salvar las verdades eternas y una
contribución a la armonía en esos caóticos intersticios cíclicos de traspaso, en los que
priva el materialismo y la desarmonía en los individuos y en los estamentos sociales.
Consideraba Pitágoras que se acercaba el momento en que era necesario el cultivo
de un injerto humano capaz de realzar a la sociedad de su época. A tal fin ideó la
fundación del famoso instituto Pitagórico de Crotona.
Seleccionó el maestro, entre los jóvenes mejor dotados, mediante una sabia
dosificación de las mismas pruebas de los misterios, y los educó a base de un sistema de
enseñanza propio en el que la belleza era, a la vez, el método y la finalidad.1
Sólo la filosofía, enraizada con los más altos dictados cósmicos, puede convertirse
en mentora y estructuradora de un tan elevado ideal práctico de la vida y ofrecer las bases
de un concepto tan revolucionario y de dilatados ecos como el que puso en acción, en su
época, el primer filósofo y pedagogo de occidente.
La didáctica armónica, como filosofía de la vida, operaba entonces dentro del
vasto y abonado campo de las posibilidades humanas, estimuladas por un impulso
cósmico y acelerado de renacimiento espiritual correspondía a su hora histórica.
No hubiera podido Pitágoras planear tal empresa, sin un conocimiento previo y
completo de las posibilidades del individuo como realidad y como potencialidad. Poseía
el maestro la visión certera del momento, y conocía los resortes secretos del alma
humana. Podía abrir sus oscuras reconditeces, alumbrar las zonas claras, prestar alas a sus
facultades creadoras, desenvolver las volitivas y hacer de los acontecimientos mismos,
deletreados a la luz de sus enseñanzas, una alta norma de sabiduría experimental y de
aprovechamiento.
Por ello el pitagorismo pudo ofrecer al mundo los mejores ejemplares de
humanidad, los más bellos y elegantes ciudadanos, los más inteligentes y bondadosos y
los de mayor capacidad rectora. La escuela dio a Grecia y al mundo antiguo, los mejores
pedagogos, legisladores, filósofos, mentores y jefes de la sociedad, los que desempeñaban
con absoluta garantía los puestos de responsabilidad y especialmente, los
llamados a plasmar las jóvenes almas, depositando en ellas la simiente pitagórica de la
vida integral y armónica.
Como hemos mencionado ya en otro lugar y pregonan las antiguas crónicas, todo
el mundo antiguo conocía a los pitagóricos a primera vista por su elegancia. Ellos
supieron dar al concepto de la elegancia una extensión y una profundidad que nosotros,
hombres y mujeres modernos, hemos, por desgracia, olvidado. Esa elegancia no es la que
estamos acostumbrados a considerar, porque tenía su fundamento en leyes eternas y se
basaba, por tanto, en una actitud ante la vida. Era para ellos una síntesis de cualidades,
logradas a través de una educación estética integral del individuo. Por ello pudo crear
Pitágoras una aristocracia del cuerpo y del alma que significó en su tiempo una
transfusión viviente de la doctrina pitagórica, un injerto de selección para la sociedad de
su época.
La elegancia, como cualidad máxima de la escuela, era el distintivo, visible e
invisible, de su filiación. Era, por así decir, su título nobiliario que no necesitaba de otras
heráldicas y que pregonaba a la vista de todos, la excelencia del que lo sustentaba.
Si bien es verdad que la elegancia de los pitagóricos consistía en la soltura
graciosa del porte, en la armonía mesurada de los movimientos, en la majestad de la
figura, en la belleza del cuerpo y de los atavíos, no lo es menos que ella se debía a la
aportación de una alta pedagogía de lo bello y a una estética que abarcaba lo moral y lo
espiritual.
La elegancia moral se hacía patente en forma de corrección, de equilibrio en la
conducta, de exquisita cortesía, de prudencia, de delicadeza, de todo cuanto constituye la
__________________________
1 Véase la obra de la misma autora: La vida serena de Pitágoras. Editorial Orion, México.
música de la expresión en la existencia. No quiere decir que los pitagóricos se hallaran en
una constante actitud de vigilancia consigo mismos, lo que hubiera podido torcer, en
algunos casos, la finalidad primordial de la labor del maestro. Ese don de gentes fluía de
ellos como el perfume de la flor, se desplegaba con la naturalidad de sus pétalos y se
mecía en el ambiente que los circundaba como los tallos enhiestos al soplo de la brisa.
Tenían ellos por fundamento el más vivo interés hacia los demás. Una actitud de
extraversión admirativa, completaba la riqueza de su mundo interior, que la meditación
incrementaba y estructuraba. Sentían, por tanto, un viviente interés por todo, un
reconocimiento de la grandeza y divinidad manifiestas en los seres y en las cosas. La
contemplación frecuente de uno de los más bellos panoramas de la naturaleza les ayudaba
a almacenar ese germen de beatitud sin el cual no puede formular la plegaria espontánea
y viva, todo aquel que trata de identificarse con la obra divina de la maravillosa
naturaleza que nos cobija.
La elegancia pitagórica tenía, pues, sus bases no sólo en una estética de las
formas, sino de una filosofía ética y de pureza. Ella les infundía el sentido de la medida
en todo, y ese don sutil de la generosidad que no es sólo una capacidad de dádiva externa,
sino una actitud de amor y de comprensión.
Esa disposición la cultivaba el filósofo de Samos en sus discípulos como una
planta selectísima que había de dar sus frutos en la convivencia y sobre todo, en la
amistad.
Esas disciplinas de matiz no podían encerrarse en un molde pedagógico, porque
su consecuencia se derivaba de unas sugerencias ambientales en gran medida, que
reaccionaban de manera distinta en cada individuo. Era el maestro un sutil sicólogo. A
menudo actuaba sobre sus discípulos sin que sus enseñanzas pasaran por la mente, sin ser
razonadas. Esa pedagogía de la sugestión y del ejemplo, se aplicaba a través de los
medios armoniosos especialmente, y su asimilación se efectuaba por el superconsciente.
En ningún instituto del mundo se cultivó, como en aquella escuela modélica de
Crotona, la voz. La palabra era, para los griegos, el logos; o sea, voz humana y verbo
divino a la vez. Esa doble acepción imbuía al maestro a aproximar la expresión vocal a la
voz arquetípica. Y esa superior pedagogía de la palabra no podía excluir el otro sentido
iniciático del poder del verbo.
La voz del pitagórico, hombre o mujer, era cultivada, pues, como una música. Era
un puro deleite de los oídos escuchar a un pitagórico.
"Hablar sólo cuando la palabra valga más que el silencio" decía Pitágoras a sus
discípulos. ¿Podemos acaso columbrar el valor de estas palabras si consideramos que se
llamaba al filósofo, en su forma más admirativa, "Hijo del Silencio"?
No era sólo el conocimiento y dominio de las leyes de la oratoria que en el
instituto se cultivaban predominantemente. La voz de Pitágoras era la mejor escuela del
lenguaje perfecto. Poseía, según sus biógrafos, una sugestión sin par, una fuerza, una
precisión un convencimiento y una dulzura que captaban a todo aquel que tenía el
privilegio de oírla. Jamás hubo un instrumento humano mejor templado. Modulaba el
maestro su voz como nadie, porque su oído interno estaba acostumbrado a percibir la
música de las esferas.
Otros elementos contribuían a la excelencia del timbre y la modulación de la voz
de los pitagóricos: el puro régimen de vida, los ayunos, la frecuencia del aire libre, la
estancia entre los pinares y la proximidad del mar, el cultivo de la respiración, los
ejercicios diversos y especialmente, las prácticas de purificación rítmica, integral, de los
cuatro periodos de la cruz cardinal zodiacal del año.
Desde sus orígenes y dentro del método pedagógico del maestro, los pitagóricos
debían la peculiar y tradicional armonía de la lengua griega, ya de sí armoniosa y
perfecta, al sometimiento a un largo periodo de silencio, observado en el primer grado de
la escuela. No menos contribuía el sonido de las liras heptacordes que acompañaban, en
el instituto de Crotona, los himnos dedicados al nacimiento y a la puesta del Sol, cada
jornada. La eufonía perdurada de tales himnos llegaba a afinar, a armonizar por el
procedimiento mimético y sugestivo, la emisión de la voz y su propia música. Así el
habla, entre los pitagóricos, era como un canto pleno de sugestiones y de armonías.
Cuando, después del dilatado silencio de asimilación, el pitagórico pasaba al
segundo grado de la enseñanza, renacía, purificado, a la palabra, que le era concedida
como un don. Así, poseía ésta unas calidades, unos matices y una prestancia material,
moral e intelectual, difícilmente igualables.
Por lo que respecta a la hermosura corporal, famosa entre los pitagóricos, sabía de
antemano el maestro el secreto de su plasmación lenta pero segura, a través, no sólo del
régimen y de los ejercicios practicados, sino mediante la eficaz y silente acción de la
pedagogía estética que ejerce un medio ambiente de belleza. A tal fin, rodeaba a sus
discípulos de hermosas estatuas, de pinturas de dioses y de héroes, de objetos de artesanía
seleccionados, de prendas de alto valor estético.
No sólo contribuían a ello las bellezas plásticas que campeaban en el hogar
comunal de los pitagóricos. En medio de los bosques y los jardines, realzando la
hermosura y frondosidad de los árboles y la prodigalidad de las flores, el encanto de las
fuentes y de los surtidores, la contemplación del mar y de los fenómenos naturales se
sumaban a ese estado de beatitud propicio al moldeamiento, desde el gozo interior de las
formas sensibles, a la belleza de la tierra. El átomo arquetípico o eterno afloraba al
elemento corpóreo a través de esas renovadas dádivas, e imprimía en el pitagórico, la
excelencia de lo admirado, querido y adorado.
Había aprendido Pitágoras en Persia y en Babilonia a templar como liras los
chorros del agua. Sabía armonizar las fuentes, graduar la voz delicada de la brisa en los
jardines, cultivar el canto de los pájaros amaestrados, y tañer una serie de instrumentos de
Asia, de África y de Europa, propicios a la armonización de los gestos a través de la
danza. La danza era, en el instituto Pitagórico, como una suma del don de las artes todas
que confluían en el instrumento perfecto del cuerpo humano, rendido a la melodía plural
que lo requería, como una magia sutil, en torno.
El pitagórico y en especial las pitagóricas, eran excepcionalmente sensibles a ese
requerimiento, y danzaban a los ritmos del mar Egeo, al rumor del viento que pulsaba con
sus dedos invisibles, las arpas eólicas diseminadas en los bosques; a los cantos, a los
tañidos esporádicos de los instrumentos de todas las bellezas atesoradas. Era un
espectáculo inefable ver aquellos o aquellas danzantes, revestidos de ligeras y aladas
túnicas, de noche, a la luz de la luna o ante los más bellos escenarios que ofrecía la
belleza del día.
En el renacer actual de la Nueva Era, este aspecto de la danza espontánea y de la
danza canónica, o sea, a base de canon medido de las leyes de proporción matemática
enseñados por Pitágoras en su sistema integral de pedagogía estética, comienza a retoñar.
Es una confirmación, una esperanza y un ejemplo, que en todo el mundo renazca
actualmente el pitagorismo en sus formas más óptimas y no sólo en lo filosófico, en lo
artístico y en lo metafísico, no sólo en lo moral y en lo pedagógico, sino en lo astrológico
que formaba parte, como hemos explicado, del básico plan de la escuela pitagórica.
Cita en su obra Le Nombre d'Or Matila Ghika —documentado y entusiasta
pitagórico de nuestros días que tanto contribuye al desvelamiento de las primitivas
enseñanzas del maestro de Samos—, que Rudolf von Laban, director de un famoso
instituto de coreografía rítmica en Alemania, enseña la estética dinámica, el canon
eurítmico tradicional y perdido, o sea, la ley que regula la perfecta armonía de los
movimientos, a base del redescubrimiento del módulo pitagórico de la proporción
llamado "sección dorada", "corte de oro", o simplemente, "la divina proporción".
Se fundamenta ese antiguo sistema en que los desplazamientos angulares
extremos del cuerpo en tales danzas rítmicas, son de 72 grados y se basan en el ángulo
que forma, inscrita en el círculo, la pentalfa o pentagrama estrellado, la prolongación de
cuyos diez radios —la década pitagórica— señala el módulo de perfección de la danza, la
estética y la gracia perfecta de los movimientos relacionándolos matemáticamente, con la
suprema armonía de los cuerpos.
Esa forma canónica, rítmica de la danza, era practicada a conciencia en el instituto
pitagórico, ajustada a los hexámetros órficos o himnos sagrados griegos. De su práctica
se derivaban incalculables beneficios en lo pedagógico, en lo higiénico, en lo artístico, en
lo moral en lo síquico y en lo espiritual.
En la dilatada proyección del pitagorismo en la vida de occidente, desde sus
orígenes hasta nuestros días, superando los periodos de oscuridad y amortiguamiento,
campea unánimemente, su contribución al armónico desenvolvimiento y a la perfección.
En esta hora de resurgimientos, bajo el influjo del espíritu de la Era Acuaria que
comienza, vuelven los cánones de la sabiduría pitagórica a señalar, de acuerdo con los
nuevos requerimientos, las formas inmortales de conducción del hombre a su propia
divinidad y al cumplimiento de lo que de nosotros reclama la ley evolutiva.
ESTA EDICIÓN DE 3 000 EJEMPLARES SE TERMINÓ DE IMPRIMIR EL DÍA 15 DE JUNIO DE 1979
EN LOS TALLERES DE LA EDITORIAL D I A N A, S. A. ROBERTO GAYOL 1219, ESQUINA
TLACOQUEMÉCATL; MÉXICO 12, D. F.